Leí cada uno de los relatos que forman este libro de un tirón, con esa sensación extraña de verse uno mismo en tantas historias ciertas e inciertas de guardias, de pacientes, de vida ahí donde eso es lo que se juega cada día y sobre todo cada crepúsculo, cada noche y cada amanecer (este libro, como muchos de nuestros recuerdos médicos, transcurren durante esas horas). Escuché acá las voces de cada colega, de cada padre que hablaba por su hijo y de cada hijo que hablaba por su padre. Tuve esa sensación extraña, decía, de que se estaba corriendo el velo de esas horas duras, sacrificadas, pero también íntimas, para que sean leídas por quien quisiera leerlas. Pero recordé eso que supe desde que caminé por primera vez por esos mismos pasillos a esas mismas horas: que alguien por fin tenía que hacerlo. Y acá está.
Propongo la lectura de este libro como lo que es: un manojo de precisos relatos sobre breves e intensos mundos. Mundos posibles.
Facundo Manes.
Los griegos diferenciaban el sabio del necio, el primero apunta a la luna con el dedo y el necio mira el dedo. En este aspecto, Daniel se comporta como sabio, siempre apunta a la luna. Con claridad meridiana diferencia dos medicinas: la de las academias y la de la gente. Como no podía ser de otra manera, él opta por la segunda; de allí las historias de vida, pero no como historiografía (dónde y cuándo), sino como historicidad (cómo y por qué). Daniel especifica que las historias clínicas son pura fisiología y él prefiere enriquecerlas con la biografía del paciente, por lo que acude no al interrogatorio sino al “escuchatorio” que es oír no sólo lo verbal sino también lo paraverbal (gestos, ademanes, actitudes, entonaciones, etc.), incluso escuchar los silencios que, como dice, Ivonne Bordelois, son generadores de palabras.
Francisco "Paco" Maglio.