Las enfermedades biliares y las condiciones asociadas con obstrucción biliar son una causa importante de morbilidad y mortalidad en Norte América. El diagnóstico exacto de la presencia y causa de la obstrucción es clave para un desarrollo costo/efectivo en pacientes con sospecha de enfermedad biliar. Desde su introducción en 1968, la colangiopancreatografía endoscópica retrógrada (CPER) se ha vuelto el gold standar en este escenario. Sin embargo, el 1.3% al 9% de los pacientes sometidos a CPER tendrán pancreatitis clínicamente significativa y el 0.2% al 0.5% de los pacientes fallecerán por complicaciones del procedimiento [1-5]. En series grandes, la CPER diagnóstica se asoció con una tasa de mortalidad del 0.2% y una tasa de pancreatitis moderada a severa del 0.7% [1].
En 1992, el desarrollo de la colangiopancreatografía por resonancia magnética (CPRM) permitió una visualización precisa, no invasiva, de los árboles biliar y pancreático. La ponderación involucrada en secuencias seleccionadas de CPRM es única porque permite que fluidos relativamente estancados, como la bilis y el jugo pancreático, tengan una señal de alta intensidad. Sin el uso de un agente de contraste, esos fluidos aparecen brillantes en comparación con la oscura señal de baja intensidad de los tejidos sólidos hepático y pancreático adyacentes y de los fluidos con flujo veloz (como la sangre circulante). Las actuales resonancias magnéticas nucleares (RMN) T1 mejoradas del parénquima hepático y pancreático pueden complementar la CPRM añadiendo importante información de estadificación cuando se sospecha un desorden maligno.
Aunque la CPRM ofrece la potencialidad de evitar la CPER y sus riesgos atinentes, falta evidencia para ello porque algunos pacientes sometidos a CPRM también requerirán la CP
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