Cuando se descubre una hepatitis C, la alarma de los médicos tratantes, las intervenciones diagnósticas y terapéuticas no siempre necesarias y la información mediática que antepone los aspectos ominosos de la enfermedad suelen convertir a una persona considerada sana hasta ese momento en un paciente que contagiará a cuantos lo rodean e inexorablemente tendrá que recibir un trasplante hepático o morirá de cáncer. De esta manera, una escasa repercusión clínica de la enfermedad va acompañada de un excesivo impacto sobre la esfera psicológica y la calidad de vida.
La información correcta es, por lo tanto, el primer gesto terapéutico ante un paciente con hepatitis C. Debe ser instruido sobre la baja contagiosidad del HCV, las escasas medidas preventivas que deberá tomar y la compatibilidad con una vida de convivencia, laboral, sexual y de planificación familiar normales. El conocimiento actual que se tiene de la hepatitis C permite asegurarle que muy probablemente vivirá tanto como si no fuera portador del HCV y, en el supuesto caso de que su enfermedad progrese y no responda al tratamiento ac
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