Lado B por Celina Abud | 28 AGO 21

El dolor magnificado de la muerte en pandemia

La imposibilidad de realizar rituales de duelo no solo privó a los familiares de la contención colectiva sino que también dificultó el ponerle cierre a una historia. A la vez impactan en ellos que los fallecimientos se procesen como números. Países como Chile ya planean iniciativas a modo de compensación.
Autor/a: Celina Abud Fuente: IntraMed 

Las narraciones se caracterizan por tener un principio, un nudo y un final. Aún si el desenlace es abierto, abrupto y no augura solución para el conflicto –ejemplo iniciático es el cuento “La dama del perrito” de Antón Chéjov–, todas cuentan una historia. Por fuera de la literatura y en nuestros propias vivencias, empleamos narraciones. El experto en tecnología, cultura y ética L.M. Sacasas explica en su ensayo Colapso narrativo que “la narración es nuestra técnica determinada para dar sentido, en parte porque refleja nuestra existencia fundamentalmente limitada en el tiempo”, además de ser también “una forma de cierre”.

"La aritmética es un pésimo relato para el dolor”

A la hora de informar sobre la Covid-19, las narrativas perdieron frente a las estadísticas, tal vez porque no se las veía como adecuadas para comprender la compleja coyuntura. Con todo, Sacasas enfatiza en que la pandemia no puede comunicarse solo mediante números y gráficos, porque las cifras “cuentan” (computan), pero no “CUENTAN” (narran), las dramáticas historias personales que les dan sentido. Contundente, dice: “La aritmética es un pésimo relato para el dolor”.

Los números que prevalecen por sobre las historias y la imposibilidad de dar a esas historias un cierre -como por ejemplo, la de despedir a un ser querido mediante una ceremonia o ritual de duelo- queda evidenciada en la nota en primera persona de la periodista argentina Gabriela Navarra, llamada “Se acaba de morir mi papá”. Escrita en mayo del 2020, cuenta que como su padre tuvo fiebre el día en que falleció, había que descartar la infección por coronavirus para permitir que cuatro personas lo despidieran en el cementerio. “Pasa todo el martes sin novedades. Entonces el miércoles comienzo a llamar a la morgue. Mi papá ya no es Adolfo Alberto Navarra sino la autopsia 1053/2020 (…) En el tercer llamado, ya de noche, me confirman que el hisopado de la autopsia 1053/2020 está en marcha”. Tras días de espera y múltiples trámites para retirar el cuerpo, la nota cierra: “La razón de ser de todos los trámites se comprende. Estamos en pandemia. (…) Pero qué duro es que el destino haya dispuesto que tuviera que irse justo ahora. Qué angustiante tener que llamar y llamar preguntando por un número de autopsia cuando él fue una persona, una de las más importantes de mi vida, y yo solo quiero tener la tranquilidad de poder despedirme y de llorar por él en paz”.

La narración muestra como a la muerte de un familiar, devastadora por sí misma, se le acoplan dos dolores más: el del número que reemplaza a una historia y el de que, con la posibilidad de no existir una despedida, esa historia podría no tener un desenlace. En su libro La desaparición de los rituales, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han dice que “si se priva a la vida de toda posibilidad de ser finalizada, entonces termina a destiempo”. Y cuando no existe un cierre, ¿acaso el dolor no se perpetúa?

Ya el teórico francés Roland Barthes decía: “La ceremonia (…) protege como una casa: algo que permite habitar el sentimiento. Ejemplo, el duelo”, a lo que Byung-Chul Han agrega que el rito funerario se aplica como un barniz sobre la piel, protegiéndola y aislándola de las quemaduras de la muerte del ser amado. “Donde no se celebran rituales como dispositivos protectores, la vida está totalmente desprotegida”, dice.

Si de desprotección se habla, un estudio reciente publicado en la revista The Lancet sobre 21 países, mostró que más de un millón de niños sufrieron la muerte de un cuidador primario, incluidos padres o abuelos encargados de su custodia, cifra que en Argentina se traduce a más de 13.000. A nivel mundial, el trabajo estima que un niño quedará huérfano cada 12 segundos.

Las cifras golpean, pero no le hacen justicia al dolor de estos chicos desprotegidos por perder a sus progenitores y además desprotegidos porque, al verse obligados a no vivenciar el rito o la ceremonia de despedida se quedaron también sin  las funciones que esos momentos cumplen, las de instalar un hogar.

 

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