Apuntes sobre un cuadro poco conocido. | 25 ENE 06

“La enfermedad de los rostros ocultos"

La persona que lo padece se oculta, así como la verdadera imagen de su propio cuerpo que se esconde detrás de una visión fantasmal. Una revisión de artículos y libros pretende sacar a la luz este desorden mental de importancia médica que pocos conocen.
Autor/a: Ximena Abrevaya para IntraMed 

“Lo esencial es invisible a los ojos”
“El Principito” Antoine de Saint Exupéry.

Para Jane, inevitablemente, nada era invisible a lo que creían ver sus ojos. Lo esencial tal vez era esa incontenible obsesión por su “inmensa nariz”, su “gran mandíbula” o quizás su “labio torcido”. Probablemente lo fueran sus “pechos diminutos”, o de algún modo, sus “abultadas nalgas”. En un momento de su vida Jane dejó de ver a sus amigos y perdió contacto con ellos. Se encerró en su casa por 5 años hasta que su angustia se tornó insostenible. Intentó suicidarse varias veces...

Algunas de estas historias se encuentran reflejadas en “The Broken Mirror”, un libro donde se relata la problemática de aquellas personas que padecen Síndrome Dismórfico Corporal, también conocido como “dismorfofobia” o, más comúnmente denominado: Trastorno Dismórfico Corporal (TDC). “Es un desorden mental poco reconocido y común que ocurre a lo largo de todo el mundo”, comenta la doctora Katharine Phillips en uno de sus trabajos sobre el tema, quien además es psiquiatra y autora del libro.

Es decir, no hablamos de “quasimodos”, ni de la cara oculta del “Fantasma de la ópera”, ni de la prosa de Francisco Quevedo que evocaba  a un “naricísimo infinito”. El problema (y la dicotomía que plantea) es que Jane era una mujer atractiva. “El TDC implica una creencia falsa o distorsionada como así también una dispercepción corporal”...“Está caracterizado por una excesiva preocupación por un defecto en el cuerpo completamente imaginario o muy trivial como para ser detectado por otra persona, causándole a los que lo padecen deterioro físico, psíquico y/o social” señala el libro “Obsesiones Corporales”, del psiquiatra argentino Jose Aníbal Yaryura Tobías, en co-autoría con otros profesionales del área, y quien es además director del Bio-Behavioral Institute, en Estados Unidos.

La Dra Phillips, especialista en el tema, sostiene que los pacientes con TDC creen que lucen feos o deformados, incluso hasta “horrorosos” o “monstruosos” cuando en realidad “se ven bien” y su aspecto es normal.

“No sólo están disconformes con su aspecto sino que están preocupados por el. Están muy preocupados. Quisieran estarlo menos, pero no pueden. Muchos dicen que están obsesionados. También sufren. La preocupación acerca de su aspecto les ocasiona un significativo sufrimiento emocional y puede interferir con sus vidas” relata el libro de Phillips.

Por eso suelen estar desempleados o presentar desventajas en el trabajo, además de permanecer socialmente aislados, remarca en uno de sus trabajos el doctor David Veale del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Londres y psiquiatra consultor en el  Priory Hospital North London.

Phillips documentó que el 97 por ciento de los pacientes con TDC evitan las actividades sociales normales y ocupacionales. La mayoría son solteros o divorciados. Muchos presentan ideas suicidas o autodestructivas, y suelen invertir varias horas del día en mirarse al espejo, un acto compulsivo que corresponde a lo que se conoce como una práctica “ritual” desde el punto de vista psiquiátrico. Entre estas compulsiones se encuentran además el arreglo excesivo, la comparación con otros, el cambio frecuente de ropa, o las dietas restringidas en calorías.

Si bien, la preocupación, en general, puede involucrar a cualquier parte del cuerpo, frecuemente suele estar focalizada en la cara o la cabeza, siendo la piel, el pelo y la nariz los que encabezan la lista. Según señalan algunos autores los pacientes con TDC pueden hacer foco en aquel aspecto considerado como “defecto” y permanecer obsesionados con éste de manera puntual a lo largo del tiempo, o bien la visión del aspecto defectuoso puede extenderse hacia otras partes del cuerpo, siendo común que se vean involucradas varias zonas corporales a la vez.

En el área dermatológica el trastorno tiene la más alta incidencia, por lo que ha recibido también el nombre de “hipocondría dermatológica”.
Por lo general la edad de inicio es la adolescencia aunque se ve frecuentemente en adultos jóvenes.
A pesar de lo que muchos creerían, la patología no hace distinción de condición social (el trabajo de Al-Adawi comenta el caso de un hombre omaní de 24 años). Tampoco de sexo. Se ha visto que la incidencia es similar entre hombres y mujeres, aunque se cree que en el segundo caso podría llegar a estar subvalorada.

“Blade Runners”: cuando el bisturí amenaza

Muchas de las personas que presentan esta patología suelen recurrir a la cirugía estética con el fin de aliviar la acuciante sensación de fealdad que sienten frente a su “fantasmal” defecto. Según se ha señalado, naturalmente, muchos enfermos de TDC creen que un cambio en su imagen mejoraría su estado anímico.

El Dr Veale comenta, en un trabajo publicado en la revista “Psychiatric Bulletin”, que el TDC no es poco común en las clínicas de cirugía cosmética. La rinoplastía encabeza la lista de cirugías asociadas al TDC. Según Veale, quien condujo un estudio prospectivo, el 20,7 por ciento de los pacientes que se ha realizado una rinoplastía tiene un posible diagnóstico de esta patología. Por otra parte, comparativamente, hay una clara diferencia entre las personas normales que desean una rinoplastía cosmética respecto de que aquellos que padecen TDC quienes “son significativamente más jóvenes, están más deprimidos, más ansiosos, más preocupados por su nariz y tienen comportamientos compulsivos”, señala Veale. Entre estas compulsiones relata que las personas con TDC también presentan otras asociaciones más graves como la “DIY surgery” (“D.I.Y” representando las siglas de Do It Yourself, “hazlo tu mismo”), es decir, una intervención de tipo quirúrgico realizada de forma “casera” y por la misma persona con el fin de cambiar su aspecto.

Ante la desesperación de transformar su apariencia se ha visto que los pacientes con TDC se someten a todo tipo de procedimientos “caseros”. Veale relata algunos casos: Una mujer preocupada por su piel y la forma de su cara limó sus dientes para alterar la apariencia de la línea de su mandíbula. Un hombre preocupado por su piel usó un papel de lija como forma de dermoabrasión para remover cicatrices e “iluminar” su piel. Una mujer preocupada por la fealdad de múltiples áreas de su cuerpo decidió hacerse una liposucción pero, como no pudo costearla, utilizó un cuchillo para cortar sus muslos intentando sacar hacia afuera sus adiposidades. Un hombre preocupado por tener la tez enrojecida, repetidamente se extrajo sangre de motu propio con una jeringa y una aguja, o, cuando fue aceptado, se sometió a donar sangre en una clínica de transfusión. El objetivo era lucir “más pálido”.

El panorama se torna asimismo grave cuando la gran mayoría de los pacientes con TDC que se someten a cirugías cosméticas empeoran o permanecen sin mejora, hecho que es esperable y tal vez poco sorpresivo debido a las características que presenta esta patología. Según Phillips la cifra de insatisfacción alcanza el 82,6 por ciento de los intervenidos que padecen TDC. Tal vez este sea el motivo por el cual muchos se someten a cirugías de manera recurrente.

“Lo que importa es lo de adentro”

El Trastorno Dismórfico Corporal es una enfermedad psiquiátrica, por ende, debemos buscar sus bases en el interior de la mente. En un trabajo escrito por Wanda Paterson y colaboradores denominado “Trastorno Dismórfico Corporal” se señala que puede considerarse que los pacientes con TDC sufren de “alucinaciones”. No obstante Phillips menciona que sólo aproximadamente la mitad de los pacientes presentan características “alucinatorias”.

Al parecer, es difícil establecer dónde se encuentra dentro de la clasificación de las enfermedades psiquiátricas. “Se lo considera un síntoma, un síndrome, o un agregado sintomático en otro proceso mayor”, es decir, “puede considerarse como un síntoma más de otra enfermedad o un síndrome como entidad única, o a un espectro de enfermedades”. También pueden encontrarse una serie de trastornos neuropsiquiátricos asociados como el trastorno obsesivo compulsivo, trastorno de personalidad, trastorno depresivo mayor, psicosis, hipocondría monosíntomática, patología anatómica cerebral. Se han establecido múltiples similitudes entre el Trastorno Dismórfico Corporal y el Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) así como también una serie de diferencias, según afirma el libro “Obsesiones corporales”. Aún parece no haber consenso respecto a considerar si el TDC es un desorden relativo al TOC, aunque muchos investigadores consideran que si, tal como comenta el Dr. Georg Driesch, quien además afirma que por su carácter ha sido asociado a la cenestesia, a los desórdenes alimentarios y al transexualismo.

Al parecer tampoco está clara su identidad. Algunos investigadores asocian al TDC con un problema neurofisiopatológico, y otros con un problema biopsicosocial. Esto se relaciona con los tratamientos a los que son sometidos los pacientes, algunos de ellos apuntan a paliar la patología con un abordaje farmacológico desde el punto de vista psiquiátrico. Algunas de las drogas utilizadas son el Levetiracetam comúnmente utilizada para prevenir ataques de epilepsia y el Escitalopram un  inhibidor de la recaptación  de serotonina.  No obstante hay tratamientos que apuntan a un abordaje psicoterapéutico, siendo uno de los más exitosos la Terapia Cognitiva-Comportamental. Este modelo contempla que existen similares características entre el TDC con el TOC y la fobia social. El mismo abarca distintas características “el yo como un objeto estético”, “la evaluación negativa de la imagen corporal”, “la meditación y la comparación con el ideal”, “la emoción”, “los comportamientos que involucran la necesidad de sentirse a salvo”, “factores de riesgo” (genéticos como en muchos desórdenes psiquiátricos, el temperamento como factor indirecto, adversidad durante la niñez como el abuso físico, historia de estigmas físicos como los dermatológicos, identidad sexual relacionada por ejemplo a la homosexualidad, y un tipo de “sensibilidad estética” tal como podría describirse para otros tipos de sensibilidades particulares como por ejemplo la sensibilidad musical).

Dismorfofobia: Made in Italy

Aunque parezca llamativo el TDC se conoce desde hace más de cien años, o al menos eso es lo que parece, ya que la incorporación del término original “dismorfofobia” generó algunas controversias. Fue un psiquiatra italiano el primero en denominarlo, Enrico Morselli (1852-1929), quien acuñó el término en 1886.


En un trabajo publicado por dos psiquiatras, los Dres Berrrios y Kan, “A conceptual and quantitative análisis of 178 historical cases of dysmorphophobia”, se pueden explorar algunos aspectos relativos a los orígenes en la identificación de la patología de la obsesión por la apariencia corporal y a la introducción del término “dismorfofobia”. Morselli lo definió durante 1880 como “la conciencia de la idea de la propia deformidad; el individuo teme `ser` o `convertirse` en deforme”. Berrios y Kan sostienen que hay dos actos históricos que deben ser explorados por separado, la incorporación del término y la construcción del concepto. Morselli tomó el término acuñado inicialmente por el historiador griego Heródoto de Halicarnaso (485-452 a.de C.) para denominar al mito de la niña más fea de Esparta: “Dismorfia” (“dis”que significa “sin” y “morfia” que significa “forma”) quien era conducida diariamente a un templo para ser librada de su falta de belleza.
Berrios denota que Morselli

 

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