Ciencia a lo loco, por Diego Golombek | 09 ABR 12

La felicidad (ja ja ja ja)

La investigación no se detiene, amigos, y ahora llegó el momento de la alegría: estudios cerebrales, genéticos, conductuales y médicos buscan explicar por qué la risa es, decididamente, una de nuestras mejores aliadas.

Por Diego Golombek

Comencemos por un experimento sencillo: sonrían. Sí, fuercen una sonrisa de oreja a oreja, aunque se sientan un poco ridículos. ¡No me dejen solo! Y ahora viene la pregunta científica (suenen redobles de tambor): ¿no se sienten mejor? No es una broma, esta experiencia viene a demostrar algo completamente contraintuitivo: que en muchos casos primero viene la acción (sonreír) y después la emoción (una cierta sensación de felicidad). O, en palabras del gran psicólogo William James (el hermano de Henry, el novelista), si uno está corriendo porque lo persigue un león, no corre porque tiene miedo, sino que, más bien, tiene miedo porque corre.

Pero volvamos a esa misteriosa sonrisa. ¿Será entonces que la felicidad es un estado cerebral? Y, si es así, ¿se puede medir? La ciencia no se detiene, amigos, y ahora está entre nosotros la investigación de la alegría, desde los estudios del cerebro, de las hormonas y de las sociedades. Hasta existe un índice de felicidad que puede llegar a definir un PFI: el Producto Feliz Interno, una especie de ranking de felicidad entre las naciones (de hecho, alguna vez el Gobierno de Bután declaró que le interesa más la felicidad nacional bruta que el producto nacional bruto). Claro que esto de ponerle números a las emociones requiere de mucho cuidado para que sea posible comparar registros de diferentes individuos y culturas. De acuerdo a qué escala se use, que puede componerse de encuestas de satisfacción personal, estadísticas de salud y esperanza de vida y niveles de salario, los resultados son muy diferentes, con un top ten a veces liderado por países escandinavos y otras veces por vecinos más cercanos como Costa Rica. Y para ponernos un poco más futboleros, vale la pena aclarar que el nivel de felicidad entre Brasil y la Argentina es similar. La alegría no es sólo brasileña. Pero si lo fuera, podríamos contagiarnos, porque la felicidad parece desparramarse como una infección (los amigos de personas felices suelen ser más felices, por ejemplo). Y hablando de contagios, ¡atentos, solterones!: casarse, en el largo plazo (y en la mayoría de los casos) parece ser un buen seguro hacia la felicidad. Esos locos bajitos ayudan también (cuando no nos hacen levantarnos a las 3 de la mañana, claro).

¿Y el dinero? ¿No puede comprarme, amor? No hace la felicidad (también están los cheques, Manolito dixit), pero ayuda, hasta cierto punto. Por encima de un cierto umbral de salario anual, el nivel de felicidad deja de depender de cuánto ganemos. Este umbral cambia de país en país, claro. Por ejemplo en EE.UU. ronda los US$ 75.000). Y qué decir de las personas religiosas que en términos generales se definen como más felices que los ateos o los agnósticos (¿sabrán algo que los científicos ignoramos? Ya hablaremos del tema). Si hay plata a nivel nacional, la mejor inversión para la felicidad es meterla en áreas de salud y educación, de acuerdo con el nuevo mapa mundial de la felicidad. Y ojo que portarse bien, donar dinero y hacer actos de misantropía también nos puede hacer muy felices.

 

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