La ciencia como una forma de la belleza

Pienso, vivo, ¡Quiero rock!

Lejos de restarle magia o misterio, el pensamiento racional también puede hacer del mundo una aventura fascinante

Fuente: La Nación

Las chicas de exactas no son necesariamente una máquina de dar explicaciones, como cree nuestro querido Fito Paez. Lejos de restarle magia o misterio, el pensamiento racional también puede hacer del mundo una aventura fascinante.

Por Diego Golombek  | LA NACION
Foto: Martín Lucesole / Ilustración: Nunö

Me gustan mucho las canciones de Fito Páez. Quizá sea algo generacional ( año 63-64), o su capacidad para narrar historias, para construir ficciones desde la música. Tal vez sea por eso que sentí como una pequeña traición un verso escondido -hasta se diría inofensivo- entre las estrofas de su último disco, Confiá. Veamos: Parecés una flaca de Exactas / explicando lo que no hay que explicar. Traducción: Oh, tú, te asemejas a una joven estudiante de la facultad de Ciencias Exactas y Naturales, que con tus permanentes diatribas y explicaciones racionales y científicas me impides disfrutar de la belleza y magia de este mundo. En otras palabras, es esa sensación de tirarse en el pasto a admirar las estrellas hasta que se nos sienta uno al lado a explicarnos sobre supernovas, plasma y gases incandescentes. O, como diría el gran Ken Robinson, es la situación de ir a un casamiento en donde te sentás con desconocidos y resulta que uno de los de la mesa es científico. Oh, no. Por qué a mí.

Pero esto que canta Fito no es ninguna novedad. Como en Bodas de Sangre, aquí hay dos bandos: la ciencia y el resto del mundo. Y estos dos bandos (las dos culturas de las que hablaba C. P. Snow) parecen andar por veredas enfrentadas. Más aún, hasta nos da cierto placer no entender nada de ciencia y jactarnos de ello (aunque en la base de esto puede haber una confusión importante entre la investigación -o sea, la ciencia profesional- y la ciencia que más que un sustantivo debiera ser un verbo, aquél que conjuga las acciones de mirar, de experimentar, de hacer preguntas, de maravillarse, de querer conocer más y más). Picasso decía que todos los niños nacen artistas. Y seguramente también nacen científicos, cuando salen a quemar hormigas con la lupa en el patio, o abren el juguete (o el hermanito) a ver qué tiene adentro. Sin embargo, con el tiempo -y con la escuela- la ciencia pierde su fascinación y olvidamos que, parafraseando al gran científico John Winston Ono Lennon, la ciencia es eso que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo otros planes. Así, la vida cotidiana es una fuente inagotable de preguntas y de experimentos. La cocina, la escuela, la cama, los charcos o las hinchadas de fútbol pueden (y deben) ser también objeto de investigaciones como parte de nuestra vida. Y esta mirada racional no está exenta de cierto romanticismo, de cierta magia, aunque parezca una paradoja. Entender una puesta de sol o conocer las estrellas no nos priva de la poesía de mirarlas y emocionarnos.

Un digno antecesor de Fito es mi borracho favorito, Edgar Allan Poe -de joven, odiador profesional de la ciencia (seguramente porque el único libro de Poe que se vendió razonablemente bien mientras estaba vivo fue un texto sobre moluscos, escrito por encargo)-. Veamos unos versos de su: Soneto a la Ciencia: ¡Ciencia! Verdadera hija del tiempo tú eres / que alteras todas las cosas con tus escrutadores ojos. / ¿Por qué devoras así el corazón del poeta, [...] a quien no dejas en su vagar / buscar un tesoro en los enjoyados cielos [...]? O sea: pareces una flaca de Exactas, etcétera, etcétera (aunque es justo decir que más adelante don Edgar se apasionó por las estrellas, las matemáticas y los gatos negros).

Lo cierto es que la idea que tenemos de la ciencia son noticias que comienzan diciendo: Un grupo de científicos de la Universidad de XXXX descubrió que... o bien documentales en los que investigadores doblados con acento francés o alemán (para la generación de biólogos que crecimos con Jacques Cousteau esto no es un dato irrelevante) nos explican los últimos avances de sus laboratorios. Cambiamos de canal y allí está la cultura, el arte, la música, casi sin interregno ni transiciones, aunque otro Fito Páez, en este caso Gilberto Gil, nos aliente desde su disco Quanta (¡vaya título!) diciendo que Sei que a arte é irmã da ciencia / Ambas filhas de um Deus fugaz (Sé que el arte es hermano de la ciencia / ambos hijos de un Dios fugaz). Ojo: es cierto que la ciencia tiene ciertas peculiaridades, lenguajes y tecnicismos -de los cuales los científicos nos vanagloriamos- que muchas veces la alejan de nuestra vida diaria, pero al mismo tiempo, comienza con una pregunta, con ganas de saber, con el asombro de ver lo novedoso en lo cotidiano.

Pero entonces, ¿por qué la ciencia? Porque de su mano vienen la tecnología y el desarrollo, claro. Porque necesitamos que más jóvenes se vuelquen hacia carreras científicas, por supuesto. Porque como buenos ciudadanos, nuestras decisiones deben basarse en elecciones racionales e informadas (sobre todo en estos días en que debemos elegir sobre temas de salud, de energía, de contaminación, nada menos). Pero además, porque la ciencia, o al menos el pensar científicamente, nos vuelve mejores personas, y además el entender algo -desde el amor después del amor hasta por qué las manzanas se oscurecen o cantamos en el baño-, lejos de quitarle su magia o su misterio, le agrega belleza al mundo.

Me gusta estar al lado del camino... y hacerle preguntas, y entenderlo. Y compartirlo, entre otros, con flacas de Exactas, que le den alegría a mi corazón.

* Doctor en Ciencias Biológicas, profesor de la UNQ e investigador del Conicet.

*Leer la primara nota de la serie: "Pienso, vivo, ¡quiero rock!