Tantas veces prometió que era la última vez que no puede ni contarlas. Tantas veces juró cortarse las manos antes de volver a hacerlo que verlas ahí, nerviosas, frente a sus ojos, no hace más que volver a confirmarle la dimensión de su fracaso.
"El límite mío era la sangre. Cuando a ella le salía sangre después de una discusión me volvía loco de culpa. Juraba que nunca más y lo volvía a hacer". Julio se mira las manos con odio. Sus ojos, esquivos, no hacen más que contar una profunda bronca contra sí mismo, una bronca que descargó mil veces contra su mujer. "Ves cómo funciona —retoma, solito—. Dije discusión y no... Eran golpes".
La tragedia de Julio (que no se llama Julio y que se sienta frente a Clarín con la vergüenza impresa en su rostro) no es menor que la que ha arruinado la vida de su ex mujer: los golpes que recibió le mataron un hijo de cinco meses en su vientre y le quitaron para siempre el cuarenta por ciento de su visión. Lo confiesa él, y agrega: "Igual ella dice que le dolió menos el cuerpo que el corazón. No la veo hace más de un año y no sé si alguna vez podremos volver. Lo que aprendí en el grupo es que si no resuelvo esto voy a repetir la historia, con ella o con otra. O cambio o me pego un tiro".
Julio es uno de los 600 hombres violentos que, desde 1997, buscaron ayuda en los grupos de rehabilitación para golpeadores del Programa de Prevención y Asistencia a la Violencia Familiar de la Dirección General de la Mujer del Gobierno porteño.
"El programa surgió para dar una respuesta integral a la problemática de la violencia contra la mujer. El objetivo es ofrecer una alternativa de recuperación a los hombres y buscar nuevas maneras de luchar contra el silencio, el socio por excelencia de la violencia doméstica", dice Débora Tomasini, coordinadora general del servicio.
Más del 50% de los hombres que asiste el Programa llegan por derivación de la Justicia (32%), la Policía, los hospitales u otros organismos oficiales. El resto lo hace por propia voluntad (porcentaje que incluye a los que se suman por recomendación de los abogados cuando les hacen una denuncia por maltrato). "Los mejores resultados se observan en quienes llegan por propia decisión, pero el nivel de deserción es alto. Promedia el 50%", apunta Tomasini.
Carmen Storani, al frente de la DGM, destaca que "el eje de nuestro trabajo es rescatar a las víctimas mujeres" y que el hombre "bajo ningún punto de vista" es considerado una víctima. "Es el victimario, pero es importante recuperarlo para romper el círculo de la violencia, porque es probable que repita esos vínculos con otras personas. De todos modos, se les exige un fuerte compromiso con el tratamiento: tienen un espacio en tanto y en cuanto asuman su responsabilidad".
Tomasini explica que en materia de violencia doméstica no hay reglas, pero arriesga algunas generalizaciones sobre el perfil del hombre violento:
· Tiende a desculpabilizarse y a depositar en el otro la responsabilidad de su furia, lo cual hace que no pueda reconocer que está en problemas.
· Tiene tendencia a la justificación: trata de fundamentar su actitud en algún episodio disparador. Y distorsiona la realidad para no sentirse culpable.
· Tiene una fuerte restricción emocional: por la imposibilidad de contactarse con sus sentimientos y, por lo tanto, de ponerlos en palabras, en lugar de hablar, actúa.
· Tiene baja tolerancia a la frustración y es muy impulsivo.
· Tiene baja autoestima. Es muy inseguro e intenta reafirmar su autoridad a través de la violencia. Si lo contradicen o lo cuestionan se siente jaqueado.
· Es muy celoso, y vive con una gran ansiedad ese problema.
Un dato que rema contra los prejuicios habituales tiene que ver con el nivel socioeducativo de los agresores: "Muchos son de clase media, con estudios secundarios y hasta universitarios, propietarios y con inserción laboral. Pocos casos son marginales", apunta Tomasini, y suma otra información que también desmiente el imaginario popular sobre el hombre violento: "Menos del 5% tiene trastornos mentales severos, como psicosis o perversiones. La mayoría es muy consciente de lo que hacen".
De todos modos, aclara, "el agresor también padece. En general no tiene una previsión del daño que va a causar. Se arrepiente de verdad y, en ese momento, cree que su voluntad de no repetir la agresión le va a bastar para resolver el tema, y no es así. El hombre violento no se recupera sin ayuda profesional, porque es un rasgo de su personalidad", subraya.
La recuperación no es fácil. Y por eso los objetivos son acotados: "Lo primero es poner fin a la situación de riesgo y lograr estabilidad emocional. Una vez lograda esa mejoría se los deriva a una terapia individual", explica Storani. El abordaje grupal se mantiene hasta que el hombre logra tomar conciencia de sus dificultades para manejar sus impulsos y para expresar lo que siente, además de aprender a detectar cuáles son los síntomas previos a la irrupción de la violencia aguda para poder preverla y evitarla.
Los talleres, gratuitos y nocturnos, son semanales. Hay una entrevista de admisión previa a la derivación a uno de los grupos, donde suelen estar un promedio de ocho meses. "Venir al grupo es un paso importante —sostiene Tomasini—. Poder hablar y reconocer que uno tiene un problema es la puerta de entrada a la recuperación y a una vida distinta".
Peligroso
Oscar Angel Spinelli
ospinelli@clarin.com
Las sudafricanas tienen en claro que detrás de los golpes de un odioso narcisista puede esconderse algo mucho más peligroso. Según el Consejo de Investigación Médica de Pretoria, las mujeres con parejas violentas y dominantes corren más riesgo de ser infectadas de sida. Amnistía Internacional coincide en que la violencia sexista, sobre todo contra las mujeres más jóvenes, es un fuerte factor de propagación del virus.
También la reciente campaña mundial "Acción Contra la Violencia hacia las Mujeres" relacionó las agresiones con la epidemia del sida.
Dónde pedir ayuda
Dirección General de la Mujer: teléfonos 4954-8415 y 0800-66-68537
Programa Grupo de Autoayuda para Hombres Violentos: 4956-1768. Hipólito Yrigoyen 3202, Capital.
Prevenir desde el noviazgo
La violencia se repite y se transmite. Generación tras generación, en la mayoría de los casos, los vínculos violentos saltan de padres a hijos con preocupante insistencia: el 80% de los que asisten al programa vienen de familias violentas.
A partir de ese registro, la Dirección de la Mujer resolvió crear el programa Noviazgos Violentos, por el que ya pasaron 150 adolescentes de entre 13 y 21 años que han vivido situaciones de violencia física, emocional y sexual en sus relaciones de pareja. El objetivo es ayudarlos desde muy temprano para que puedan evitarlas y prevenir conductas más graves en el futuro.
La ley contempla las terapias
En nuestro país, la ley 24.417 de Protección contra la Violencia Familiar contempla intervenciones terapéuticas y le adjudica al juez la responsabilidad de "instar" a las partes a concurrir a tratamientos especializados para su recuperación. El problema es que la norma establece que el juez debe proponer (y no "imponer") estas alternativas, con lo cual no hay sanción ante el incumplimiento de la disposición judicial. El compromiso con el tratamiento queda supeditado a la decisión personal del agresor.
El tema de la rehabilitación de hombres violentos trepó posiciones en la agenda internacional luego de que la Organización Mundial de la Salud advirtiera, en 2001, que el problema de la violencia familiar no se resolvía con la atención de la víctima y recomendara tratar también a los golpeadores. Según sus datos, estos programas tienen resultados que no hay que desestimar al momento de encarar estrategias de prevención: entre el 50% y el 90% de los que terminan sus tratamientos permanecen "no violentos" durante períodos que van desde seis meses a tres años (el tema está muy bien reflejado en la película española Te doy mis ojos, estrenada en 2003).
En Argentina no abundan las opciones terapéuticas especializadas en la atención a hombres violentos. En la provincia de Buenos Aires sólo una Comisaría de la Mujer, la de Ezeiza, tiene grupos de reflexión sobre el tema, al que acuden entre 4 y 10 hombres por semana.