Editorial IntraMed
Las fronteras, el mundo real y el ojo del observador
Es verdad que las cosas cambian a una velocidad vertiginosa y que nuestras ideas sobre ellas lo hacen a un ritmo bastante más lento. Pero también es cierto que –en cierta medida- esas cosas “son” las ideas que sobre ellas tenemos. Los modos en que los fenómenos son concebidos, configurados por nuestro pensamiento, constituyen objetos sobre los que se fundan nuestras prácticas. Raramente nos detenemos a repensar estas construcciones hiopotéticas a las que con frecuencia tomamos como independientes de lo que sobre ellas creemos. Trabajos como el que esta semana publican en The Lancet Mozaffarin y colaboradores, desde la Escuela de Salud Pública de Harvard, resultan una ocasión propicia para hacer este infrecuente ejercicio.
Todos nos hemos escuchado infinidad de veces repetir que la Diabetes es un factor de riesgo - incluso un “equivalente”- de Infarto de Miocardio. Pero también hemos asistido a diario a centenares de pacientes con IAM -sin historia de Diabetes- a los que hemos visto a lo largo de su seguimiento convertirse en diabéticos. Si la representación ingenua de la causalidad en biología es la de un vector con una dirección y sentido únicos, si de una causa sólo se deriva una consecuencia, entonces algo no anda bien en nuestra manera de representar lo que aquí sucede. O la causalidad es un fenómeno más complejo que lo que nuestro sentido común supone o los fenómenos que describimos forman parte de algo que los incluye pero que aún no somos capaces de nombrar. Aunque tal vez ambas cosas coincidan.
La causalidad no es simple asociación, no siempre es vectorial, en ocasiones se comporta como un bucle recursivo en el que causas y efectos se determinan y se influencian mutuamente. También podríamos pensar que existe una “escenario” metabólico subyacente de gran complejidad –y que aún conocemos poco y mal- con capacidad de hacer impacto en diversos órganos y sistemas generando manifestaciones específicas: aterogénesis, rupturas de placa, resistencia a la insulina, enfermedad pancreática, disfunción hepática y endotelial, alteraciones de neurotransmisores en el SNC y depresión o ansiedad, entre otras.
¡Qué bueno que estudios como éste pongan a prueba nuevas hipótesis! Es siempre saludable que los investigadores resistan a lo establecido y se arriesguen con ideas diferentes. Cuando los datos alientan estas propuestas se convierten en el impulso necesario para que otros grupos las vuelvan a explorar. Así, la multiplicación de los ensayos podrá robustecer o refutar lo que este trabajo sugiere. Es esta provisionalidad implícita del conocimiento científico, esta permanente inestabilidad de lo que postula y somete a prueba, lo que constituye –paradójicamente- su mayor fortaleza.
Algunos hechos acerca de la epidemiología de las enfermedades cardiovasculares parecen indudables y merecen atención, investigación, replanteo de supuestos básicos y toda la creatividad y la imaginación de los científicos aplicada a pensar sobre ellos.
Lejos de lo que se suele creer, la ciencia es también –y tal vez más que ninguna- una actividad sostenida por la creatividad y la imaginación del hombre. A diferencia de otras disciplinas interpone entre las hipótesis y los actos un sólido aparato metodológico y el rigor de la confrontación con los pares antes de formular afirmaciones. Comparte con el arte la tensión máxima de la imaginación humana y la belleza estética de sus producciones. La ceguera cultural a este tipo de belleza es un obstáculo epistemológico que impide la consideración de la ciencia como una actividad intelectual creativa y ocasiona resistencias intelectuales y prejuicios. Investigadores de todo el mundo se encuentran en este mismo momento trabajando tenazmente porque se proponen que aquello en lo que piensan sea “bello” -en el sentido más elevado de esta palabra- pero que también sea cierto y que resulte útil a sus semejantes. No es poca cosa, pero si observamos a nuestro alrededor podríamos sentirnos satisfechos de que, pese a sus errores y desaciertos, todavía en la ciencia se procure que las palabras resulten mejores que el silencio que interrumpen.
Dr. Daniel Flichtentrei
Jefe de contenidos médicos IntraMed
Resumen objetivo del artículo original publicado en The Lancet
Introducción
Estudios previos demostraron que las personas con diabetes mellitus tipo 2 (DM-2) sin antecedentes de enfermedad coronaria, presentan el mismo riesgo de infarto de miocardio (IM) y de mortalidad por IM que un individuo no diabético con enfermedad coronaria establecida. Más aún, si el paciente tiene enfermedad coronaria establecida y DM-2, el riesgo aumenta mucho más.
Los autores de este trabajo exploraron el fenómeno opuesto, o sea en los pacientes que tuvieron un IM en los últimos 3 meses: ¿cuál es la incidencia de desarrollar diabetes o una glucemia alterada en ayunas (GAA)?
Los autores también analizaron la influencia de la alimentación mediterránea sobre esta asociación.
Métodos
Pacientes. Los autores utilizaron la información del estudio GISSI (Gruppo Italiano per lo Studio della Sopravvivenza nell infarto miocardico)-Prevenzione que estudió en forma aleatoria los beneficios del omega 3 versus la vitamina E en pacientes que habían tenido un IM recientemente.
Una vez excluidos los pacientes que ya tenían DM-2 quedaron 8291 participantes para el estudio.
Protocolo. Al inicio del estudio se obtuvo de cada participante la siguiente información:
Comentarios
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