El dolor como experiencia sensorial
Los ámbitos de la vida humana en que cabe reconocer la impronta del dolor son múltiples. En primer lugar, la esfera de lo individual, lo subjetivo y lo privado, por su misma naturaleza incomunicable sin distorsiones. En segundo término, aquella área de la tecnificación de los oficios, y sobre todo de la medicina y otras prácticas sociales de ayuda, en que se codifica, se nomina y se rotula. Y finalmente, el plano de lo societario y comunitario, en que en y a través del lenguaje compartido, las experiencias se hacen entraña de la vida social.
En la medicina, conocemos la anomalía en el primero de estos planos como la sensación subjetiva de menoscabo, que en inglés llaman "illness". En el segundo, reificada en terminología técnica y cosificada por y para expertos, como el conjunto de etiquetas que permiten el diagnóstico, se dice, en inglés, "disease". Y finalmente, el ser considerado anómalo o enfermo por otros, en el discurso social, puede equipararse a un tercer espacio semántico, aquel que a veces se designa con la expresión inglesa "sickness".
El dolor puede existir en estos tres espacios. Puede haber dolor sentido por el individuo mas no objetivable por el ojo técnico. Existe el dolor imaginado o supuesto por otros que no encuentra adecuada expresión en la subjetividad ni en la jerga técnica.
No son estos planos de objetivaciones ni objetividades. Son formas o modos de hablar de una experiencia sensorial llamada dolor.
La noción de experiencia sensorial alude a un observable, a un dato de la conciencia que es postsensorial pero preconceptual. Esto quiere decir que el dolor es más complejo que otras experiencias sensoriales pero no llega aún a articularse en lenguaje sino por un acto deliberado. Quiere decir, además, que el dolor -en tanto experiencia sensorial y no simple sensación mas tampoco compleja imaginación - se construye en ese espacio intermedio de lo que los antiguos llamaban el "sensum communis": después de la sensación cruda, antes de la elaboración conceptual.
Bien es sabido que la construcción del dolor como manifestación acontece de modo discursivo. El doliente es capaz de decir: "me duele aquí, me duele de este modo". Mas también puede ser no discursivo. El dolor intenso, especialmente aquel del alma, es a veces indescriptible mediante palabras. Esta es una primera peculiaridad del dolor en tanto experiencia sensorial.
Una segunda característica digna de mención es que el dolor siempre parece radicar más en el sujeto que siente que en el estímulo que hace sentir. Se dice del cuadro que es bello, del cuchillo que punzante, de la llama que quemante. Pero cuando de dolor se trata, no es del objeto que lo causa que hablamos sino del sujeto que percibe, siente y expresa. La descripción del mundo físico puede situarse en los estímulos, en sus propiedades aparentemente objetivas. La descripción del mundo del dolor sólo puede referirse a un doliente, a una subjetualidad doliente. Empleamos el término subjetualidad para evitar la connotación solipsista de subjetividad.