Experiencias

Psicosexualidad masculina: del sufrimiento al éxtasis

Existen distintas teorías y escuelas que tratan de comprender, explicar, medir, orientar, educar, sanar la sexualidad humana, a continuación una reflexión sobre ellas.

Autor/a: Juan B. Prado Flores*

Indice
1. Desarrollo
2. Bibliografía
3. Paradojas de la sexualidad masculina

Panorama

La sexualidad humana en desarrollo desde la concepción hasta la muerte, se siente, se expresa, se comunica, se comparte, como una experiencia sensible y expansiva de intimidad con uno(a)  mismo(a) y de interacción e integración crecientes con el exterior, concibiendo y engendrando vida mediante contacto genital o sin él.

Al descubrir que un nuevo ser humano está en gestación y aún antes de que conozcamos su sexo genital, éste es ya fuente de amplias expectativas; el saberlo, toca en el núcleo familiar y social los más sensibles lazos del afecto: como neonatólogo no recuerdo respuestas más intensas y dolorosas que las del padre de la criatura cuando recibe la noticia de que su recién nacido tiene genitales ambiguos. Al nacimiento de mi hijo mayor yo sentí que en él me continuaba yo; cuando estaba naciendo mi primera hija sentí que en ella se prolongaba la Vida. Mi alegría fue indescriptible.

Existen distintas teorías y escuelas que tratan de comprender, explicar, medir, orientar, educar, sanar la sexualidad humana. Mucha gente se ha ocupado de ello, su labor ha sido grandiosa; pero un modelo que nos llevara a reconocernos, experienciarnos y expresarnos como seres humanos en desarrollo; que fuera accesible a todos sin distinción de edades, sencillo, práctico, a la vez que psicológicamente válido y que nos introdujera y mantuviera en el proceso individual y comunitario de una sexualidad de integración, no había sido formulado sino hasta éstos últimos años. Entrar en él, disfrutarlo y compartirlo, es, para cada vez más seres humanos, la experiencia más plena y agraciada.

Experienciar la propia sexualidad implica sumergirse en el proceso bio-psico-espiritual de autointegración, del cual, espontáneamente surge la capacidad de proteger y nutrir la sexualidad propia y la de los demás. Cuando no es así, se hace claramente manifiesto en el individuo que algo está impidiendo su natural expansión.

Un modelo no intrusivo que nos permita crecer como seres sexuados y sexuales, incluye el que no hay nada exterior a nosotros a lo que tenga que subordinarse nuestra sexualidad en desarrollo: ni a las necesidades que surgen de elaboraciones teóricas acerca de ella, ya sean filosóficas, ideológicas o doctrinales; ni al funcionamiento de la comunidad familiar, ni a las necesidades corporativas del trabajo o la empresa, menos aún a aspectos sociales, económicos o políticos. Y no sólo porque más frecuentemente de lo que nos imaginamos estas instituciones y sus “necesidades” violan las leyes del crecimiento personal y comunitario1, sino porque nuestra sexualidad es lo más frágil, delicado y sagrado que tenemos; la expresión de lo más intimo y personal de y en nosotros, y porque en ella reside el potencial de autodesarrollo y de comunión, con los demás y con el Mundo.

A trasluz de la propia historia, podemos revisar algunos aspectos del entorno que han afectado, positiva o negativamente, el desarrollo de nuestra psicosexualidad y así darnos cuenta que la manera como nos experimentamos ahora como seres sexuales tiene que ver, no solamente con nuestro pasado, -sea éste reciente o lejano-, sino también con nuestro futuro, individual y colectivo.

Entorno familiar/social y desarrollo psicosexual

Todo niño y toda niña enfrentan dos tareas importantes. La primera es el desarrollo de su identidad  de género: ¿Quién soy yo como varón o como mujer? Su segunda tarea es la de su individuación: ¿Quién soy yo como individuo?

La niña, generalmente va adquiriendo y fortaleciendo su identidad de género al mantener su contacto cotidiano con la figura materna. Para ella, la individuación tendrá un mayor grado de dificultad, pues a veces está tan emocionalmente identificada con su madre que llega a no distinguir bien cuales sentimientos son suyos y cuales de mamá.

Para el niño, en cambio, desarrollar su identidad de género suele tener un mayor grado de dificultad; ésta se va generando mediante la separación de la madre (o de la figura femenina). Es entonces que el varón se reconoce como tal, pero no de una manera positiva como: ‘soy varón’, o como: ‘se siente bien ser hombre’, etc., sino mediante un: no ser como mamá (y socialmente como ‘no ser marica’, ‘no ser chillón como las niñas’, ‘no ser miedoso como las mujeres’...).

Esta experiencia de separación y de diferenciación respecto a la mujer puede facilitarle al pequeño su proceso de individuación, pero suele proporcionarle sólo un endeble punto de soporte a su identidad de género. Ésta, será modelada básicamente por la figura masculina, la que frecuentemente mantiene una cierta distancia, a veces insalvable, hacia el hijo varón, cuando el progenitor sigue luchando por sostener su precaria identidad de género y continúa tratando de reafirmar su individuación, lo que no sólo lo mantiene alejado del hijo, sino aún de sí mismo.

Entonces el pequeño va aprendiendo de esa figura (muchas veces ausente), y de la predominante cultura masculina, a ser independiente, competente, invulnerable; esto es, a tratar de mantener bajo control tanto el mundo exterior como el de sus sentimientos de temor, confusión e inseguridad, los cuales son inherentes y acompañan al desarrollo emocional y psicosexual, sin que haya nada anormal en ello. Sólo que tiene que aprender a atenderlos.

Biopsicología de la sexualidad de dominio

Siendo nuestra sexualidad un maravilloso don, la ausencia de un modelo-proceso que la valide, proteja y organice, ha llevado a que, por todas partes y en todo el mundo, se haya extendido una aguda sexualidad masculina de dominio, que somete, controla, comercializa, manipula, devalúa, violenta, la sexualidad humana, muchas veces desde la vida intrauterina,3 mediante dolorosos actos de agresión, abandono, rechazo.

Estos eventos quedan encapsulados en los tejidos corporales como material-ligado-a-la-experiencia traumática mediante neuropéptidos y otras sustancias mensajeras, que actuando sobre el ADN, elaboran el sustrato proteico y bioquímico de hábitos, memorias, asociaciones, emociones y aprendizajes que establecen patrones de tensión, miedo e hipervigilia, convirtiéndose, literalmente, en nuestra química corporal.

Muchos de los efectos psicológicos de toda experiencia menos que nutricia en lo sexual y en otros ordenes, podemos catalogarlos como castrantes (Freud), tanto para hombres como para mujeres y se caracterizan por: miedo, culpa, vergüenza, humillación, la imposibilidad para actuar libremente, la evitación de la competencia, el deseo de renunciar al poder personal, la convicción de que no se puede conseguir lo que se necesita, entre otras muchas variantes que son, todas y cada una de ellas, huidas de la vida.6

De no revertirse este complejo andamiaje mediante un proceso que incluya el acceso al medio intracelular alterado por las experiencias traumáticas,5 persistirá este estado como fuente de sufrimiento a lo largo de la vida de la víctima de abuso y de quienes estén a su alrededor, cuando el abusado se convierta a su vez en abusador. Esto lo podemos corroborar a lo largo de vidas enteras, a lo ancho de la historia, y ahora mismo en su impactante actualidad.

Consecuencias de una psicosexualidad de dominio

En ausencia de un modelo-proceso integrador, el miedo de un encuentro humano íntimo hará surgir en el varón actitudes violentas de control y de dominio, ajenas a una sexualidad en desarrollo. Este rasgo -de una cultura poco evolucionada- ha sido, sin más, identificado como la psicosexualidad masculina, que ni tiene que ser así ni tiene nada que ver con una bio-psico-sexo-espiritualidad en movimiento, sino que más bien es la trágica expresión, a nivel sexual, de una sociedad enferma, violenta, ciega.

La identificación de la niña con su madre le enseña a ser vulnerable y a tender hacia la intimidad y la mutualidad. Pero al crecer, pronto se encuentra con ese mundo masculino de dominio y control opuesto a la vulnerabilidad, la cercanía y la intimidad del hogar (que desde luego no son privativas del género y la psicosexualidad de la mujer, sino que se experimentan y expresan con un matiz masculino o femenino y que tanto hombres como mujeres deseamos). Como resultado se produce un espectro que va desde la sumisión incondicional y la codependencia, hasta una distancia abismal entre el hombre y la mujer cuando aquella actitud y conducta masculina de control ha permeado y contaminado la psicosexualidad de ella. Entonces vendrá la lucha entre ambos tan explícita en la mentalidad, actitud, lenguaje y conducta sexistas, lo que se manifiesta como un competir entre sí por el dominio en la relación, consumándose el divorcio espiritual en la pareja.

Mientras que el movimiento feminista puede ayudar a la mujer a desarrollar su individuación, el varón frecuentemente permanece sin resolver el asunto de su identidad de género1, y sin poder vivir su sexualidad plenamente. El resultado puede ser que la mujer mantenga su desarrollo como individuo, mientras el varón permanece sin acertar a dar pasos en la dirección de su integración psicosexual. Eso es doloroso, sobre todo si estaba de por medio un proyecto de acompañarse, hombre y mujer en su mutuo crecimiento, de nutrirse, de compartir la vida y de darla en un sentido incluyente de lo biológico y aun en lo trascendente, lo que no es en absoluto ajeno a la condición humana, pues nadie ni nunca, ha sido destinado a la esterilidad (E. M. McMahon). El drama continúa cuando todos estos sueños en común, terminan rompiéndose en pedazos.

El efecto básico del bloqueo o la detención del desarrollo humano es el sufrimiento espiritual, y como nuestro espíritu está enraizado en nuestro ser sexuado, el hombre estará más o menos impedido para tener relaciones cercanas, de auténtica intimidad y compromiso tanto con mujeres como con hombres. Le tememos a la gente y nos aislamos de ella7, o nos acercamos de más, rompiendo los sanos límites sexuales; surge entonces soledad, autoprotección, y/o agresión, que terminan desconectándonos de la realidad interior -la que se nos va haciendo insoportable-, y de la exterior, viviéndolas como amenazas o como el enemigo que hay que vencer o conquistar. El dolor que entonces emerge puede ser de tal magnitud que sólo queramos huir de él; entonces buscamos cualquier cosa que nos haga olvidar o que anestesie nuestro dolor y pronto encontramos sustancias, cosas, o personas, que malusamos para aniquilar el miedo, la confusión, la incertidumbre, la ira o una insufrible desesperación. Estamos en el origen de muchas adicciones.8,9

Al desconectamos de nuestros sentimientos, vamos ahogando nuestros afectos, perdemos el aspecto relacional de la vida, y llegamos a sentirnos como mutilados. Para entonces ya nada es más importante que la adicción, pues nuestro cerebro depende de y exige el estímulo adictivo cada vez en mayor grado. Ha perdido ya nuestro cuerpo, la capacidad de sentir, de contactarnos con la realidad y con ello también se nos ha agotado la energía necesaria para la recuperación. Los primeros que se dan cuenta de ello son los demás; nosotros llegamos a “pisar fondo” hasta que nuestra autoestima se encuentra en un nivel de inexistencia y/o cuando actuamos contra los demás y contra nosotros mismos grandes dosis de indiferencia, rechazo, odio, y destrucción. Esta cascada hacia el desastre ha pasado frecuentemente por problemas de salud que pueden expresarse como enfermedades psicosomáticas o psicoemocionales: asma, hipertensión, ulcera, colon irritable, artritis, disfunción sexual, así como enfermedad mental que llega a expresarse socialmente como criminalidad.

Hay ahí contenida una enorme carga de energía sexual que al quedar bloqueada se transforma en la violencia que está destruyéndonos y destruyendo nuestras sociedades y al Planeta mismo. Lo increíble es que queramos solucionar tan complejo problema con solamente mejores gobernantes, más recursos económicos, leyes más rígidas, mejores policías, cárceles y medicamentos (lo que por supuesto también tiene su lugar e importancia), cuando el problema y la solución están, en cada uno de nosotros.

El modelo bio-psico-espiritual

Cuánta falta hace pues, tanto en lo sexual como en un contexto más amplio de desarrollo humano, una técnica-proceso que nos anime a mantenernos en contacto con nosotros mismos y así, poder adquirir la capacidad de responder y de comprometernos con nuestro desarrollo y el de los demás, con la naturaleza y el creyente con el fundamento del ser, como quiera que lo conciba. La adopción de este sencillo modelo será un aprendizaje básico no sólo para los adultos, quienes tendremos que detenernos a atender nuestro proceso de integración psicosexual tan frecuentemente descuidado, sino también para ofrecerlo a nuestros niños10 y jóvenes11 como el organizador de su energía sexual hacia un saludable desarrollo y expresión. Pero vale decir algo que al respecto hemos estado aprendiendo mediante la experiencia bio-espiritual:

Yo no puedo tener intimidad con nadie si no me permito ser vulnerable ante mí mismo y si no asumo mi propio dolor, confusión, vergüenza, etcétera, como los llevo físicamente en mi cuerpo sexuado. No puedo crear comunidad a ningún nivel, si antes no me veo a mí mismo como un amigo en quien puedo confiar y a quien escucho y atiendo. Si soy incapaz de poseer mis propios sentimientos y aun mi maldad,5 ¿cómo podré acompañar a otros con los suyos; sobre todo con los incómodos, los dolorosos con todo y las historias que hay debajo de ellos? Si mi sexualidad está bloqueada, reprimida o hiperactiva, ¿cómo podré estar de un modo respetuoso y aun reverente ante y con la expresión de la sexualidad de los demás (hombres y mujeres)? Si yo no experimento mi sexualidad como un continnum que aprecio, cuido, y cultivo, ¿cómo podré acompañar ese mismo proceso en otros? ¿Acaso no está todo esto en la base de una sana vida comunitaria y una sociedad en evolución?

Independientemente de la manera y del grado en que la herencia, el ámbito familiar, el ambiente social en la escuela y el trabajo, la religión y la cultura en general, hayan influido ya positiva, ya negativamente en el nivel de dificultad, conflicto o bloqueo en nuestro desarrollo, necesitamos recorrer el camino mediante el cual, nuestra psicosexualidad pueda ser experimentada como el proceso de la congruencia –que es la habilidad consciente de sentir fisiológicamente nuestros sentimientos y permitirles simbolizarse acertadamente12- hacia el autodesarrollo. Una psicoterapia apropiada llega a ser imprescindible, pero el asumir la realidad de nuestro ser sexual desde el estado que ahora mismo se encuentra, es nuestra indeclinable tarea y responsabilidad.

Pero, ¿qué no es peligroso contactar con nuestros sentimientos sexuales?, ¿qué no debemos mantener a raya todo vestigio de descontrol de nuestra sexualidad? o, ¿qué no más bien debemos dejar que ella instintivamente fluya? La respuesta, desde nuestro punto de vista, es que no, ni siempre, ni necesariamente:

Gracias a los descubrimientos de E. T. Gendlin13 hechos mediante una cuidadosa investigación de 15 años en el Departamento de Ciencias de la Conducta de la Universidad de Chicago y de sus discípulos y después colaboradores, Peter A. Campbell y Edwin M. McMahon, quienes llevaron aquellos descubrimientos al terreno de la bio-espiritualidad,14 hoy contamos con el modelo-proceso que nos permite, a hombres y mujeres, entrar en la ruta del desarrollo sexual integral y así poder experimentar nuestra sexualidad en movimiento tanto hacia nuestro interior como hacia la vida comunitaria y la ecología global; experiencia que necesariamente pasa por haber sido capaces de asumir e integrar las historias inconclusas de nuestras experiencias sexuales que llevamos y que tal vez un día optamos por no tocar ni sentir, cayendo en los distintos tipos de adicciones que se expresan compulsiva y obsesivamente en el terreno sexual ya como la búsqueda de excitación genital, como pretender vivir un mundo de fantasía romántica, como tener que ‘ser pareja’ de alguien7, como una mezcla de ello y según la propia idiosincrasia.5

Para “sanar una sexualidad de control”1

La práctica de este modelo-proceso nos permite entrar en contacto reverente, delicado, respetuoso con todos nuestros sentimientos, incluyendo los de sentirnos bien o no como hombre o como mujer, de manera que los podamos experimentar tal y como se sienten en nuestro cuerpo (no como nuestra cabeza los piensa o los imagina) y darles el tiempo necesario para que nos revelen su historia, lo que implica integrar esa historia experiencialmente. Éste modelo, que se identifica con el proceso humano de desarrollo y la sana vida comunitaria, es un reaprendizaje (de niños todos lo tenemos integrado13), y como tal, no se hace por osmosis, mucho menos en una sociedad enferma, adicta,7 como la nuestra.

Es preciso reaprender este modelo de quien haya adquirido la capacitación suficiente para escucharse a sí mismo(a) como el ser sexual que es y la habilidad de acompañar a otros en su proceso de integración, pues cuando alguien está conmigo de una manera que me facilite el asumir mi realidad, yo puedo aprender también a estar con otros de la misma manera.

Es maravilloso contar con alguien que me ayude a contactar la energía de mi sexualidad (no adhiriéndome al estímulo sexual o al sentimiento, que es lo que generalmente se hace y de donde surgen nuestras reacciones sexuales pavlovianas5, potencialmente adictivas), sino que me anime a ir a dónde y cómo estoy sintiendo físicamente esa energía hecha sensación-sentida,13 para acompañar y sostener ese lugar hasta que venga la simbolización en imágenes, palabras, recuerdos, etcétera, que me conducen en la dirección que mi proceso intrínseco de desarrollo ya conoce y que se transforma en mí en integración, salud y desarrollo.

Este sabio proceso pone en marcha mi sexualidad: liberándola si está inhibida, desbloqueándola si está reprimida, integrándola si está desorganizada, modulándola si está hipo o hiperactiva, orientándola si está desubicada, y así poder vivirla a plenitud en la relación conmigo mismo y con los demás. En otras palabras, el Enfoque Bio-Espiritual14 es una vía probada mediante la cuál, nuestra sexualidad nos da vida y da vida a los demás en cada una de nuestras relaciones tanto con hombres como con mujeres, mientras estemos en este planeta y sin importar la edad, el estado civil, la condición social, la enfermedad, aún lo incapacitante en lo genital, pues lo sexual se vive y se expresa en todos los momentos de nuestra existencia. En este contexto, la experiencia orgásmica viene como resultado de experimentar la plenitud y el éxtasis de la comunicación humana, y no por poner al orgasmo en el centro de nuestras motivaciones, metas y expectativas.

La práctica de este modelo está ya dando lugar a comunidades en crecimiento, fuertes, duraderas y en dirección hacia su propio desarrollo y plenitud. Los grupos de “Cambios”13 y las comunidades de “Compañeros de Enfoque”15 están ofreciendo al mundo un maravilloso testimonio de que esto es posible.

Si queremos revertir los efectos negativos de la sexualidad de dominio en todos los niveles donde se manifiesta, cada progenitor tendrá que modelar a su hijo varón una viril psicosexualidad en desarrollo que incluye enseñarlo a cuidar de sus sentimientos, con lo que no solamente estará dándole vida al niño, sino compartiéndole la propia. Este será un maravilloso regalo que, recibido de su propio padre, le creará un amoroso ambiente de confianza, seguridad y autoestima que lo fortalecerá y preparará para vivir, como niño, y luego como adolescente y adulto, una sexualidad plena.

Es esperanzador que un día, tal vez no lejano, podamos acceder como individuos (hombres, mujeres, niños y ancianos) y como humanidad, a la intensa satisfacción y placer sexual, de estar permanentemente concibiendo vida en nosotros y engendrándola en los demás. Lo único que necesitamos es tener (y ya lo tenemos) un cuerpo sexuado y unos sentimientos (que obviamente participan de nuestra sexualidad tal y como la sentimos en nuestro presente) en proceso, dando origen al nacimiento y a la expansión de nuestro propio, único y precioso espíritu sexuado, el cual libera en nosotros los recursos asombrosos que están disponibles “para aquellos que confían en la sabiduría del Cuerpo más grande que formamos todos.” 14

* Medico pediatra neonatólogo. Ex coordinador del servicio de Cuidados Intermedios Neonatales, Hospital “Luís Castelazo Ayala”, IMSS. Miembro de “The Institute for Bio-Spiritual Research”. 

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jubpra@yahoo.com