Una enferma bipolar, una experta de fama mundial | 07 SEP 10

"Una mente inquieta"

Una autoridad en trastorno bipolar narra su experiencia como paciente. Los comentarios de: Sergio Strejilevich, Ivonne Bordelois, Enrique "Topo" Rodríguez, Gerardo García Bonetto, Luis Hornstein, Alejandro Lagomarsino, Juan Carlos Turnes, M. del C. Vidal y Benito.
Dr. Luis Hornstein

Una Mente Inquieta, por Dr. Alejandro Lagomarsino

¿Quién es Kay Redfield Jamison?

   Una psicóloga que, insólitamente, llegó a ser profesora de psiquiatría en la prestigiosa universidad Johns Hopkins, de EEUU. Una experta en enfermedades del ánimo que logró un lugar destacado por sus investigaciones sobre distintos aspectos del trastorno bipolar (o maníaco depresivo), especialmente las dificultades de los pacientes para mantener la continuidad del tratamiento, y la relación entre los trastornos afectivos y la creatividad. Una enferma que se atrevió a exponerse, e hizo público que ella sufría de ese desorden; lo hizo con su libro autobiográfico "Una mente inquieta".

    Su libro es una dolorosa crónica de cómo luchaba contra el desorden bipolar, a la vez que contradictoriamente libraba una guerra continua contra la medicación que podía ayudarla a estabilizarse: el carbonato de litio.

    En la Fundación de Bipolares de la Argentina recomendamos su libro a los pacientes y sus familiares, porque es un valioso aporte a la comprensión de este desorden, y aclara por qué es tan difícil sostener un tratamiento con continuidad.

    La mayoría de las enfermedades causa sufrimiento a la persona afectada, lo que la motiva para buscar una solución a su problema. En el caso del desorden bipolar, uno de los polos  el de la depresión es penoso y temido por los pacientes. Pero el polo de las hipomanías o manías, inversamente, es experimentado como placentero.

    Kay Jamison revela cómo el desorden bipolar es una enfermedad que atrapa. Como la adicción a las drogas, captura al enfermo en etapas de éxtasis inimaginables para el común de las personas. Es un desorden del ánimo que invoca afectos gloriosos, entusiasmos desbocados, pasión, efervescencia. Como ella lo describe, "un carnaval de luces, sonidos y posibilidades". Kay vivía en un mundo "lleno de placeres y promesas", desbordante de proyectos y metas eufóricas.

    Inevitablemente, tras la etapa de embriaguez aparecía la fase depresiva; todo se volvía chato, gris, sin sentido, impregnado de angustia. Kay expresa: "Las carreteras de mi cerebro estaban atascadas de neuronas". Estas tribulaciones la llevaron a un grave intento de suicidio, con el mismo medicamento que ella rechazaba tomar.

    En los períodos en que tomaba adecuadamente el litio, sus afectos se equilibraban, y su vida se normalizaba. Las personas cercanas valoraban el cambio que juzgaban tan favorable; pero la estabilidad no le proporcionaba bienestar. Las dosis de litio indicadas producían muchos efectos adversos desagradables, problemas graves de memoria, náuseas, vómitos y otras lacras. Entre paréntesis, hay que destacar que estas experiencias observadas en miles de pacientes, hicieron que en la actualidad el litio sea administrado en dosis más bajas, y los efectos adversos son hoy mucho más tolerables.

    Pero los recuerdos del bienestar, la energía y el optimismo no solamente la hacían añorar los placeres de la manía, sino que la convencían de que ésa era su verdadera vida; no se resignaba a la medianía de la normalidad y se sentía como un pájaro con las alas cortadas. Necesitaba volver a sentirse ella misma. Una y otra vez abandonaba el tratamiento; y cada vez sobrevenía una nueva manía, con su consecuente depresión.
   
Al terminar el siglo XX ya se avizoraba que el abandono del tratamiento formaba parte del desorden bipolar; infinidad de relatos similares a los de Kay Jamison, con sus ciclos de desbordes maníacos tras dejar el tratamiento, convencieron a los psiquiatras de que una tarea esencial con los pacientes afectados, era acompañarlos en el objetivo de aprender a vivir de otra manera, que si bien es menos placentera, permite al menos intentar una existencia sin suicidio ni psicosis.

    En el final de Una Mente Inquieta, Kay Jamison reflexiona sobre su vida con la enfermedad maníaco depresiva, tras haber comprendido y aceptado la necesidad de un tratamiento cotidiano y para toda la vida. No se arrepiente de lo vivido; ha aprendido de ello, y hace su balance expresando: "He sentido más cosas y con más profundidad, he reído más a menudo al haber llorado más veces también". Pero la madurez lograda a través de un doloroso y prolongado proceso la llevó finalmentea elegir estar libre de síntomas y con el desorden bajo control.
 

 

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