En busca de una causa
Por siglos, el hombre ha especulado sobre la causa de la influenza: las estrellas, el tiempo y gases venenosos de los pantanos. Es más, en 1849, Charles Creighton, un eminente epidemiólogo británico, insistió en que la influenza no era contagiosa. Sin embargo, al final del siglo XlX el concepto microbiológico de la enfermedad había echado raíces, preparando el terreno para el descubrimiento de un bacilo en la garganta de algunos pacientes con influenza. Este bacilo, Hemofilus influenza (también conocido como bacilo de Pfeiffer, por F.J. Pfeiffer, un microbiólogo alemán) permaneció por muchos años como el agente causal de la influenza. El descubrimiento del verdadero origen viral tuvo lugar al final de los años 20, cuando una cepa del virus fue encontrada por primera vez en cerdos. Una cepa relacionada fue aislada de un paciente humano en 1933.
Una serie de acontecimientos históricos del padecimiento mencionan la interesante coincidencia de la influenza como enfermedad en animales, particularmente en caballos, inmediatamente después o en conjunto con las epidemias en el hombre. La amplia variedad de agentes microbianos, además de los virus de influenza que se conocen, producen enfermedades respiratorias superiores en animales, lo que confunde la situación. Ahora, es cierto que los virus que provocaron brotes de la enfermedad entre animales se hicieron presentes muchas veces en el pasado. No fue sino hasta el final de 1918 cuando una relación cercana entre la influenza del hombre y los animales fue realmente establecida. J.S. Koen, veterinario de Fort Dodge, Iowa, e inspector del Departamento de Agricultura, reportó un nuevo padecimiento que había aparecido en cerdos en el Medio Oriente, estrictamente similar y coincidente con la influenza humana entre familias. Koen concluyó que fue una y la misma enfermedad.
Después de intensas investigaciones acerca de la transmisibilidad de la influenza entre cerdos, Richard E. Shope, del Instituto Rockefeller de Patología Comparativa, Princeton, N.J., fue capaz de demostrar que el virus podía ser transmitido entre cerdos con material filtrado. El trabajo de Shope destacó en Inglaterra, donde se llevó a cabo otro intento por aislar el virus durante una epidemia de influenza humana en 1933. Wilson Smith, Christopher Howard Andrewes y P. P. Laidlaw, quienes laboraban en el Instituto Nacional para la Investigación Médica en Londres, tuvieron éxito al inocular un filtrado de lavado traqueal de humano en la nariz de hurones y producir neumonía en ratones con el material infectado obtenido de los hurones.
Los progresos fueron rápidos desde entonces. En 1940, los hurones fueron infectados experimentalmente con un segundo tipo del virus de influenza de humano. La segunda cepa humana fue designada influenza B, para distinguirla del primer tipo encontrado, el cual fue denominado influenza A. Un tercer tipo de influenza, influenza C, fue aislado de un hombre en 1949. Asimismo, en 1940, F.M. Burnet, de Australia, halló que los virus de influenza podían multiplicarse en las células de la cavidad alantoica de embriones de pollo en desarrollo; un año más tarde, George K. Hirst, del Instituto de Investigación de Salud Pública de Nueva York, observó que el fluido de los embriones de pollo infectado con influenza podía aglutinar o agrupar las células rojas de los pollos. Esta hemaglutinación desapareció al ser expuesta al calor, lo cual sugirió la presencia de una enzima en el virus que causaba que el virus y la célula roja se disociaran.
La disponibilidad de altas concentraciones de virus de influenza, obtenidas de embriones de pollo, dio lugar al desarrollo de vacunas inactivadas para el hombre. La reacción de la hemaglutinación pudo ser inhibida por anticuerpos específicos en el suero del hombre o animales infectados o vacunados con el virus de la influenza. Así, un método sencillo hizo posible distinguir entre diferentes cepas de influenza y medir la respuesta inmunológica del cuerpo a una cepa dada.
En los pasados 100 años surgieron cinco grandes pandemias: en 1890, 1900, 1918, 1957 y 1968. La llamada influenza asiática (1957) fue originada por un virus H2N2, que sustituyó repentinamente al virus H1N1 que afectó a la humanidad anteriormente. De manera similar, una nueva cepa pandémica que llegó en 1968, la llamada influenza de Hong-Kong, contenía un cambio a H3N2 y rápidamente sustituyó al virus H2N2 que apareció entre 1957 y 1968.
Mediante técnicas seroarqueológicas –probando los anticuerpos de gente que vivió durante estas epidemias– se ha comprobado que la cepa de 1890 fue un virus H2N8, la cepa de 1900 fue H3N8 y la cepa de 1918 fue un virus H1N1, el cual reapareció en 1977 y está aún en circulación junto con la cepa H3N2. Han pasado aproximadamente 30 años desde que ocurrió la última pandemia de influenza humana, la pandemia de Hong-Kong en 1968. El virus de influenza AH3N2, que fue introducido en la población humana en ese entonces, contenía una nueva hemaglutinina, el principal antígeno de superficie. El virus de influenza A H2N2, de la pandemia de 1957, estaba formado por hemaglutinina y neuraminidasa. Estudios filogenéticos revelan que estas nuevas glicoproteínas emergentes se originaron de virus de aves y que entraron a la población humana después del rearreglo con cepas de influenza de origen humano.
Sin embargo, los virus relacionados con la más devastadora pandemia de influenza (1918-1919) al parecer fueron introducidos a la población humana sin ningún evento de rearreglo. Hasta la fecha, 15 hemaglutininas y nueve neuraminidasas han sido identificadas en las aves, que representan un gran reservorio del virus de influenza que puede ser transmitido a otras especies. En mayo de 1997 un virus de influenza fue aislado del aspirado traqueal de un niño de tres años de edad en Hong-Kong, quien falleció días después de su admisión al hospital. El infante murió de neumonía por influenza, síndrome respiratorio agudo, síndrome de Reye, fallo multiorgánico y coagulación intravascular diseminada. No se le conocía enfermedad alguna antes de ser hospitalizado.
El virus no pudo ser caracterizado por la prueba de inhibición de la hemaglutinación (HI) con antisueros de hurones contra virus humanos y porcinos. Análisis posteriores demostraron que el subtipo del virus era influenza A H5N1, un subtipo que no había sido previamente identificado en los seres humanos.
El virus de influenza A H5N1 cumple dos de los tres importantes criterios para considerarlo un nuevo virus de influenza con carácter pandémico: la habilidad para replicarse en los seres humanos y la ausencia de anticuerpos para este virus en la población humana. El tercer criterio es su capacidad de dispersarse de hombre a hombre, lo cual no ha sido observado.
Aproximadamente seis meses después del primer caso de infección humana con el subtipo H5N1, se confirmaron 17 casos más y cinco de ellos fueron fatales. Resultados preliminares de secuenciación probaron que todos los genes son de origen aviar, sugiriendo transmisiones independientes múltiples de pájaros infectados a las personas. Si la transmisión entre especies ocurre en periodos de actividad de influenza humana, el mismo hombre podría funcionar como un vaso mezclador. Aunque no existe evidencia de una eficiente dispersión del virus, su detección ilustra la importancia de un intensivo sistema de vigilancia epidemiológica.