Criar hijos sin el apoyo de la tribu | 28 MAY 18

La soledad de la maternidad

El estilo de vida urbano, la falta de una red familiar y de referentes con hijos provoca que muchas mujeres se sientan agotadas y desbordadas
Autor/a: Diana Oliver  La soledad de la maternidad

A Sem Campón, diseñador gráfico y autor del blog Y yo con estas barbas, un encuentro con una madre y su hija en el parque le hizo replantearse lo solos que estamos en nuestras crianzas. Solos y muchas veces perdidos. Aquella mujer atravesaba una situación difícil y él le tendió su mano a través de una tarjeta de visita y algo de conversación y de empatía.

Lo contó en una entrada que ha tenido cientos de visitas y con la que muchas madres, y también padres, se han sentido identificados: “Los padres debemos ayudarnos entre nosotros. En lo que podamos y sepamos. Es un precepto de ética básica que querría aplicar en la educación de mis hijos y no conozco nada mejor que predicar con el ejemplo”, dice al final del post.

Eso, lo solitaria que puede llegar a ser la maternidad en el siglo XXI, ya se lo planteaba hace unos años Carolina del Olmo, licenciada en filosofía y directora de cultura del Círculo de Bellas Artes de Madrid, en Dónde está mi tribu, un libro con formato de ensayo que se ha convertido en un referente, y casi una bandera de comprensión, para muchas familias y profesionales interesados en las prácticas maternales. Una soledad que te invade inevitablemente si te ha tocado vivir la maternidad en una ciudad, sin demasiados o ningún apoyo familiar o con ese apoyo a cientos de kilómetros. Incuestionable ya si se trata de madres solas por elección que no tienen una red alrededor.

Influye para la socióloga Teresa Jurado que las madres de este siglo tenemos muchos menos hijos que las madres de siglos anteriores. “En España llevamos más de tres décadas con un índice sintético entre 1,3 y 1,5 hijos por mujer. Hay una alta proporción de madres que solo tienen un hijo y cada vez hay menos madres que tienen tres o más hijos.

Al haber menos hijos muchas mujeres cuando tienen su primera criatura no han tenido un experiencia cercana que les permita aprender la práctica de cuidar de un bebé y de hijos. Eso puede hacerlas sentir solas ante un reto que no saben bien como afrontar, sobre todo si no viven cerca de las abuelas u otras mujeres de sus familias con experiencia en la crianza”, explica.

Comparte esa idea María José Garrido, doctora en Antropología especializada en maternidad e infancia, para quien el contexto de crianza en nuestras sociedades occidentales “es el resultado de la soledad física, de la falta de referentes y del desconocimiento real de la maternidad”. Recuerda Garrido que muchos de los padres y madres recientes pertenecen a una generación que no ha podido solventar muchas dudas con sus familias porque “han sido criados con pautas modernas, alejadas de las necesidades biológicas y emocionales de los niños”.

Precisamente esto es lo que ha vivido Paula, madre alicantina de 33 años que pese a que siempre ha remado en la misma dirección que su marido (“siempre me ha apoyado en todo”), ha sentido la necesidad de estar acompañada de más personas con las que compartir la crianza de su hija que ahora cumple tres años. “Ni amigas, ni familia, nadie entiende nuestra forma de crianza.

Como no es el modelo entendido como “tradicional”, están esperando a que nos equivoquemos en cualquier momento. De hecho el criar de forma diferente ha supuesto que en muchos momentos, además de juzgarnos, nos den de lado y no cuenten con nosotros de la misma forma que antes”, se lamenta.

Dime tus circunstancias y te diré como lo vivirás

Pilar fue madre hace poco más de un año, el 20 de diciembre de 2016. Es periodista y es cofundadora de una empresa de comunicación por lo que compagina la crianza de su hija con un trabajo que puede realizar desde casa, “haciendo malabares para llegar a todo cada día”. Vive a más de 300 kilómetros de su familia y de su mejor amiga, lo que complica aún más las cosas, sobre todo porque, dice, su pareja y ella han decidido cuidar ellos mismos de su hija prescindiendo de guarderías y otras opciones de cuidados externos.

Para Pilar, sus circunstancias influyen de manera inevitable en su crianza pero también en su forma de afrontar este cambio vital que supone la maternidad: “El cansancio que se va acumulando día tras día, semana tras semana, mes tras mes... Si yo tuviera cerca una red de apoyo familiar, quizá podría dormir más, porque mi bebé podría pasar con sus abuelos, o tíos, un par de horas cada día que yo podría aprovechar para avanzar en el trabajo.

Pero no es el caso. Me levanto demasiado temprano y llega un momento en el día en el que ya no puedo más, pero mi hija sí. Y me frustro, porque no llego a todo, porque soy incapaz de llegar a todo. Y me siento sobrepasada, con la sensación de no estar dándole a mi bebé todo lo que necesita, de no estar "a la altura". E, insisto, todavía no se ha dado la circustancia de tener que dejarla en la guardería. Porque entonces sí que diría que la soledad influye rotundamente en la crianza, porque a mí me gustaría pasar con mi hija cuanto más tiempo mejor y una escuela infantil.

Tampoco ha habido una generación de madres menos acompañadas en la crianza

Planteaba Carolina del Olmo en su libro que “el olvido pertinaz de las circunstancias que rodean al par madre/hijo está contribuyendo a acuñar una imagen de la maternidad que no tiene por qué corresponderse con la realidad”, algo que hemos podido ver en recientes declaraciones de profesionales que acaban de ser madres. Véase el caso de Samanta Villar. Madres cansadas, agotadas y solas que se sienten desbordadas no por la maternidad en sí misma, sino por las circunstancias.

“Bien está que dejemos de fingir que todo es estupendo pero, ¿acaso tenemos que dar por sentado que los malvivires que muchas experimentamos son consustanciales a la maternidad? ¿No será acertado considerarlos efectos perversos de las inapropiadas condiciones que nuestra civilización impone a madres, padres y niños?”, continuaba del Olmo.

Apunta Garrido sobre ese “dejar de fingir que todo es estupendo” que la imagen de los niños que nos llega a través de la publicidad es distorsionada, irreal y dulcificada: “Enfrentadas al cansancio de las noches sin dormir, a la revolución hormonal del puerperio, a un bebé que nos necesita y nos reclama 24 horas diarias, es imposible continuar manteniendo la casa perfecta, el cuerpo perfecto y seguir trabajando a pleno rendimiento. El impacto contra la realidad es inmenso. El índice de depresión postparto, también”.

Para Pilar, vivir en una sociedad tremendamente individualista y competitiva en la que desde niñas se nos ha machacado con el “tú puedes” influye en que sea difícil pedir ayuda o entonar un “ya no puedo más”, porque siempre se puede un poco más para, dice, “fracasar”. A esto la periodista madrileña le suma el choque frontal de la imagen idílica de la maternidad con lo que ésta verdaderamente es en muchos casos: “Te sientes sola porque no sabes si lo que estás sintiendo / pasando es normal o es "tu culpa" (esa culpa que parece patrimonio exclusivo de las mujeres) y cuesta hablar de ello (ponerle palabras a lo que sentimos ahuyenta muchas veces esa soledad). Afortunadamente, creo que pertenecemos a una generación que está rompiendo el tabú y se está animando a hablar de todo esto. La maternidad es hermosa, pero también es difícil”.

 

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