Lúcidas reflexiones de un médico ilustre | 18 AGO 05

El frágil vínculo entre la medicina y la sociedad

Un análisis humanista acerca de la realidad actual del ejercicio de la Medicina.

Por Carlos R. Gherardi
Para LA NACION

La relación médico-paciente fue el eje que sostuvo toda medicina hipocrática desde hace 2500 años. El bienestar del paciente como objetivo excluyente del acto médico se apoyó en la esencial vocación del médico para curar y cuidar y en la confianza del paciente en prestar su cuerpo y también su alma para ser cuidado y ser curado. Esta relación, que era asimétrica porque uno indicaba y ordenaba activamente, como depositario del saber, y el otro obedecía "la orden del doctor", estaba teñida por la afectividad. El médico era quien sabía lo que era mejor para el paciente, algo que facilitaba esta credibilidad ciega y cierta.

En los últimos cuarenta años, la tecnociencia impregnó la práctica de la medicina. El correlato inmediato que este cambio provocó en la relación con el paciente fue el desplazamiento del médico como agente personal a los equipos de cada especialidad y subespecialidad y el corrimiento del consultorio tradicional hacia las instituciones. La consulta médica ya no fue un acto único y central, sino múltiple y despersonalizado. Su motivo no era ya el padecimiento de una persona, sino la interpretación de una imagen, de un signo o de un número. La interposición de los exámenes complementarios y de las interconsultas dificulta, con el paso del tiempo, el reconocimiento de cuál fue el motivo de la consulta inicial, el establecimiento claro de quién es el médico principal y la definición precisa del padecimiento fundamental.

En esta exploración actual del contacto del paciente con la medicina no puede obviarse su relación con el equipo de salud, constituido por una pléyade de trabajadores no médicos: bioquímicos, enfermeros, trabajadores sociales, instrumentadoras, psicólogos, kinesiólogos y, seguramente, algunos más, y también por las secretarias, auxiliares y técnicos.

Pero a pesar de estos inconvenientes, se registró en este período un importante avance de la medicina, manifiestamente superior al de toda la historia de la civilización, que se puede medir fácilmente por el importante aumento de la esperanza de vida en aquellas comunidades que tienen garantizados el derecho y el acceso a la salud. Sin embargo, este avance no excluye actualmente las situaciones conflictivas generadas por la aparición de una verdadera industria de la salud y de la enfermedad, que perturbó para siempre la tradicional relación médico-paciente hasta alcanzar, virtualmente, su disolución. La constante presencia en el sistema de salud de un "ente financiero" impulsó a Callahan a hablar de una relación triádica paciente-médico-ente pagador, por oposición a la diádica, o cuasi diádica, definida por Laín Entralgo.

¿Cómo compatibilizar la necesaria confianza del paciente en el médico con la praxis de la medicina actual, que tiende a transformar al médico en un experto y al paciente en un objeto exterior? Nunca como hoy las múltiples especializaciones han promovido que la frecuente lejanía entre el operador y el paciente pueda ser casi absoluta, hasta el extremo de no existir, en muchos casos, ningún vínculo, ni siquiera visual.

En estas situaciones, que empalidecen la actuación del antiguo médico de cabecera, la pregunta es en quién deposita el paciente su confianza. Es posible considerar, como hipótesis, que gran parte de la credibilidad, antes encarnada en el médico, se ha desplazado hacia la certidumbre inapelable de la verdad estrictamente científica, que hoy parece sustentar a toda la práctica de la medicina.

En este punto, que parece de no retorno, es importante que la sociedad conozca el carácter transitorio del conocimiento científico y la

 

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