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La tevé, un miembro más de la familia, por Beatriz Sarlo

Los niños, la TV, la familia y la escuela

Una encuesta informa que la mitad de los chicos que tienen entre 11 y 17 años hace la tarea para la escuela mientras mira televisión. Por supuesto, comentaristas despavoridos acompañaron los previsibles resultados de la encuesta con observaciones también bastante previsibles. Pero no se oyeron algunas preguntas.

La más importante es sobre el uso de la televisión como ruido de fondo no sólo de los hogares sino de los restaurantes, los boliches y pubs, los kioscos donde se come una milanesa por un peso, las verdulerías y todo otro tipo de comercio. A pocos se les ocurriría sostener que los mozos de un bar trabajan mientras miran televisión. Sería una idea ridícula, que la más distraída observación de lo que sucede en un bar desmiente de inmediato. Entre cliente y cliente, un mozo, eventualmente, puede echarle una mirada a la pantalla del televisor que está colgado a dos metros de altura sobre el mostrador en un rincón del local, pero no camina llevando una bandeja con cuatro cafés, cuatro vasos de agua, cuatro vasos de jugo y cuatro galletitas mientras mira televisión. El verdulero tampoco mira la pantalla mientras pesa dos kilos de alcauciles.

La coexistencia entre un aparato de televisión y una persona en un mismo lugar no es certificado de que se lo esté mirando. Los encuestadores no se preocuparon por este detalle del uso concreto de los aparatos cuando plantearon sus preguntas que, por eso, no suenan demasiado inteligentes.

Me gustaría saber, por ejemplo: ¿cómo está colocado respecto del receptor el chico que hace su tarea "mirando televisión"? ¿La televisión funciona como centro de la atención o como fragmento de una banda hogareña de sonido e imágenes? Si la televisión funciona como "fondo", una especie de radio a la que viene adosada una caja de imágenes que no se atienden de igual modo cuando se está haciendo la tarea de la escuela que cuando se miran los programas favoritos, entonces debería examinarse bien ese porcentaje aparentemente escalofriante de niños que con un hemisferio cerebral resuelven un problema de regla de tres simple y con el otro siguen la programación del día.

La misma encuesta informa que el treinta por ciento de los chicos mientras mira televisión también escucha música. Acá, de nuevo, es necesario imaginar si el chico escucha música con auriculares o escucha música porque ha bajado al mínimo el sonido de la televisión, conservando las imágenes como una especie de ventana rectangular que altera la monotonía del espacio. En cualquiera de las dos alternativas, el chico tendría algo así como una "atención compartida". Sería interesante que la encuesta hubiera investigado precisamente eso: la "atención compartida" y las posibilidades intelectuales y sensibles de esa especie de bifurcación de percepciones.

La escenografía de una vivienda ciudadana incluye, en el ciento por ciento de los casos, un aparato de televisión, que está allí como la mesa de la cocina. Es un mueble que tuvo rasgos excepcionales, pero que hoy se ha incorporado a la "normalidad". No sucede lo mismo con una computadora, ni mucho menos con una que esté conectada a Internet. Es imposible, salvo que se ocupe un departamento de seis ambientes en Palermo Chico, no estar situado a pocos metros de un aparato de televisión que no simboliza un plus de confort o de tecnología sino un piso mínimo, la entrada más barata a un mundo que no sea el del trabajo, la escuela o la familia. Cuanto más pobre sea una vivienda, más importancia tendrá ese aparato ya que no estará rodeado de otros aparatos, ni de otros objetos, ni se podrá prescindir de él porque otras opciones están a mano.

Tanto como a la escasez de medios materiales, los más pobres están atados a la televisión o, para decirlo de otro modo, cuanto más pobre sea una vivienda más importante será el aparato de televisión ya que no estará compitiendo con otros gadgets (electrodomésticos).

El sonido de la televisión es el sonido del hogar, y las voces de la televisión son las voces de la más estricta familiaridad cotidiana. Por eso, a la gente que aparece por televisión se la llama por el nombre de pila, como si se tratara de vecinos del barrio que al mismo tiempo son hiperbólicas celebrities. Nunca los fieles estuvieron más cerca de los dioses de su culto. Como ocupa el corazón de la casa, la televisión no es algo que sucede de vez en cuando, sino un ambiente en el que se vive. La frase "hacer la tarea mientras se mira televisión" tiene que ver con este carácter de pegajosa gelatina ambiental que la televisión tiene en todas partes. Es como "hacer la tarea" mientras llora el hermanito, la abuela se pelea a los gritos con la madre, el padre habla de fútbol con un cuñado que pasó después del trabajo, y la hermana mayor discute por teléfono con un novio: las voces y ruidos de lo cotidiano.

Ahora bien, me queda otra pregunta: ¿por qué es posible hacer la tarea mientras se mira televisión? La respuesta habla más de la calidad de la escuela que de la televisión y quisiera pensarla hasta el próximo domingo.