Nuevo video IntraMed | 02 JUN 09

"Mi infarto y yo", la voz de los pacientes

La narrativa de los pacientes cardiovasculares.
Fuente: IntraMed 

Próximo estreno del documental IntraMed

"Mi infarto y yo"
Realización audiovisual:
Ary Kaplan Nakamura (director de cine)

Contexto y fundamentos de la obra:

Mientras los conocimientos científicos se multiplican la prevalencia de enfermedades cardiovasculares crece y la baja adherencia a los consejos sobre cambios de estilo de vida o a los fármacos ponen en evidencia la dificultad para sostener estos valiosos recursos terapéuticos.  La pregunta es: ¿por qué?

Nuestro documental se propone rescatar la narrativa del paciente respecto de su propio padecimiento como una instrumento posible para pensar juntos en otras formas de asistencia.

Qué sucedería si:

♦ Pasamos de la atención: "uno a uno" a un modelo grupal: equipo de salud y grupos de pacientes.

♦ Abandonáramos la soledad del consultorio por el encuentro multidisciplinario.

♦ Transfiriéramos el poder al paciente para hacerlo corresponsable de su autocuidado.

♦ La asistencia a enfermos crónicos dejara de ser un "acto" para transformarse en un "proceso".

♦ Los pacientes no asisten al consultorio esporádicamente sino que se integran aun programa permanente.

 

El conocimiento al que le damos la espalda:

"Lo que los enfermos ignoran que saben y lo que los médicos no saben que ignoran"

Cualquier persona que padezca una enfermedad crónica tiene sobre su padecimiento un conocimiento “experiencial” producto de su propia vivencia. Este saber no académico, no sistemático e informal es frecuentemente catalogado como desconocimiento o ignorancia por quienes disponen de una educación profesional sobre el tema. Dadas las circunstancias históricas que privilegian un tipo de “saber” por sobre otro, no resulta extraño que todo cuanto se aleje del arquetipo hegemónico y legitimado por la educación formal sea considerado como un “no saber”, descalificado y asimilado con la ignorancia más radical. Tal como hemos sido formados sólo existe una única forma de “saber” que, casualmente, es aquella que nosotros poseemos como un capital simbólico que se valoriza tanto por lo que él mismo “es” como a través de la subordinación de todo lo que “no es”. Se delimita así un territorio de saberes válidos e inválidos. De este modo, escuchar lo que sobre el tema tiene que decir quien “no sabe” acerca del tema se hace lógicamente innecesario e inútil. Lo más curioso es que esta valorización ha sido incorporada por los propios pacientes quienes no dudan sobre su propia ignorancia y descartan lo que largos años de padecimiento han dejado en ellos como experiencias, memorias, prácticas y representaciones de la enfermedad.

Que las cosas ocurran de este modo tiene explicaciones perfectamente racionales, pero ello no impide que resulte absurdo y que conspire contra la gestión inteligente de este tipo de patologías. Ya nadie duda de que las enfermedades crónicas deben ser manejadas por individuos responsables de su autocuidado, proactivos y concientes de lo que nadie, sino ellos mismos, puede lograr. Es por ello que el saber práctico y vivencial que poseen debería constituirse en una herramienta fundamental a capitalizar como insumo en las estrategias a largo plazo de las diversas patologías. Sin ello, la mera información médica se torna desencarnada, impersonal y descontextualizada de la vida real lo que la torna ineficaz y hasta peligrosa. Todo parece indicar que algunos de los actuales fracasos podrían verse atenuados si se reúnen los diversos tipos de conocimiento al servicio de una causa común.

La práctica médica se ejerce en un escenario saturado de tensiones contradictorias e incertidumbre no siempre sencillas de articular. Ignorarlas no las resuelve, evitarlas sólo las reduce a una patética caricatura y condena a la práctica cotidiana a cerrar los ojos ante lo que no comprende o a ocultarlo bajo la máscara anestésica de la certeza y de lo autoevidente.

Algunas de estas tensiones son las que se dan entre:

  • Lo conocido y lo desconocido
  • Lo cognoscible y lo incognoscible
  • Lo universal y lo particular
  • La epidemiología y el paciente
  • El cuerpo y el “yo”
  • El arte y la ciencia
  • La enfermedad y el padecimiento
  • La compasión y la competencia
  • Lo instrumental y lo creativo
  • La complejidad y la simplificación
  • La eficacia y la eficiencia
  • La biología y la biografía
  • Un “narrador” de historias y un “escuchador” de historias

Así, la Medicina discurre a medias entre conceptos –incluso cuando se esfuerce en negarlo- cuyos orígenes se remontan a la antigua Grecia: la episteme  (conocimiento científico) y la doxa (opinión), la arethé (virtud) y la phronesis (conocimiento práctico).  O categorías provenientes de la Antropología como la visión etic (la del investigador académico) y la visión emic (la del sujeto investigado o el paciente en este caso).

La ingenua ilusión de considerar a la Medicina una ciencia y a los médicos científicos la priva de reconocer su naturaleza empírica e individual y le niega la posibilidad de considerar válido cualquier tipo de saber que no se ajuste al modelo de ciencia positiva que supone encarnar.

 

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