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El amor para toda la vida, ¿una utopía?

El mundo cambia. Crece la expectativa de vida. Y mientras algunos creen que el tiempo es verdugo del amor, otros encaran un desafío: consolidar el vínculo de pareja... según pasan los años.

Fue una noche clara que alumbraba tan sólo el lucero/ Junto a mi humilde ventana "te juro –decía–, mi amor es eterno"/ Yo le di mi vida y entre dulces promesas se fue/ Sola y conmovida a la reja mi amor le confié.

En 1932, Luis César Amadori, que como cineasta dirigió casi cincuenta películas, entre ellas Dios se lo pague, El barro humano y Nacha Regules, escribió estos versos que son parte del tango Ventanita florida. Como ésta, cientos de canciones, en los más diversos géneros y en la música de todo el mundo, lamentan la fugacidad del amor, la decepción en que termina la esperanza de que un sentimiento se prolongue y se consolide en el tiempo. El cine, la literatura, las leyendas urbanas, las creencias personales, la iconografía amorosa de nuestra cultura, parecen reforzar esa idea.

¿Es así? ¿El tiempo es el verdugo del amor? ¿Todo amor es una ráfaga? En su clásico ensayo El amor y Occidente, el sociólogo e historiador suizo Denis de Rougemont dice que el amor feliz no tiene historia. "Sólo el amor mortal es novelesco; es decir, el amor amenazado y condenado por la propia vida –reflexiona–. Lo que exalta el lirismo occidental no es el placer de los sentidos ni la paz fecunda de la pareja. Es menos el amor colmado que la pasión de amor."

Este patrón afectivo, que con facilidad suele llevar a confundir sufrimiento con amor, se ve reforzado en tiempos que, como el presente, están atravesados por la ansiedad y tienen la fugacidad como sello. La velocidad se ha convertido en un valor en sí mismo y los resultados son más importantes que los procesos a través de los cuales aquéllos se alcanzan. Esto tiene sutiles y profundas repercusiones en el plano de las relaciones de pareja. Para entenderlas, conviene echar una mirada en perspectiva.

Los artefactos de cualquier tipo (de comunicación, electrodomésticos, informáticos, de transporte) deben ser siempre de última generación, aunque estén en perfectas condiciones y presten sus servicios de una manera adecuada. El delivery, la entrega a domicilio, excede el campo de la comida y se extiende a todos los ámbitos de la vida cotidiana. De una manera subrepticia, se instala también en el espacio de las relaciones humanas. Quien afine la percepción, escuchará con frecuencia (o se sorprenderá oyéndose decir a sí mismo) frases del tipo: "Esta relación no me sirve", "así no me servís", "esta pareja no me sirve". Cuando la base de un vínculo es la utilidad, ésta se debe comprobar de modo inmediato. Si no es así, se impone seguir en la búsqueda del "útil" de marras. Entonces se cambia de amigo sin haber profundizado la amistad, de socio sin haber desarrollado la sociedad o de pareja sin haber profundizado en los alcances del posible vínculo amoroso. La ansiedad reemplaza a la paciencia. Se aspira a llegar sin viajar.

De relojes y de brújulas

Como señala Stephen Covey (especialista en crecimiento personal, autor de Los siete hábitos de la gente altamente efectiva), vivimos en una era en la que el reloj ha desplazado a la brújula. Si advertimos que aquél marca el tiempo pero no aclara los rumbos ni permite fijarlos o saber dónde estamos, se comprende el dramatismo de la metáfora. "En tu relación con cualquier persona pierdes mucho si no te tomas el tiempo necesario para comprenderla", advierte Covey. Buena premisa para adoptar cuando se trata del amor en los tiempos de la velocidad.

El tiempo no puede ser suprimido como factor esencial en la construcción de una relación amorosa que aspira a la felicidad. Tampoco la brújula. No sólo se trata de que una pareja perdure en el tiempo, sino de que lo haga unida por un propósito común. Es decir, la duración de un vínculo no es un valor en sí mismo ni se logra por arte de magia. Lo primero significa que, si bien muchas parejas pueden extenderse en el tiempo, no necesariamente eso significa la existencia de un sólido y profundo lazo de amor. Pueden hacerlo por convicciones religiosas, por creencias familiares que no se cuestionan o no se atreven a transgredir, por mutuas conveniencias, por temor a la separación y a la soledad, por considerar que una separación puede dañar a los hijos, por temor a la mirada de los otros o al juicio social.

En cuanto al amor por arte de magia, si bien la fe en su existencia está muy extendida en nuestra cultura y ha sido alentada por diversos medios, lo que parece cierto cuando se observan las experiencias amorosas duraderas y felices es que el amor que las alimenta ha sido una construcción constante y consciente, un trabajo cotidiano no siempre evidente ni espectacular.

Acaso un buen ejemplo de esto sea el de Florence y Perry Arrowsmith, un matrimonio londinense que se formó el 1° de junio de 1925 y que hoy, 81 años más tarde, es el más duradero de los que se tenga noticia. Ella tiene 101 años y él, 106. Tres hijos, seis nietos y nueve bisnietos más tarde, sintetizaron durante una entrevista con la BBC el secreto de su perduración con una frase en apariencia simple: "Nunca nos vamos a la cama enojados el uno con el otro".

Parece sencillo. Sin embargo, en esas doce palabras puede encerrarse el secreto de la construcción a largo plazo. No es lo mismo irse a la cama sin discutir que hacerlo sin enojo. La discusión puede no existir simplemente porque hay uno que calla sus necesidades, sensaciones o sentimientos. O por falta de comunicación. Pero la ausencia de enojo generalmente es el resultado de un consenso, de la resolución funcional del desacuerdo que pudo haberlo provocado. Y una pareja es exitosa en la medida en que aprende a integrar sus diferencias, a convertirlas en fuente nutricia para la existencia del vínculo.

Toda pareja parte del encuentro entre dos seres únicos, singulares e inéditos. Por lo tanto, abundarán entre ellos las diferencias. Algunas pueden resultar inconciliables, como las que se refieren a valores o a elementos constitutivos y estructurales de cada persona (características físicas, origen, historia). Estas disparidades resultan fuertes y definitorias, pero son las menos. La mayoría de las diferencias suelen ser complementarias. Entendidas de esa manera, enriquecen la relación, permiten a cada uno alimentarse de elementos que no le son propios y hacen que en la sociedad amorosa la suma de uno más uno no dé por resultado dos, sino una cifra nueva e inédita, especial, que sólo puede tomar el nombre y la forma que le imprime el encuentro entre esas dos personas específicas.

Un nuevo concepto

No siempre la construcción del vínculo amoroso se consideró así, como bien lo señala el sociólogo alemán Ulrich Beck, uno de los más prestigiosos estudiosos contemporáneos de los procesos sociales. En su libro El normal caos del amor, Beck describe cómo la idea del amor es relativamente nueva, ya que hasta no hace mucho (poco más de un siglo) el concepto de familia prevalecía sobre el de pareja. Familia era la institución que ayudaba a conservar una idea de ordenamiento social y no sufría cambios de generación en generación. Dentro de ese concepto, el individuo no era lo más importante.

A raíz de los movimientos sociales del siglo XX (en particular el de la emancipación de la mujer), el individuo –sus derechos, sus elecciones– comenzó a tomar un lugar predominante en el escenario social. Diferenciación, identidad, intimidad, respeto, elección, se convirtieron en conceptos cargados de contenido. Y las parejas que se prolongaron en el tiempo comenzaron a hacerlo por nuevas y poderosas razones.

Si, como señala el psicoterapeuta transaccional Lluis Casado, de la Universidad de Barcelona, el matrimonio nació como una institución destinada a un ordenamiento de las filiaciones, las herencias y los parentescos, hoy la construcción, la consolidación y la permanencia de un vínculo de pareja obedece a otras causas. Para Casado, autor de La nueva pareja, el ser humano tiene tres necesidades básicas: 1) amor, bajo la forma de aceptación y valoración; 2) estructura; es decir, un espacio de pertenencia y reglas de juego claras en éste, y 3) encontrar un sentido a su vida, el "para qué". Construir una relación de pareja que atienda estas necesidades puede asegurar su permanencia y consistencia.

El amor duradero requiere investigación y experiencia, y el cumplimiento de ciertas condiciones:

La primera persona: clara conciencia de las propias necesidades y posibilidades, de los sentimientos y sensaciones individuales, y la determinación de expresarlos.

El otro: respetar al otro como alguien diferente de uno mismo; desarrollar la capacidad de escucharlo, registrarlo, percibir a ese "tú" que hace posible la noción de "yo". Sólo esto permite crear un "nosotros" significativo.

Las diferencias: un "yo" y un "tú" determinan la existencia de dos seres distintos, diferentes, que no están hechos a imagen y semejanza del deseo del otro. Reconocer y explorar las diferencias –complementarlas– potencia el vínculo.

El misterio: alude a aquella parte del otro que se hace inaccesible, no por ocultamiento, sino porque corresponde a sus zonas más esenciales e intransferibles. Un misterio no es un secreto y exige ser respetado.

La aceptación: una vez conocidas las diferencias y respetados los misterios de cada uno, la aceptación aparece como requisito esencial del vínculo. Aceptación no es tolerancia (aguantar la "imperfección" del otro) ni resignación. Significa tomar por bueno lo dado. El otro es quien es, la más actualizada versión de sí mismo.

El tiempo: conocer, ser conocido; aceptar, ser aceptado; explorar diferencias; tender puentes entre ellas; todo esto requiere tiempo. La ilusión, la magia y el enamoramiento son instantáneos; no necesitan conocer ni profundizar. El amor sí: por eso el tiempo es una de sus condiciones básicas.

El encuentro: el verdadero encuentro afectivo entre dos personas se produce cuando ha habido complementación de diferencias y aceptación. Un vínculo de largo alcance no comienza por el encuentro, sino que llega a él como parte de un proceso.

La responsabilidad: el respeto hacia el otro, la comprensión de que no es alguien al servicio de las expectativas de uno conllevan al ejercicio de la responsabilidad. Un vínculo responsable es aquel en el que cada quien responde por sus actos ante sí y ante el otro, sin necesidad de buscar "culpables" externos o internos.

El acompañamiento: quienes llegan a acompañarse a lo largo de un prolongado y esencial tramo de sus vidas suelen hacerlo no como producto de un juramento inicial, sino de las experiencias compartidas, los proyectos cumplidos, los propósitos alcanzados y el reconocimiento mutuo.

Un puerto de llegada

En definitiva, estas condiciones vendrían a decir que el amor duradero es un punto de llegada antes que un punto de partida. Una experiencia de construcción, una tarea en la cual cada persona se revela ante la otra en sus luces y en sus sombras. Como dice el filósofo Sam Keen en su libro Fuego en el cuerpo, el espacio de unión así constituido "puede ser el mejor hospital en donde reponerse de las antiguas heridas. La alquimia del amor incondicional que nos sanará –dice Keen– sólo se produce cuando un hombre y una mujer, conocedores de lo mejor y de lo peor de cada uno, aceptan finalmente lo inaceptable del otro y queman los puentes". De esto hablan, a su manera, los testimonios que se pueden leer en estas páginas.

Lo cierto es que el amor que dura es, de alguna manera, un amor que cura. O que previene. "Si logramos que nuestra pareja funcione y perdure habremos agregado unos cinco años a nuestra vida –afirma el doctor Paul Pearsall, de la Escuela de Medicina de Harvard y creador de la psiconeurosexualidad–. Mientras dure ese vínculo seremos más saludables; no digo que no existirán enfermedades, pero sí que dispondremos de lo que la investigación denomina amortiguador basado en el vínculo. Es un regalo de Dios por nuestro compromiso. La verdadera recompensa consiste en que conocemos lo que es el amor real." Un amor que, según él, "no sentimos, sino que construimos".

Arnold Lazarus, psicólogo clínico, profesor emérito de las universidades de Rutgers y de Yale, autor de Mitos maritales, describe así esa construcción: "Una pareja debe ajustarse a rutinas diarias que incluyen comer, vestirse, trabajar, sincronizar actividades y conductas. El objetivo es construir un capital común de actos, hábitos y experiencias que resultan de una profunda aceptación mutua, sin las falsas esperanzas y las imposibles ilusiones del ideal romántico".

Hay parejas que logran perdurar en el tiempo sin olvidar que constituyen un organismo vivo en permanente transformación, y que no pierden la capacidad de observarse, de escucharse, de sorprenderse. Acaso ellas son las que, al decir de Francesco Alberoni, célebre sociólogo italiano autor de Enamoramiento y amor, han superado el "grueso error de confundir el flechazo con todo el proceso amoroso en su complejidad". Son las que, por ese motivo, quizá nunca pronuncien versos dolidos como los de Ventanita florida. Probablemente a ellas les vayan mejor los que canta el mexicano José José en "Del altar a la tumba": Te dije que tu vida y mi vida se juntan/ que siempre seré tuyo del altar a la tumba…

Por Sergio Sinay
Testimonios Fabiana Scherer

* El autor es escritor, especialista en vínculos humanos. Entre sus libros se cuentan Vivir de a dos y Las condiciones del buen amor (Del Nuevo Extremo).

Producción: Josefina Laurent. Asistente: Mariana Di Marco. Peinó: Giselle para Roberto Giordano. Maquilló: Luz Olivieri. Agradecemos a Ralph Lauren (Av. Alvear 1780), La Mejor Flor (Honduras 4900), Lion D’Or (Patio Bullrich) y Four Seasons Hotel (Posadas 1086) por su colaboración en esta nota.

La cambiante historia del amor
Por Alan Riding / NYT

PARIS.– En el constante marketing del sexo y la violencia, la cultura popular de Occidente ignora, con demasiada frecuencia, la cambiante cara del amor. No en el sentido de chico encuentra chica: ese aspecto está cubierto por filmes, novelas y canciones, azucarados y melosos. Lo que no existe es el reconocimiento de que el amor es algo más que un sentimiento: a veces puede ser un preciso –y perturbador– índice de la evolución social.

Esa es, al menos, la premisa de una inu­sual exhibición que por estos días puede verse en la Maison de la Villette, en el este de París. L’amour, comment ça va? (¿Cómo anda el amor?) pregunta el título. Y la muestra ofrece una respuesta, pero no por medio de dulces imágenes de amantes paseando a orillas del Sena, sino con una mirada del amor a través del prisma de las convulsiones sociales francesas de los últimos cuarenta años.

Alette Farge, historiadora, y una de las que organizaron la muestra junto con la socióloga Rose-Marie Lagrave, afirma que en cualquier historia del amor la gente espera imágenes de contacto físico y belleza, pero lo interesante es mostrar qué difícil resulta amar hoy: "En el siglo XVIII, un hombre y una mujer vivían juntos durante tres o cuatro años, debido a las guerras, epidemias, muerte durante el parto y demás. Nunca como hoy las parejas nunca han tenido que vivir juntas durante tanto tiempo". Las organizadoras alegan que el amor está actualmente expuesto no sólo a nuevos desafíos, sino a la prolongada prueba del tiempo.

Para ilustrar este hecho, Farge y Lagrave han recurrido al talento de artistas como André Masson y Barbara Kruger, cineastas como Michelangelo Antonioni, Pedro Almodóvar y Wim Wenders, y fotógrafos como Robert Mapplethorpe, Raymond Depardon y Stanley Greene, entre muchos otros. El mosaico de imágenes resultante refleja la experiencia de las sociedades occidentales en las que las pautas del amor han sido alteradas por nuevas variables: el feminismo, la homosexualidad, el sida, la longevidad, los matrimonios tardíos y las madres solteras, la cirugía plástica, la moda, la declinación de los índices de nacimiento, la publicidad, la inmigración y el desempleo. En otras palabras, en ninguna parte el amor existe en un vacío. Debe enfrentarse constantemente con nuevos problemas, libertades y expectativas.

La primera sección de la muestra examina los cambios en el lugar de trabajo. La decadencia de la industria pesada, por ejemplo, en Francia y en otros países, ha incrementado el desempleo y dificultado la vida de las parejas casadas y la de sus familias. Tal vez el dinero no pueda comprar amor, pero rara vez florece en medio de las penurias económicas. Este mensaje se centra en las décadas de 1980 y 1990.

Esas décadas fueron una decepción después de las luchas sociales de las décadas de 1960 y 1970, que constituyen el tema de la segunda sección de la muestra. En Francia, esas luchas incluyeron el movimiento estudiantil de Mayo de 1968, que marcó a una generación, y también una intensa campaña para conseguir mayores derechos para las mujeres, control de la natalidad, legalización del aborto y leyes más severas para penalizar la violación.

La sección final de la muestra salta al siglo XXI, "del amor a la subversión". Con ese rótulo se alude a la alteración de las leyes tradicionales del amor, a medida que las personas se disponen a buscar nuevas versiones de la felicidad, tal como lo revelan el creciente número de matrimonios gays junto con la disminución de los matrimonios heterosexuales, la obsesión con la apariencia física y el anonimato de las citas por Internet.

Pero no todo en la muestra es solemne. De hecho, un film breve, Pacotille, de Eric Jameux, atrajo una multitud. En el film, Thierry le regala a Karine un collar con un pequeño corazón y señala las inscripciones. De un lado dice: "Más que ayer"; del otro: "Menos que mañana". Karine no entiende. Thierry le explica que cada día la ama más. "¡Pero dijiste menos!", le replica ella. Thierry intenta explicárselo de nuevo, pero sin resultado. "Quiero a alguien que me ame lo mismo cada día", declara Karine... y lo deja plantado.

* El autor es escritor y periodista

Traducción: Mirta Rosenberg/The New York Times

Para toda la vida
Lorena Feustel y Gerardo Bosio: 12 años juntos

Día a día le juro amor eterno", cuenta Lorena (31) delante de Gerardo (33), su "hombre ideal". La historia de ambos puede reconstruirse como una fotonovela: allí están las imágenes enmarcadas que ocupan paredes, modulares y estantes del departamento que comparten en Barracas.

"Lo nuestro empezó con una cita a ciegas –dice Lorena con Tomás, el hijo de la pareja, de 14 meses, en sus rodillas–. En 1994 estaba estudiando con una amiga cuando ella recibió la llamada de su novio invitándola a salir. Al rato, la invitación incluyó a un amigo. Así conocí a Gerardo. Cuando lo vi fue más que una grata sorpresa. En este tipo de encuentros, una siempre espera lo peor."

El galán en cuestión reconoce: "Puedo decir que fue amor a primera vista".

En el momento en que se conocieron los dos estaban "saliendo con otro", pero eso no importó demasiado. "Al fin de semana siguiente volvimos a salir –narra con lujo de detalles Lorena, como buena abogada que es–. El 14 de mayo de 1994 nos conocimos y el 21 nos dimos el primer beso."

El buen humor fue el arma de seducción: "Me dio vuelta como una media", admite ella. La relación fue afianzándose hasta llegar a comienzos del nuevo milenio. Entonces comenzaron a convivir. "Al tiempo de mudarme solo, ella trajo el cepillo de dientes –dice Gerardo–. Y después nos separamos."

"En realidad, no fue la convivencia lo que nos separó, porque nos llevábamos rebién –aclara Lorena–. En un momento nos preguntamos cuál era el paso a seguir en nuestra relación. El siguiente era casarnos. En ese momento nos preguntamos sinceramente si nos queríamos casar. Creo que nos agarró un poco de miedo escénico. En aquel entonces yo tenía 25 años y desde los 19 había estado con él." No se sentían listos para dar el gran paso y decidieron darse un tiempo. "Lo necesitábamos, y nos sirvió", reconoce Lorena, y su pareja asiente. Durante ocho meses estuvieron separados, hasta que el casamiento de unos amigos en común los volvió a unir. Al tiempo estaban compartiendo un café, "y el cepillo volvió a casa".

En la iglesia de Guadalupe, en 2001, Lorena y Gerardo juraron estar juntos hasta que la muerte los separe. "Casarnos fue maravilloso, y tener a Tomás, el paraíso –resume ella–. Lo más importante de nuestra historia es que nosotros nos volvimos a elegir." Lorena y Gerardo sellan el encuentro con un beso. Tomás sólo mira.

Mirar siempre hacia adelante
Isabel Estévez y Ricardo Rivera: 29 años juntos

En la iglesia de Santo Domingo, el 29 de julio de 1977, Isabel Estévez caminaba blanca y radiante hacia al altar donde la esperaba Ricardo Rivera, el hombre con el que decidió compartir su vida. Veintinueve años después, Isabel (51) y Ricardo (55) se muestran felices, compañeros de la vida y de la profesión que ambos eligieron: la de contador público.

"Creo que la única manera para que un matrimonio sobreviva tanto tiempo es la de saber ceder, la de no imponer sólo lo de uno, la de equilibrar –analiza Ricardo–. Hoy, lo que veo en las parejas jóvenes es que no aguantan nada del otro. "

"Crecimos juntos. De alguna manera nos hemos hecho el uno al otro –asegura Isabel–. En aquella época, la mayoría se casaba muy joven, no como ahora. No digo que esto esté mal; al contrario, la perspectiva de vida hoy es mayor; así que lógicamente quieren experimentar, estar más tiempo solos."

Se conocieron en el cumpleaños de 15 de Isabel. Ricardo fue invitado por intermedio de una amiga que tenían en común. Se hicieron buenos amigos y a los dos años comenzaron a salir en grupo. "Luego lo hicimos solos; bueno, con la hermana de Isabel. Ibamos los tres para todos lados –describe Ricardo–, lo que me obligó a buscarle un compañero."

Luego de cuatro años de noviazgo, Ricardo e Isabel decidieron casarse y, con la ayuda de sus familias, compraron un departamento en La Paternal. "El primer año de convivencia fue el más difícil –reconoce la contadora–. Es el momento en que uno descubre a la otra persona."

A los dos años de casados llegó Laura; luego, Pablo. "Siempre tuve en claro el lugar de los hijos y el del marido –asegura Isabel–. Con el tiempo, los hijos se van y el marido se queda en casa." Y la que se fue del departamento de Almagro, donde actualmente vive la pareja, fue Laura. "Hace dos años se instaló en un departamento a dos cuadras de acá –cuenta el papá–. Pablo sigue con nosotros." Mirar hacia adelante, tener siempre un proyecto entre manos: ésa es la clave de Isabel y Ricardo. "Es importante saber dedicarnos tiempo", concluye el hombre que todas las mañanas despierta a su mujer con un buen desayuno. Ella no duda: "Cómo no voy a estar 29 años a su lado".

En la vida y en la ficción
Arturo Puig y Selva Alemán: más de 30 años de amor

De verdad, no conozco otra pareja que haya tenido por tanto tiempo una pasión de­senfrenada como la nuestra. Ahora estamos un poquito más tranquilos", dice Selva Alemán (62), ante la aprobación pícara, pero aprobación al fin, de Arturo Puig (61). En el mundillo actoral, Selva y Arturo cargan con la fama de ser un matrimonio bien constituido, la pareja que superó todos los altibajos de la profesión y las tentaciones mismas del mundo del espectáculo.

"Los matrimonios duraderos parecen hoy una rareza –analiza la actriz–. Lo que me llama la atención es lo rápido que se les acaba la pasión; este período es cada vez más corto. En una época se hablaba de la comezón del séptimo año. Ahora se llega a hablar, cuando mucho, de cuatro años. Nosotros hemos tenido pasión por largo, largo tiempo."

"Tal vez la razón por la que se haya dado es que nunca nos hemos presionado en ningún aspecto –agrega Puig mientras se acomoda al lado de su mujer en el amplio sillón ubicado en el living de su casa, en Belgrano–. Nuestra relación ha ido fluyendo a lo largo de los años sin exigencia por parte del otro."

Cuando se les pregunta por la cantidad de años que llevan juntos, ambos ríen, se miran y comienzan a sacar cuentas. "Somos un desastre –reconoce Selva–. Es que no le damos importancia a eso de las fechas; no recordamos ni el día en que nos conocimos, ni siquiera el día en que nos fuimos a vivir juntos. De hecho, cuando nos casamos decidimos poner como fecha mi cumpleaños, el 30 de abril, para no olvidarnos. Si no, ni siquiera recordaríamos ésa."

Selva y Arturo deben su encuentro a Alejandro Romay y Diana Alvarez, cuando fueron convocados para un unitario. "Por aquel entonces yo había terminado de hacer Carmiña (1975), que había sido todo un éxito, y Selva volvía a trabajar en televisión después de muchos años de no hacerlo", cuenta Puig. "Hacia siete años que no trabajaba –toma la posta Alemán–. Me había casado y retirado. Cuando las cosas comenzaron a andar mal en mi matrimonio decidí volver, primero al teatro y luego a la tele. Cuando me llamaron y me hablaron de Arturo, al principio dudé de la capacidad de él como actor, hasta que nos presentaron."

"Hubo una conexión inmediata", reconoce él. "Fue inevitable. Lo nuestro fue inevitable –asegura la actriz–. Estuvimos un año y medio luchando en contra de la pareja, poniéndonos en la cabeza que lo nuestro no podía ser. Los dos estábamos casados. Pero no hubo manera, no podíamos estar separados."

"No todo fue color de rosa –confirma Puig–; a lo largo de nuestra relación pasamos por momentos muy difíciles y estuvimos un millón de veces a punto de separarnos."

En lo que va del año, la pareja encontró en Quién le teme a Virginia Woolf, la pieza de Edward Albee, con dirección de Luciano Suardi, una buena terapia (la misma que Elizabeth Taylor y Richard Burton): gritos, golpes y más gritos.

"Y sí, hacemos un poco de terapia allá arriba –reconoce Selva–. Nos pegamos, nos caemos, tenemos luchas por el piso. Peleamos tanto que cuando llegamos a casa no tenemos ganas de decirnos nada que pueda molestarnos."

En el escenario del Teatro Regina (Santa Fe 1235), Alemán y Puig son la insufrible y caprichosa Marta y George, un agobiado profesor de historia. Una pareja conflictiva que despierta sensaciones movilizantes en el público. "Creo que el plus de esta reacción en la gente tiene que ver con que somos un matrimonio en la vida real –analiza Puig–, una pareja idealizada; por eso, cuando nos ven en escena insultándonos, golpeándonos, no dejan de sorprenderse."

Quién le teme a Virginia Woolf les exige un gran desgaste físico. "Estamos esperando poder hacernos una escapadita de tres o cuatro días para reponer energías", confiesa Alemán, que ya en escena sufrió varios golpes no forzados por parte de su marido, como cuando se le partió un diente en plena función. "Tuve que terminar con el diente en la mano."

Los viajes no sólo son un escape de la rutina en la vida de los actores, sino una puerta de entrada a la pasión, esa que forjó la pareja y que hoy, como bien dice Selva, "la mantiene tan viva".

Escapar de la rutina
Patricia Mercado y Sebastián D’Auria: sin papeles

Somos concubinos legales –aclara Sebastián D’Auria (31)–. Fuimos al Registro Civil, hicimos el trámite para que nos reconocieran como pareja para ciertas cuestiones legales; si no, ni siquiera lo hacíamos."

Entonces, ¿por qué no casarse? Esa es la pregunta que Sebastián y Patricia Mercado (34) debieron contestar una y otra vez. "Mi mamá no lo podía entender", cuenta ella. "No necesito casarme para poder estar con alguien y decir que es mi pareja", defiende la postura Sebastián.

Las fallidas experiencias de amigos cercanos y de familiares los mantienen lejos del casamiento. "No conozco a nadie que haya sobrevivido al matrimonio. La mayoría de los que conocemos se separaron; entonces, para qué quemar lo que tenemos", sostiene el muchacho, que trabaja en Telefé poniendo al aire las tandas y los avances de los distintos ciclos.

Hace nueve años que Patricia y Sebastián están juntos. "Desde que nos conocimos, nunca más nos separamos –cuenta ella con cierto romanticismo–. Por aquel entonces trabajaba en un minishop de una estación de servicio, en Villa Pueyrredón, y él, de repartidor de comidas frente a la estación."

"Me la pasaba en el minishop comprando cigarrillos, helados, chupetines, lo que fuera, para verla –confiesa–. Cada vez iba más seguido, con la idea de conocerla, de seducirla. Y resultó."

A la salida del trabajo, Sebastián la pasaba a buscar con la bici. Ella, sentada de costado, disfrutaba del viaje. "Ni cuenta nos dábamos de los autos que pasaban por nuestro lado", recuerda Patricia, que actualmente trabaja como administrativa contable. Desde aquellos encuentros nadie pudo separarlos.

En Villa del Parque alquilan, desde hace cuatro años, un departamento. "Estamos muy bien, y por supuesto que tenemos peleas –confiesa Sebastián –. No somos la pareja ideal. ¿Existe la pareja ideal?"

Ambos coinciden en que una de las claves de la relación es el horario laboral rotativo de Sebastián. "Estamos acostumbrados a tener nuestros momentos de soledad –asegura Patricia–. Escapamos de la rutina". "Hay semanas en las que quizá nos vemos una o dos horas por día –aclara él–; eso nos da tiempo para extrañarnos. Y nos extrañamos mucho."