Adicciones

El 25% de los adictos que se tratan lo hace por marihuana

Este porcentaje desmiente un mito frecuente y peligroso sobre esta droga: que es inocua y que es menos tóxica que el tabaco. Los expertos afirman que genera dependencia física y psicológica.

Georgina Elustondo

Se ha instalado y crecido al amparo de discursos que la aseguran inocua. La marihuana, repiten desde diversos sectores, no genera adicción, es menos tóxica que el tabaco y hasta puede resultar beneficiosa en algunas circunstancias. Tres "mitos" que gozan de una peligrosa aceptación social y que los expertos refutan a rajatabla. "Nada más alejado de la realidad", advierten desde la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar). Y lo respaldan con estadísticas contundentes: uno de cada cuatro pacientes en tratamiento en centros dependientes del organismo está siendo rehabilitado por adicción a la marihuana.

Así lo refleja el último Registro Continuo de Pacientes en Tratamiento del organismo, al que Clarín accedió en forma exclusiva. Según datos recién horneados, en 2005 la marihuana motivó el tratamiento del 25% de los 2.369 pacientes que estaban siendo rehabilitados en 53 centros de todo el país. "Este alto porcentaje desmiente los discursos habituales sobre la marihuana, que insisten en instalarla como una droga que no genera mayores daños sobre la salud. Es mucha la gente que no puede dejarla ni manejarla y que está padeciendo las consecuencias de su consumo", destaca Diego Alvarez, al frente del Observatorio de Drogas de Sedronar.

"Es un mito que la marihuana no tiene toxicidad. Es una droga con sustancias psicoactivas muy potentes, que impactan sobre el sistema nervioso central y el aparato cardiovascular", advierte la toxicóloga Norma Vallejo, subsecretaria de Planificación, Prevención y Asistencia del organismo. La marihuana tiene propiedades psicoestimulantes, psicodepresoras y produce alucinaciones.

"El uso crónico genera pérdida de interés y del deseo, fatiga, alteraciones de humor, disminución de la capacidad de concentración y depresión del sistema inmunológico. Además, afecta la fertilidad y aumenta las probabilidades de sufrir cáncer, enfermedades pulmonares y psicosis", dice Vallejo, y arremete contra otro mito: "Muchos aseguran que el porro es menos dañino que el tabaco, y no es así. Su toxicidad es mayor porque se fuma distinto: se retiene más en las vías respiratorias y, en el proceso de fumado, desprende más monóxido de carbono que un cigarrillo", revela.

Los daños que puede generar la marihuana son múltiples y difieren mucho según la persona: como dicen en la jerga, "a cada uno le pega distinto". Pero hay algo que afecta a todos los consumidores por igual: la adicción. "La marihuana genera dependencia física y, sobre todo, psicológica. Como otras drogas, excita y provoca un aparente estado de bienestar porque actúa sobre el sistema de recompensa del cerebro. El mismo, al ser estimulado, pide más", explica Vallejo.

No sólo es adictiva. La marihuana es, además, la droga ilegal más consumida como droga de inicio. Las estadísticas confirman su condición de puerta de entrada a sustancias más duras: excluyendo a los que arrancaron con el alcohol y el tabaco, el 58% de los pacientes inició su camino hacia la adicción con la marihuana. "Es una puerta peligrosa —subraya la socióloga Graciela Ahumada, investigadora de Sedronar—. Los pasos siguientes en muchos casos son la cocaína, la pasta base y los tranquilizantes".

En el caso de la marihuana la adicción no está asociada necesariamente a la frecuencia de consumo. "Tiene que ver con las particularidades de cada persona", explican. Para evaluar si hay dependencia se observa si el consumidor desarrolló tolerancia (si el organismo se habituó y debe fumar más para lograr el mismo efecto), si su cotidianidad sufrió cambios (rutinas, hábitos, manejo del tiempo) y si hay manifestaciones que indiquen síndrome de abstinencia: "Si no puede dejar de fumar, si se pone irritable, transpira frío o no puede socializarse ni disfrutar cuando no fuma", ejemplifican.

El momento del primer contacto con la marihuana también preocupa: en promedio, los pacientes fumaron un porro por primera vez a los 15 años, una edad de inicio similar a la del alcohol. "El mayor problema es que una droga de fácil acceso y barata y está instalado que no hace nada, que se maneja. Hay gente que hasta discute que sea una droga. Una barbaridad", dispara Ahumada. Y sabe por qué lo dice: un estudio entre universitarios reveló que la marihuana es la droga que menor percepción de riesgo tiene, una opinión que contrasta con la experiencia de los adictos en tratamiento: "El 38% de los que se iniciaron en el consumo con la marihuana dicen que es la droga que le produjo mayor daño", dice Ahumada.

El consumo de marihuana atraviesa todos los sectores sociales y edades de lo más diversas. Datos de la Sedronar advierten que entre el 2001 y el 2005 la cantidad de gente que fuma porros creció un 60%, un incremento apuntalado sobre todo por la incorporación de la mujer.

"No sé vincularme si no fumo"

"Tenía 14 años, era un nene. Mi mamá me había sacado del colegio público de mi barrio, Lugano, para llevarme a uno privado. Pensó que allí estaría mejor, pero fue al revés. Ahí me junté con lo peor, y a los 14 empecé con el porro. Me atrapó de entrada. Al tiempo hacía cualquier cosa por consumir". Daniel tiene 24 años y está internado en un centro de Merlo. Pudo dejar las drogas que consumió dos años después de probar su primer porro, pero sigue enfrentando a su peor enemigo: "No puedo superar la adicción a la marihuana. Pude dejar la cocaína, la pasta base, pero hace dos meses recaí con el porro. Me cuesta vivir sin eso", confiesa.

Hiperquinético, "nervioso", asegura que encontró en la marihuana la manera de "sedarse" y socializarse. "No sé vincularme si no fumo, ya forma parte de mi personalidad. El porro me dio inclusión (sic), pero también me dejó tololo. No terminé la escuela, me afectó la memoria, tengo actitudes torpes, me pierdo, me olvido de todo. Ojalá me deje en paz".

Prevención

Ante la caída en la edad de inicio del consumo de drogas, Sedronar lanzó un Programa de Prevención en el ámbito Educativo. Se llama "Quiero Ser" y está dirigido a chicos de entre 10 y 14 años. Los docentes son una pieza clave.

No hay drogas inocentes
Diana Baccaro
dbaccaro

Hace un tiempo, un ministro dijo que se oponía a las fiestas electrónicas porque "todos saben que allí se consumen drogas sintéticas". Se refería a las drogas de diseño que se asocian a las nuevas formas de entretenimiento y socialización de los jóvenes de clase media y alta. Los maratones musicales y toda la parafernalia de los bailes tecno, sin embargo, a veces opacan problemas mucho más viejos y más masivos, como el consumo de marihuana, que atraviesa a todos los sectores sociales, de todas las edades. Y con una lista de agravantes: se accede a ella más fácilmente, es más barata y —bajo un falso manto de inocuidad— hasta goza de cierta permisividad.

Sin efecto terapéutico

"Consumir marihuana no es gratis. Tras un par de pitadas se mueren unas 150.000 neuronas. Y, minutos después, se ve afectada la coordinación motora, la función cognitiva y la percepción. Cuando uno pide mapeos cerebrales observa el daño cerebral con claridad", dice Miguel Ríos, al frente de la Fundación Reencuentro.

"Es un agente tóxico que tiene un fuerte impacto cerebral: modifica el contenido y el influjo celular de calcio en las neuronas del hipocampo, afecta los procesos involucrados en la memoria y produce trastornos cognitivos residuales", explica el neurólogo Marcelo Merello.

Los expertos desmienten que el porro tenga efectos terapéuticos. "Es una sustancia de la marihuana sintetizada en laboratorio la que ayuda a combatir las náuseas de quienes se hacen quimioterapia. Es un fármaco, no un cigarrillo. Fumar produce alteraciones cardiorrespiratorias que pueden ser nocivas para los enfermos", dice Vallejos.

"Dejé y recaí tantas veces que ya ni puedo contarlas"

Tuvieron que pasar más de 35 años de consumo para que Oscar B. asumiera que no podía manejarla. "Imaginate —dice—. Tengo 52 y desde los 15 que fumo. Dejé y recaí tantas veces que ya ni puedo contarlas. La marihuana no sólo me hizo pelota el cerebro sino que fue al trampolín a las demás drogas. Pasé por todas, fui sumando algunas y restando otras, pero el porro estuvo siempre". Hasta ahora. Hace dos meses que está internado en la Fundación Reencuentro, a la espera de una hazaña que emprendió tantas veces como fracasó: dejar la droga. O que la droga lo deje, y le devuelva la vida que le roba hace varias décadas.

"Era un pibe, un adolescente, y me fasciné con el hippismo. Me acerqué a unos muchachos que fumaban marihuana y me enganché. Siempre supe que no era bueno, pero jamás imaginé que me volvería adicto. Siempre dije que era algo que manejaba, un aditivo para noches de buen pasar, pero después no pude parar. Llegué a viajar a Paraguay a comprar... Me la traía de kilos. Fumaba diez porros diarios". Oscar no sabía lo que era vivir sin estar fumado, porque sentía que podía hacer todo con porro encima. "Me engañaba. Estaba atado. Sin la marihuana sentía que me faltaba optimismo para encarar el día. Si no fumaba me ponía depresivo", confía.

La marihuana no fue lo peor. O sí, porque fue la puerta. "Seguí con anfetaminas, cocaína, LSD, pastillas. Hoy soy VIH positivo, tengo problemas motrices y muchas fallas en la memoria reciente. Además, hice destrozos en mi familia, abandoné a mis hijos... Destruí todo", repasa Oscar. "Los pibes tienen que saber que cada porro deja neuronas en el camino. Perdés la memoria, la noción del tiempo, te relajás ante cuestiones que merecerían atención o preocupación. Es una mierda, una mierda que encima está pseudolegalizada. La tolerancia social no ayuda".