Esta activación "proporciona evidencias de la elevada sensibilidad del cerebro humano a la presencia de los estímulos alimenticios. Junto con la ubicuidad de esas comidas apetitosas en el entorno, esto puede estar contribuyendo a la epidemia de obesidad", advierten Gene-Jack Wang y su equipo, firmantes de la investigación, que publica el último número de Neuroimage.
Estos expertos, procedentes de Bookhaven National Laboratory (EEUU), opinan que urge comprender los procesos que han contribuido a esta plaga, prestando atención no sólo al consumo de calorías. "De particular interés es el entorno, que ha hecho la comida no sólo más accesible, sino también más variada y sabrosa", dicen.
Por eso, se decidieron a examinar la actividad cerebral de una docena de individuos en ayunas a los que se les presentaban sus comidas favoritas, como hamburguesa con queso, pizza, lasaña, pastel de chocolate, bollo de canela, helado... Los voluntarios (que presentaban un peso normal y carecían de trastornos alimenticios) se sometieron en dos ocasiones a un escáner (tomografía por emisión de positrones o PET): primero, mientras olían y saboreaban, mediante un algodón, dichas viandas y, a continuación, viendo objetos no relacionados con la alimentación (como fotos de paisajes) y 'degustando' agua.