El estreno del film actualiza el interés | 13 ENE 10

Una lectura médica de Sherlock Holmes

Bipolaridad, autismo, adicción a las drogas... Signos de estas enfermedades pueden rastrearse en el detective más famoso de la literatura.
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En plena era cinematográfica de superhéroes que luchan contra los peores villanos (como hizo él en su época) y de médicos televisivos que resuelven casos imposibles aplicando la deducción y la ciencia (como hizo él en su época), Hollywood decide resucitar al personaje más filmado de la historia del cine: Sherlock Holmes. El hombre que encarnó el saber del siglo XIX y marcó el del siglo XX, da su primer paso en el XXI.

Por Mariano Kairuz
La racionalidad deductiva de Sherlock Holmes ha atravesado el siglo XX dando forma a nuestra percepción del mundo. La psicología y la semiología han acompañado (o han sido posibles gracias a) el triunfo de esa lógica y de esa obsesión: la de interpretar, interpretar, interpretar. Hasta sobreinterpretar. Una sombra es el signo del objeto que la proyecta, una huella de zapato en el barro indica el paso de un hombre y quizá también una lluvia reciente, y por lo tanto tal vez incluso la hora en que tuvo lugar la pisada. En la mota de polvo de ladrillo sobre la ropa de un personaje puede empezar a develarse su biografía, partiendo de su posición social (si acaso el polvo de ladrillo proviene de una cancha de tenis). Si la interpretación es uno de los rasgos fundamentales de la modernidad –profundizado por el desarrollo de la genética–, los Sherlock Holmes de la cultura popular contemporánea son los detectives forenses de todas esas series televisivas –CSI y sus ramificaciones geográficas a la cabeza– multiplicadas al infinito y, por supuesto, el Dr. House, que está explícitamente inspirado en la creación de Conan Doyle.

Es decir, por un lado, la policía especial, científica –por delante o por encima de las banales e ineficientes fuerzas de la ley, como lo estaba Holmes por encima o delante de Lestrade, el oficial londinense en los cuentos y novelas del detective– que buscan en los cadáveres mismos el relato de quienes los convirtieron en tales. Si en la primera aventura de Holmes, Watson lo encuentra saltando de alegría porque el deductivista acaba de dar con un reactivo que certifica la presencia de partículas invisibles de sangre, ciento veinte años después ese tipo de detección se ha vuelto real, perfectamente posible. Como en Holmes, en lo ínfimo se cifran las claves del cuadro mayor: una huella dactilar, un pelo, lo que sea que haya bajo las uñas; cada partícula cuenta una historia, y lo que es dudoso o aparentemente inmaterial –porque es invisible para el ojo desnudo– revela en un estudio cercano su inapelable solidez.

Por otro lado, House es el médico que mejor aplica la máxima holmesiana de desconfiar de lo obvio: sus inferencias lo ponen siempre varios pasos adelante de los diagnósticos de sus colegas y de casi toda la práctica médica. El tributo de House a Holmes es el de un fan confeso, como se ha declarado su creador David Shore, quien con su personaje cierra un círculo que arranca en el profesor de medicina Joseph Bell, a quien Conan Doyle (que era médico) admiraba. Para no dejar lugar a dudas, en varios episodios se muestra el domicilio del personaje interpretado por Hugh Laurie: el número 221B, el mismo en que, sobre la calle Baker, se alojaba el detective victoriano.

Y junto a la genética y a series de televisión como Dr. House, probablemente no haya nada más moderno en el siglo XX que los estudios en comunicación, y ahí está el divertido ensayo escrito por el semiólogo y lingüista norteamericano Thomas Sebeok (1920-2001), titulado Ya conoce usted mi método en el que cruza a (el detective) Charles S. Peirce y a (el semiólogo) Sherlock Holmes y sus universos de conjeturas, deducciones, abducciones y adivinaciones allí donde sólo hay sombras y huellas.

El espacio en la cabeza

Hay en Sherlock Holmes desde su primer libro, Estudio en escarlata, una filosofía tan central al personaje, su método y su aventura como la lógica deductiva: la idea de que el saber ocupa lugar. De que nuestra capacidad para acumular información es limitada, y por lo tanto tenemos que elegir nuestras batallas, y concentrarnos con todas nuestras fuerzas mentales en un tema. En ese primer libro, Watson –la voz narrativa de la gran mayoría de las aventuras de Holmes– lo describe, un poco asombrado y admirado, así:

“Tan notable como lo que sabía era lo que ignoraba. Sus conocimientos de literatura contemporánea, de filosofía y de política parecían ser casi nulos. (...) Sin embargo, mi sorpresa alcanzó el punto culminante al descubrir, de manera casual, que desconocía la teoría de Copérnico y la composición del sistema solar. Me resultó tan extraordinario que en nuestro siglo XIX hubiese una persona civilizada que ignorase que la Tierra gira alrededor del Sol, que me costó trabajo darlo por bueno.” “Pues bien”, contesta Holmes, “ahora que lo sé, haré todo lo posible por olvidarlo”.

 

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