Para Paula, el cáncer es el resumen de todos sus miedos, su más temido fantasma. No puede siquiera mencionar la palabra. "Me angustio mucho cuando me entero de que alguien tiene esa enfermedad. Intento no escuchar nada sobre los síntomas porque enseguida los empiezo a sentir y arranca adentro mío un espiral de miedo y ansiedad tan grande que nada me tranquiliza. Voy al médico y me calmo por unos días, pero vuelve. Es desesperante. Sé que es irracional, pero sufro muchísimo".
El relato de Paula jamás podrá transmitir su profundo padecimiento, ese dolor que transita con el pudor (y a veces la culpa) de saberlo injustificado y dañino para ella y para los suyos, pero inevitable. Quizá la tranquilice saber que está lejos de ser la única: estadísticas internacionales que, según relevó Clarín, se repiten en Argentina, revelan que más de una de cada diez consultas por clínica médica no tienen sustento orgánico.
Son los famosos hipocondríacos o enfermos imaginarios, personas que acuden al médico con relativa frecuencia con una preocupación que perturba sus vidas: la sospecha de padecer una grave enfermedad. "La hipocondría se inscribe en los llamados trastornos somatomorfos: aquellos que presentan síntomas físicos que sugieren una patología médica pero no pueden explicarse por la presencia de una enfermedad ni por los efectos de una sustancia", explica el psiquiatra José Bonet, de la Fundación Favaloro.
Se llama hipocondría al miedo a tener algo grave a partir de una interpretación distorsionada de ciertos síntomas o de funciones corporales. "Es el exceso de atención a molestias corporales menores (o a cuestiones fisiológicas, como los latidos del corazón o los ruidos digestivos) que luego, intelectualmente, son proyectadas como posibles enfermedades graves", dice el psiquiatra Hugo Marietán, del Hospital Borda.
El problema es más frecuente de lo que uno imagina. "Entre el 15 y el 20% de las consultas a los clínicos responden a algún trastorno de somatización. Cuanto más síntomas trae un paciente a la consulta, más probable es que tenga un trastorno de ese tipo. Si a alguien le pasa de todo, probablemente no le pase nada", asegura el doctor Raúl Mejía, a cargo de Consultorios Externos del Hospital de Clínicas.
También el Hospital Rivadavia recibe frecuentemente este tipo de casos. "El 10% de las 10.000 prestaciones mensuales del servicio son por hipocondría y patologías similares. En general, el paciente llega derivado por un especialista (reumatólogo, neurólogo, gastroenterólogo o clínico), porque suelen ser personas que van de médico en médico, sometiéndose incluso a biopsias y exámenes invasivos, lo cual genera un alto costo a los centros de salud", comentó el doctor Alejandro Ferreyra, a cargo del servicio de Psiquiatría.
En las instituciones privadas el panorama no difiere. El doctor Esteban Gándara, del staff de Medicina Interna del Hospital Austral, dice que las consultas que no tienen sustento orgánico rondan el 10%: "La mitad cumple con todos los criterios del hipocondríaco. Son personas que tienen la enfermedad como estilo de vida. Consultan repetidas veces, los estudios no las tranquilizan y no se sienten satisfechas con la respuesta del médico".
En general, estos enfermos desgranan ante el médico un puñado de síntomas que justifican su autodiagnóstico. "No hay que negar el síntoma que manifiesta el paciente porque lo siente. Lo que uno hace es tratar de sacarle la carga que él le ha puesto innecesariamente", dice Mejía. Bonet coincide: "Hay que creerle. El paciente puede sentir 'subjetivamente' dolores u otros síntomas, pero eso no implica que haya una alteración orgánica o estructural", aclara.
Para el psiquiatra Carlos Malvezzi Taboada "todos tenemos en algún momento una faceta hipocondríaca. Es normal que alguna vez temamos que un síntoma sea algo grave. El problema es cuando esa preocupación se vuelve recurrente. Hay pacientes que tienen una farmacia en casa o se hacen estudios semanales. El hipocondríaco grave es un enfermo crónico, pero de nada".
El doctor Jorge Galperín, del Departamento de Medicina Familiar de la UBA, dice que "todos somos un poco hipocondríacos, pero hay distintos grados. El problema asoma cuando ese trastorno se vuelve invalidante o impide una vida agradable y digna. Yo creo que está un poco estimulado por la industria farmacéutica porque gana más vendiéndoles a los sanos que a los enfermos".
El doctor Juan Manuel Bulacio, presidente del Instituto de Ciencias Cognitivas Aplicadas, dice que lo más frecuente "no es la hipocondría como patología sino el síntoma hipocondríaco, que aparece acompañando otro trastorno de ansiedad o trastornos depresivos. En esos casos, la terapia cognitiva suele andar muy bien. Se apunta a cómo la persona entiende esas sensaciones físicas y qué significados tienen para ella la muerte y la enfermedad".
La oferta de tratamientos para estos trastornos incluye desde psicoterapias e hipnosis hasta ansiolíticos y antipsicóticos. Cuando los miedos y angustias, que suelen tener un origen ajeno al cuerpo, se metabolizan mejor, la somatización y la ansiedad respecto a la salud ceden. La palabra se impone y el cuerpo calla.
Mucho miedo a la muerte
"El padecimiento del hipocondríaco es inmenso. Hay que ser respetuoso y comprensivo porque sus síntomas no son simulados ni intencionados: no tienen control voluntario y pueden producir un malestar clínicamente significativo", dice Bonet. "Son personas que suelen decepcionarse cuando el médico les dice 'no tiene nada' o 'lo suyo es psicológico'. Tienen la fantasía recurrente de que los internen, los estudien de punta a punta o les hagan una resonancia de todo el cuerpo. Piensan que así calmarán su miedo, pero el miedo no cede por esa vía".
"El hipocondríaco es un ser angustiado, inseguro y con un terror básico a la muerte", agrega Marietán. "Al constatar a través de consultas o exámenes que no está enfermo se tranquiliza, pero después los temores vuelven. Eso termina desgastando la relación médico-paciente, porque fatigan tanto al que los atiende que a veces termina desatendiendo sus quejas. Es como el cuento del pastor y las ovejitas".
Molière
Eduardo San Pedro
esanpedro@clarin.com
El humor del francés Molière ya anticipaba en el siglo XVII, en su comedia "El enfermo imaginario", a los hipocondríacos de hoy y de siempre. En la obra, Argan, el protagonista, cree que está enfermo y —como ve que su fortuna se agota en pagar a los boticarios—, decide obligar a su hija Angélica a casarse con el hijo de un médico, para asegurarse así las medicinas para su supuesta enfermedad. El plan no le sale del todo bien a Argan, quien sigue sufriendo. Aún sin estas intrigas, los hipocondríacos actuales no difieren mucho del personaje de Molière. Sus pesares pueden causar cierta sonrisa, pero no cabe duda que sus aprensiones los hacen padecer. Un ejemplo de nuestro tiempo, famoso y tragicómico a la vez: Woody Allen.
TESTIMONIO
"Tres electrocardiogramas por día"
"Perdí mis mejores años deambulando de médico en médico. Probablemente el día que tenga algo grave en serio me angustie menos de lo que lo hice durante años estando sano". Con pocas palabras, a los 48 años Carlos F. puede describir su agotador trajín "como hipocondríaco perdido" con una sonrisa. Puede reírse de su problema desde hace apenas un par de años, luego de que un tratamiento largo ("y doloroso, tuve que enfrentar muchas cosas que no quería ver") lo devolviera a la normalidad de un chequeo por año. "Era impensable en mí. Llegué a hacerme tres electrocardiogramas por día. Vivía convencido de que me estaba infartando".
Todo empezó con un diagnóstico de presión alta, a los 22. "Mi viejo se había muerto de un infarto un año antes. Salió a trabajar y no volvió. Y no tenía antecedentes. Yo me puse re paranoico. Empecé con palpitaciones, taquicardia, se me dormía el brazo. Después me di cuenta de que eran los síntomas de mi viejo".
Carlos se entregó a fondo a una terapia durante más de un año. Empezó apoyándose en la baranda de los ansiolíticos, pero enseguida pudo dejarlos. "Pacté con la psicóloga un electro por semana y después lo fui dilatando, cuando aprendí a relajarme ante los síntomas que me angustiaban. Cuando me agarraba la puntada en el pecho hacía ejercicios de respiración y la llamaba si me ponía muy mal. Así fui descubriendo mis verdaderos miedos. Hoy, hasta me da fiaca hacerme el chequeo anual. No lo puedo creer".
TEST PARA AUTOEVALUARSE
La ansiedad por la salud, un trastorno que va en aumento
El protagonismo de la hipocondría en los consultorios médicos es atendible, pero hay un trastorno aún más frecuente y en franco crecimiento. "Es la ansiedad referida a la salud. Es un concepto más abarcativo que creció mucho en los últi mos 20 años: va desde una leve preocupación hasta la hipocondría. Tiene que ver con temores, creencias y comportamientos referidos a la salud que surgen de la interpretación de signos y síntomas corporales. Pueden ser desencadenados por molestias, por la espera de resultados médicos, por escuchar comentarios sobre enfermedades, etc. El tema es que si la ansiedad se vuelve persistente o excesiva, origina incapacidad, estrés y sufrimiento", dice el doctor Alfredo Cía, al frente de la Asociación Argentina de Trastornos de Ansiedad. Y facilita un test para poder evaluar:
# En el último año, ¿cuántas veces estuvo preocupado por tener o contagiarse algo grave?
# ¿En qué medida estas preocupaciones interfieren con su vida o con sus actividades?
# ¿Con qué frecuencia se realiza chequeos físicos para corroborar si tiene algo malo?
# ¿Chequea sus fluidos corporales para ver si hay algo malo?
# ¿Habla con sus amigos o familiares sobre sus síntomas físicos?
# ¿Pasa mucho tiempo leyendo sobre enfermedades o buscando información médica en diarios o en Internet?
# ¿Alguna vez ha tenido miedo de ir al médico por temor a que le encuentre algo grave?
# ¿Cree que el médico está equivocado acerca de su problema?
# ¿Le preocupa que el médico no se haya dado cuenta de la presencia de algún problema grave?
# A pesar de que el médico le aseguró que está todo bien, ¿comenzó más tarde a preocuparse nuevamente por su salud?
Las respuestas lo harán pensar, pero vale una aclaración del doctor Mejía: "No es malo escuchar las señales del cuerpo. Un cierto nivel de alarma es saludable".
Escepticemia: Gonzalo Casino
Queridos hipocondríacos
Sobre la hipocondría como reto terapéutico y asunto social
¿Quién toma en serio a los hipocondríacos? Probablemente sólo ellos mismos, pues la etiqueta de hipocondría arrastra una leve pero insidiosa carga de asunto menor, de insignificancia, de problema inexistente.
Con la de enfermedades graves que hay, puede pensar cualquiera, y nos vienen con éstas, con sus quejas imaginarias: donde no hay nada, nada se puede hacer, y lo mejor es no darle mayor importancia y olvidarse del asunto. Tan olvidado y menospreciado está el trastorno (recogido como tal por la American Psychiatric Association en su DSM-IV), que carece de tratamiento reconocido y nadie parece saber muy bien cómo manejarlo. Sin embargo, los afectados son legión (entre un 5% y un 9% de la población) y consumen, según datos de EE UU, entre el 10% y el 20% de los recursos sanitarios. Las cosas, por tanto, pueden verse de otro modo, e incluso podemos llegar a plantearnos si no estaremos ante un asunto médico de la mayor importancia e injustamente ninguneado.
Menos mal que el JAMA del 24/31 de marzo de 2004 nos ha traído buenas noticias: un ensayo clínico ha comprobado que la terapia cognitiva resulta eficaz para tratar a los hipocondríacos. Como bien saben los médicos de familia, tratar a estos pacientes no es fácil, pues la negatividad de las pruebas y exploraciones que se les realizan no consiguen disipar sus miedos y preocupaciones, y la opción de remitirlos al psiquiatra tampoco suele ser bien recibida. Las alusiones a hipocondría o enfermedad imaginaria disgustan enormemente a los hipocondríacos porque parecen sugerir que están fingiendo o que exageran sus síntomas, aun cuando estos pacientes no tienen ningún delirio y hasta podrían aceptar la posibilidad de que quizá exageren algo. Para evitar esta situación, hay quien ha propuesto abandonar la etiqueta hipocondría y sustituirla por la de “ansiedad por la salud”. En cualquier caso, lo que puede cambiar de verdad el abordaje de este problema es la disponibilidad de una terapia eficaz. El estudio del JAMA muestra que la hipocondría no es tan difícil de tratar como se creía y que la terapia cognitiva puede ser una primera herramienta eficaz para tratarla. Los fármacos antidepresivos, según se empieza a constatar, también podrían ser un arma terapéutica eficaz. Con todo, no va a ser tan fácil acabar con la hipocondría cuando la sociedad entera es cada vez más hipocondríaca y buena parte de los recursos médicos se dedican a confirmar diagnósticos negativos y a disipar enfermedades y dolencias que tienen un cierto componente imaginario.
A la postre, la saturación de las consultas y los crecientes costes del sistema sanitario no serían un problema tan grave sin los hipocondríacos. Pero también hay que reconocer que algunos indicadores positivos tienen que ver con la actual preocupación, quién sabe si un punto patológica, por la salud: muchos de los enfermos bien informados, de los usuarios de la e-health y de los lectores de tanta información médica son los queridos hipocondríacos.