Estas reflexiones no pretenden sino dar cuenta de una práctica en el marco institucional de un centro de salud dependiente de un hospital público, el Centro Biedak.
Las toxicomanías abarcan patologías más vinculadas a la acción que al pensamiento, ligadas al circuito irreflexivo de la compulsión y la impulsividad, en la que un objeto exterior colma la expectativa de llenar un vacío que amenaza con capturar al sujeto.
El Centro Biedak es un centro especializado en toxicomanías y cuenta con un dispositivo de admisión donde se recibe al consultante y a su familia en entrevistas individuales, grupales, diagnóstico médico y psiquiátrico.
Consideramos que en un tratamiento de adicciones el proceso de admisión lleva un tiempo, tiempo atravesado por la subjetividad del sujeto que consulta, tiempo de instalación de la palabra, de la caída de la certeza que brindaba la droga.
Muchas veces los analistas que ejercemos la función de admisores, nos hacemos esta pregunta: ¿cuál es nuestra función en ese primer escalón que los pacientes deben transitar al entrar a la Institución?
En un primer momento nos proponemos alojar al consultante y a su familia en el dispositivo. Pensamos que la formación de un primer vínculo transferencial hacia la Institución es indispensable y eso guía nuestro trabajo.
Partimos de la premisa de que estamos frente a una problemática muy compleja, donde aparece un sujeto y su familia con un particular padecimiento. Un sujeto que ha encontrado un objeto exclusivo y excluyente que lo colma o lo colmaba de satisfacción. Una satisfacción inmediata, que nunca se agota y que tiene un lugar de certeza, estableciéndose un vínculo como forma de negación e ilusión, siendo estos componentes esenciales en la problemática del sujeto que consulta.
En nuestra práctica cotidiana vemos llegar a consultantes en donde la función del tóxico ha caído del lugar de certeza, de plena satisfacción. Nos encontramos con pacientes que dicen “no puedo parar”, “me estoy matando”, “estoy perdiendo todo”. Algo en esta relación de complementariedad perfecta con la droga se ha fisurado. y en esa fisura del vínculo que el consultante establece con la sustancia, se da lugar al ingreso del otro.
Otra forma de presentación son aquellos sujetos que son traídos a tratamiento por algún miembro de la familia o enviados por la justicia o la escuela para una rehabilitación y una reinserción social plena. En este último caso nos enfrentamos a una urgencia social que nos obliga a responder a una demanda diferente a la demanda de la clínica tradicional.
Cabe destacar que no siempre son los "posibles" pacientes los que consultan. En muchas ocasiones solo se acerca el familiar solicitando un pedido de ayuda, y el posible paciente nunca llega. Para estos casos contamos con un espacio de escucha y orientación que permite abrir interrogantes y vehiculizar la angustia del consultante.
“Ana consulta angustiada por su hija, Laura, quien consume drogas desde hace un año pero no está dispuesta a iniciar un tratamiento. Durante las entrevistas queda claro que Ana, a pesar de su sufrimiento, no está dispuesta a cuidar de su hija, borra cualquier señal de alarma y en realidad consulta pues su hija es una molestia en su vida. Poder tomar conciencia de esto hará que se instale como madre y pueda escuchar a su hija desde otro lugar”
Si bien son acercamientos muy diferentes, vemos que ya las drogas comienzan a perder su pleno grado de certeza, el mundo del adicto y su familia se ha conmovido, algo presentifica una diferencia. Deberemos aprender a reconocer estas primeras señales que nos indican que hay un sujeto y su familia, que está sufriendo y que en este primer tiempo busca un lugar donde alojarse.
Nuestra oferta será alojar el padecimiento desde un lugar de escucha donde el consultante comience a poner en juego la palabra, comience a hablar de lo que le pasa. Sabemos que el a-dicto está por fuera de la palabra, por eso nuestra apuesta consiste en que a través de la palabra se comiencen a conmover las certidumbres del sujeto.
En este primer tiempo de admisión el grupo funcionará como una vía facilitadora de identificaciones con otros que gozan de la misma forma. El “ser adicto”le ha dado consistencia al sujeto, por eso el dejar de serlo lo confronta con un vacío, con una angustia insoportable, que lo desborda, lo paraliza, lo hiere.
Vendrá el grupo y los terapeutas a ubicarse en un lugar de transición, donde el sujeto pueda comenzar a reestructurar su campo simbólico arrasado. Sabemos que dejar la certeza de la droga implica un camino, un tiempo subjetivo y objetivo, un tiempo de primeras identificaciones, de encuentro con objetos idealizados que le permitan al adicto encontrar una imagen donde espejarse y descubrirse. Las intervenciones van en el sentido de instalar un no al goce desde lo real en la intervención sobre el cuerpo impidiendo lesiones, intoxicaciones etc.
Otro modo de intervenir es preservar la singularidad de cada sujeto más allá del atravesamiento de la temática grupal, detectar aquello que lo representa por fuera de la significación de adicto.
El proceso de admisión pone a jugar la dimensión del tiempo, a fin de que surja una demanda del paciente. Aquí se abre una vía de trabajo que dista mucho de la clínica clásica, donde se intentará que el consultante comience a organizar sus tiempos (esos tiempos vacíos y sin límites de la etapa de consumo) en relación a los tiempos del tratamiento. Este primer momento actúa como un organizador silencioso que busca una primera reestructuración del campo psíquico del consultante.
“Germán es un paciente que llega a consulta definiéndose como alcohólico, no pudiendo tomar distancia de este significante que lo alienaba, con el cual se identificaba y era su forma de presentación.. El alcohol funcionaba allí como un punto de anclaje, como un lugar de certeza que lo capturaba en un goce imposible de simbolizar. Luego de transcurrir un tiempo en los espacios de admisión, el significante “tomar” comienza a despegarse de el único sentido que tenía para él. Aparece en una nueva combinatoria “ me tomo las cosas de otra forma” ·” estoy tomando paciencia”. Comenzamos a escuchar que algo nuevo comienza a desplegarse en el sujeto, un sujeto que ha apostado a la palabra y podrá abandonar la certeza del “soy alcohólico” para abrir la pregunta por el quién soy, buscando en su inconciente signos de su identificación.
“Mario viene a tratamiento por su consumo compulsivo de alcohol y cocaína. Permanece en abstinencia durante un tiempo pero luego cae en períodos de mucho consumo con riesgo de sobredosis. Sabe de su problema pero no puede detenerse. Entonces. comienza a percibir sus dificultades para reconocerse como hombre frente a las mujeres, situación que lo llevaba a refugiarse en las drogas. Este es un momento clave en el proceso de admisión, donde el sujeto comienza a preguntarse por su posición subjetiva, por su posición sexuada, por su desenganche del otro social, por su aislamiento.”
La problemática de la admisión la consideramos entonces como un proceso hacia un tratamiento posible donde se intentará:
-localizar la relación particular de un sujeto con el tóxico, lo que implica la posibilidad de llegar a un diagnóstico que nos permita una clínica diferencial para neurosis y psicosis.
-poner en movimiento aquello detenido o coagulado por el consumo, a través de la palabra, a fin de que se pueda desplegar una demanda que posibilite el tratamiento.
-proponer un pasaje del hacer al decir, donde aparezca la abstinencia por añadidura, y no como condición necesaria para esta primera etapa del tratamiento. Sabemos que la abstinencia coloca al sujeto frente a una angustia sin límites, un vacío insoportable. Por eso es algo a lograr, no una condición previa.
-reubicar al paciente en un tiempo y un espacio, ambos arrasados por la vida tóxica, tiempo y espacio de la consulta, de su ubicación como miembro de un grupo, de su espera frente a la palabra del otro.
Nuestra apuesta será a la palabra, ya que el deseo mismo de hablar, va despertando algo nuevo en el sujeto. Será entonces nuestra tarea como analistas hacer cesar la repetición muda e instalar interrogantes. En este momento comenzará el paciente a transitar otra etapa del tratamiento donde aparecerán los sueños, la asociación libre, la metáfora, en fin, un sujeto dividido y dispuesto a iniciar el trabajo de un análisis..
El desafío es para todos: para el paciente, que acude al tratamiento con el enunciado de querer cortar su consumo compulsivo; para el analista que deberá hacer una clínica del exceso para derivar, en el mejor de los casos, en una clínica del vacío; para la familia, que ingresará en el difícil camino de pasar de la queja a la responsabilidad y para la institución, que deberá estar en supervisión permanente para evitar camuflarse con la patología de la cual se ocupa.