El tratamiento deficiente del dolor agudo en los niños es un problema que desafortunadamente prevalece en la actualidad como consecuencia de que algunos miembros de la comunidad médica conservan conceptos erróneos sobre la percepción del dolor en el recién nacido, derivados éstos de los hallazgos de estudios tempranos sobre el desarrollo neurológico humano que concluían que las respuestas del neonato ante un estímulo quirúrgico eran de naturaleza no cortical, por lo que la percepción y la localización del dolor no estaban presentes.
También se creía que el neonato no era capaz de interpretar el dolor como el adulto debido a que carecía de la memoria de experiencias dolorosas y, por último, que un umbral alto al dolor podría ser una característica de adaptación para proteger al recién nacido del dolor durante el nacimiento. (1, 2) Estas ideas estuvieron apoyadas por observaciones como la breve duración del llanto del niño después de procedimientos de cirugía mayor , la poca respuesta tras cirugías menores realizadas sin anestesia, la mielinización incompleta de las vías talamocorticales y otras vías del dolor, y las altas concentraciones de opioides endógenos en el plasma. (2)
En un estudio multicitado, llevado a cabo en Australia y publicado en 1983, se analizó la incidencia de dolor en 170 niños durante el periodo posoperatorio en dos hospitales-escuela. A 16% de los pacientes no se le indicó medicación analgésica, mientras que a 39% de los niños se le prescribió medicación con opiáceos, pero no les fue administrada. En los casos en que se indicó medicación con un opiáceo y un no opiáceo (29%), se administró exclusivamente el segundo. Solamente 25% de los pacientes estuvo libre de dolor el primer día del posoperatorio y 13% reportó dolor severo. Además, la mayor parte de las ocasiones la medicación se indicó por razón necesaria, lo cual fue interpretado con frecuencia por el personal de enfermería como lo menos posible. (3)
Un ejemplo más reciente (del año 2002) es un estudio holandés cuyo objetivo fue evaluar la prevalencia de dolor después de procedimientos ambulatorios (amigdalectomía, adenoidectomía y miringotomía). La edad promedio de los niños fue de 5.5 años, con un rango de 1 a 14 años.
El manejo anestésico consistió en medicación rectal con midazolam y atropina, inducción inhalatoria con halotano hasta 4 o en mezcla de O2, canalización de vena periférica seguida de administración de succinilcolina e intubación orotraqueal. La anestesia se mantuvo con halotano hasta 2.5% en una mezcla de N2O: O2 de 2: 1. Posteriormente se administró fentanyl intramuscular a dosis de 1 mcg/kg de peso y se indicó paracetamol en supositorios para analgesia posoperatoria de 30 a 50 mg/kg, PRN o por horario. Se encontró que el dolor fue un problema serio en 81% de los casos una vez que el paciente egresó del hospital.
La intensidad del dolor reportada en la escala visual análoga mostró dolor leve a moderado, pero fue evaluada por los padres del niño y no por él mismo. Los problemas asociados con el dolor se registraron con frecuencia: 63% tuvo problemas con la ingestión de alimentos, 46 % con la ingestión de líquidos y hasta 65% sufrió trastornos del sueño. (4)
Lo anterior indica un tratamiento analgésico insuficiente. Entre las dificultades mencionadas en el citado estudio están los conceptos erróneos del personal médico y de enfermería mencionados al comienzo de este artículo, el temor a la administración de diversos fármacos al niño y la falta de información hacia los familiares, quienes algunas veces también se muestran renuentes a que sea medicado el infante.
Aproximadamente desde hace 30 años los estudios en este campo han demostrado lo equivocado de los conceptos señalados, como se analizará más adelante, y han impulsado a los investigadores a enfatizar la importancia de la analgesia perioperatoria en todas las edades pediátricas, incluido el paciente prematuro. (5-8)
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* Médica Anestesióloga y Algóloga Adscrita al Hospital de Pediatría del CMN Siglo XXI, IMSS.