La iniciativa Choosing Wisely para reducir los daños y costes innecesarios de la propia medicina tiene ya más de cinco años de recorrido, desde su lanzamiento en 2102. Pero las ideas e iniciativas sanitarias, especialmente las que tratan de revertir las malas prácticas, tardan en difundirse y asentarse. La noción de que la medicina no debe hacer daño es tan vieja como la profesión médica, pero necesita reformularse de tanto en tanto para adecuarse a los nuevos tiempos y sus problemas. Así han surgido las ideas sobre la evidencia científica de las intervenciones, el balance entre beneficios y riesgos, el sobretratamiento y tantas otras que confluyen en una constatación: menos medicina es lo mejor en muchos casos. Choosing Wisely arrancó precisamente para identificar, especialidad por especialidad, aquellas intervenciones médicas que no están avaladas por pruebas científicas y que no son realmente necesarias. Y el amplio interés médico y mediático que ha despertado la iniciativa parece avalar su necesidad.
El objetivo es que cualquier intervención sea fruto del acuerdo y la información basada en datos contrastados
Aunque esta campaña de origen estadounidense, lanzada por la Fundación ABIM (American Board of Internal Medicine), no es radicalmente nueva (el NICE británico puso en marcha una iniciativa similar en 1999) ha hecho fortuna y tiene ya versiones locales en 19 países. Ha sido analizada en centenares de artículos científicos (en PubMed hay casi 400 artículos que incluyen Choosing Wisely en el título). Y, lo que es más importante, comprende ya más de medio millar de recomendaciones sobre intervenciones discutibles, es decir, tratamientos y pruebas diagnósticas que merecen ser discutidos antes de ponerse en práctica. Muchas de estas recomendaciones han sido elaboradas por las 80 sociedades médicas colaboradoras del proyecto, que han seleccionado las cinco intervenciones de su especialidad más cuestionadas o que merecen una discusión previa con el paciente. No en vano la estrategia descansa en un pilar fundamental para el éxito de idea, que es a la vez el lema de la campaña: promover la conversación entre médicos y pacientes, con el objetivo –tantas veces proclamado, pero tan difícil de conseguir– de que cualquier intervención sea fruto del acuerdo y la información basada en datos contrastados.
Muchos médicos en ejercicio conocen probablemente esta iniciativa, gracias a la colaboración de las sociedades de las distintas especialidades y a su progresiva internacionalización. Pero trasladarla a la práctica clínica, eso ya es otro cantar. La participación del paciente en la toma de decisiones presenta múltiples obstáculos y resistencias, y es un proceso complejo y difícil, pues tiene que ver con la educación sanitaria de la población, el desarrollo del pensamiento crítico y la voluntad del médico de involucrarse en esta tarea. Para facilitar este proceso, la campaña cuenta con la colaboración de numerosos médicos y líderes de opinión, que en unos vídeos animan a los distintos especialistas a debatir con sus pacientes sobre el abuso y el sinsentido de ciertas intervenciones, y hay también folletos y materiales educativos para orientar a los pacientes en este necesario diálogo.
Algunos de estos materiales también están en español (la campaña se ha traducido, un tanto ampulosamente, “Cómo elegir sabiamente”), y en uno de ellos se enumeran cinco preguntas clave que el paciente debería plantearle a su médico para tomar una buena decisión:
- ¿Necesito realmente esta prueba o procedimiento?
- ¿Cuáles son los riesgos?
- ¿Hay efectos secundarios?
- ¿Cuáles son las probabilidades de que los resultados no sean precisos?
- ¿Podría llevar esto a más pruebas o a otro procedimiento?
Las preguntas quizá no sean del todo originales, pero desde luego resultan de lo más pertinente. Y, ya sea el médico o el paciente quien las plantee en estos o parecidos términos, deberían estar siempre sobre la mesa para elegir o descartar, con una cierta sabiduría, algunas intervenciones médicas.