Leer para disfrutar

Los derechos imprescriptibles del lector

El escritor Daniel Pennac (nacido en la cinematográfica ciudad de Casablanca) enumera en su libro "Como una novela" -que describe los estímulos que construyen a un futuro amante de la literatura- las licencias y recursos a los que todo lector tiene derecho a la hora de sumergirse en un texto.

Autor/a: Por Daniel Pennac

Indice
1. El derecho a leer cualquier cosa
2. El derecho al "bovarismo"
3. El derecho a leer en cualquier parte
4. El derecho a picotear
5. El derecho a leer en voz alta
6. El derecho a callarnos
7. El derecho a no leer
8. El derecho a saltarse páginas
9. El derecho a no terminar un libro
10. El derecho a releer

(...) Para ser breve, cortemos por lo sano: digamos que existe lo que yo llamaría una "literatura industrial" que se contenta con reproducir hasta el infinito los mismos tipos de relatos, despacha estereotipos en serie, comercia con los buenos sentimientos y las sensaciones fuertes, salta sobre todos los pretextos ofrecidos por la actualidad para producir una ficción de circunstancias, se entrega a "estudios de mercado" para liquidar, según la "coyuntura", tal tipo de "producto" que se supone inflamará  a tal categoría de lectores.

Estas serán, con seguridad, malas novelas.

¿Por qué? Porque no tienen nada que ver con la creación sino con la reproducción de "formas" preestablecidas, porque son un intento de simplificación (es decir de mentiras), cuando la novela es arte de verdad (es decir de complejidad), porque al halagar nuestros automatismos adormecen nuestra curiosidad, en fin, y sobre todo, porque el autor no está  allí, como tampoco está  la realidad que pretende describirnos.

En resumen, es una literatura en serie, "lista para disfrutarse", hecha en molde y a la que le gustaría apresarnos en el molde.

(...) Hay, pues, "buenas" y "malas" novelas.

A menudo son las segundas las que primero encontramos en nuestro camino.

Y a fe mía, tengo el recuerdo de haberlas encontrado divertidísimas cuando pasé por ellas. Tuve mucha suerte: nadie se burló de mi, nadie levantó los ojos al cielo, nadie me trató de cretino. Apenas dejaron a mi paso algunas "buenas" novelas cuidándose de no prohibirme en absoluto las otras.

Eso era prudencia.

(...) Una de las grandes alegrías del "pedagogo" es -cuando está  autorizada cualquier lectura- ver a un alumno cerrar solo la puerta de la fábrica best-seller para subir a respirar donde el amigo Balzac.