Excelencia y conflicto | 10 AGO 11

Garrahan: "El Gigante" que cura al borde del colapso

Se atienden unos 800 niños por día; sus trabajadores denuncian que por momentos el servicio funciona al "110%"; problemas gremiales, de presupuesto y personal podrían llevarlo a la decadencia

Por Valeria Vera  | LA NACION

Diferentes rumores sobre la decadencia del hospital pediátrico Juan P. Garrahan, circularon en los últimos meses y pusieron, a su modo, en riesgo la imagen insignia que supo consolidar a lo largo de casi treinta años.

Sin embargo, la urgencia que en la actualidad atraviesa "El Gigante" -como se lo conoce internamente- parece pesar apenas se ingresa al lugar y se recorren los 110.000 m2 que ocupa el predio de ese centro de alta complejidad.

Su dinámica interna y su infraestructura no acusan recibo del final de una etapa de esplendor, aunque a medida que se conocen de cerca sus historias sí se advierte que tampoco "lo que brilla es oro" ahí dentro. Así lo expondrán distintos profesionales de la salud durante una recorrida con LA NACION.

El mayor peligro parece estar dado por la permanencia de algunos conflictos que llevan años sin solución y que son expuestos con frecuencia en los paros que realizan sus trabajadores. Pese a todo, hay algo que es cierto: el hospital no corre el riego inminente de perder las fortalezas que asimiló con los años, pero necesita apuntalar los problemas que sólo, a veces, logran salir a la luz y lo sumergen en una crisis que se vuelve crónica.

Sobredemanda

La excelencia del Garrahan se tiñe, por momentos, por una sobrecarga de trabajo en la guardia y las salas que tienden a colapsar, sobre todo, en épocas críticas como finales del otoño y principios del invierno. También por los vaivenes que registra la demanda de pacientes que acuden al lugar desde la periferia y varios países limítrofes, seducidos por su prestigio o porque escapan del déficit que atraviesa el sector de la salud para dar respuesta.

Esta combinación de la demanda propia con la "ajena" se traduce a diario en internaciones improvisadas en los pasillos ante la falta de capacidad en las habitaciones, equipadas con 510 camas, 120 de las cuales se destinan a la terapia intensiva. Según comentaron a LA NACION, por las noches el panorama se vuelve aún más complejo y el personal no logra dar abasto.

Autoridades del hospital dicen no desconocer la situación y la describen amparándose en una de las premisas que siempre guió a la organización: "Todo niño que ingresa al hospital debe ser atendido". Así lo explica a este medio Josefa Rodríguez, directora de la institución: "Vivimos con un 98% de ocupación y en momentos de epidemia podemos llegar a 110%. Entiendo el colapso como alguien a quien no le puedo prestar atención y eso no ha ocurrido jamás aquí".

Efectos en el equipo de salud

La sobrecarga de pacientes trae de la mano, además de mayor cantidad de horas de trabajo sin una retribución acorde al esfuerzo, malestar, cansancio y estrés acumulados por los empleados, muchos de ellos con un promedio de 20 años de experiencia. Algunos lo reflejan en su mirada aturdida mientras corren de un lugar a otro para cumplir con sus tareas y cubrir las urgencias. Otros logran verbalizarlo: interpretan esas señales como "riesgosas" a la hora de brindar atención a los más pequeños.

"Con la misma cantidad de profesionales se está atendiendo una demanda mucho más grande. Y esto recae en el trabajador. Queremos atender a los niños dignamente y consideramos que esta manera no es la mejor", asegura la doctora Liliana Ongaro, presidenta de la Asociación de Profesionales y Técnicos del hospital.

No obstante, Rodríguez advierte que cuando peligra la eficiencia, el hospital logra aumentar sus contrataciones frente a las necesidades, algo que algunos de los gremios que militan dentro, como la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) y la que preside Ongaro, ponen en tela de juicio. Señalan que no se respeta el estándar ideal de contar con un enfermero cada cuatro pacientes, porque suele haber uno cada siete u ocho, y que en distintas oportunidades el mismo plantel se hace cargo de salas que aumentan su capacidad hasta casi el doble, como ocurrió, por ejemplo, con la de pacientes oncológicos que dejó de ser exclusiva.

 

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