Cuentos del médico y escritor Mariano R. Molina | 28 AGO 22

“Fueron de los últimos en sentir soplar el viento”

El médico y psiquiatra, que reside en Funes y ejerce en Rosario, publicó su primer libro de relatos.

“Hay tres álamos, y a la derecha, otra hilera, perpendicular de los mismos álamos que se pierden hacia el oeste jugando a buscar el infinito. Por entre esas líneas puede verse un paisaje de sembradíos que, según la época del año, se parecen a un mar de tonos verdes, o a un mar de tonos amarillos y verdes. Este paisaje pertenece ya a mi memoria profunda y ha sido modificado por un instante del tiempo inapelable”.

Este párrafo, tal vez, engloba la escencia del primer libro de cuentos del médico psiquiatra Mariano Molina, Fueron los últimos en sentir soplar el viento. Además de ejercer  en Rosario, Santa Fe, Molina escribió diversos relatos que fueron publicados en Rosario 12.  

Compartimos con los lectores de IntraMed el prólogo del libro publicado por la editorial Homo Sapiens, a cargo del escritor y lingüista Mateo Niro.

Prólogo

En el taller mecánico donde trabajaba mi papá solían escuchar la Amplitud Modulada desde antes que el portón se abriera hasta después que el portón ahogara el sonido de la calle y la oportunidad del milagro del auto entrando, el cliente asomando la cabeza por la ventanilla y el carraspeo del motor defectuoso que ofrecía el pan de cada día. Yo era chico y me gustaba ir a visitarlo cada tanto. Y en el paisaje estaba ese ruido particular de la radio, y mucho más en un parlante desvencijado que colgaba de un gancho como de media res. Al mediodía, en ese dial clavado, empezaba el programa “La vida y el canto”. Recuerdo que fue en una de esas horas de verano hostil que escuché que Antonio Carrizo leía y leía algo con voz acompasada, como cada tanto lo hacía, y no entendía casi nada de lo que decía porque se con­fundía con el sonido de algún caño de escape y el murmullo de la avenida, pero sí alcancé a escuchar que el libro que leía se llamaba Radiografía de la pampa, de un autor que no retuve, ni siquiera lo intenté. Recuerdo que lo que más me gustó en mi cabeza de niño era que ese locutor popular en una radio popular de un taller popular en un barrio popular leyera y leyera y yo pudiera escuchar como una música esa cadencia y sentirme parte de esa ceremonia laica y letrada. Y que cuando dijo el título se tratara de una bella síntesis entre dos mundos tan aparentemente lejanos y diversos, el de los médicos a los que me llevaba mi mamá y el de la geografía que aprendía en la escuela. Muchos años más tarde, por supuesto, me reencontré con ese libro y, cuando me lo puse a leer, ahí reaparecieron no solo esas palabras de Ezequiel Martínez Estrada sino también el ruido latoso, mi papá en la fosa, el olor a grasa y mi pasado.

Hoy otra vez me lo reencuentro cuando leo estas páginas, y son esos ecos que me devuelven esa ingeniosa relación entre un paisaje parsimonioso, con silencios que aturden, con un horizonte de lado a lado, y las cosas que ocurren ahí encima. Como poniendo muñequi­tos en un tablero de llanura, el libro de Mariano Molina nos convoca a auscultar los sentidos de la pampa. Y hablo de sentidos como quien habla de direcciones y significados y motivos (toda esa polisemia arremolinada). La pampa permite todo eso y este libro así lo explota.

“No le asombra la vastedad de la pampa, sino su parecido con el mar”, dice uno de los cuentos más borgeanos. Y en esto que digo acá aparece por primera vez este adjetivo. Como suele referirse, Borges es uno de esos sustantivos propios que de manera más drástica pudo transformarse en adjetivo. Y, si hubiera que ligar esta cualidad a un referente de carne y hueso, habría que otorgárselo a este libro. Como tantos, pero este más, Fueron de los últimos en sentir soplar el viento hace eco con cautivas, compadritos y honores. Pero también con construcciones sintácticas del tipo: “Entiendo que no hay percepción alguna igual a otras, pero la percepción repite sus modos para poder decir que el sol tenue de invierno no hace extraño mi jardín”. Pero hay algo más, ligados a su estructura universal, precisa y enigmática de la trama, como un mecanismo de relojería: “En esos ejercicios andaba, cuando su memoria de astrónomo reconoció, en la intensidad lumínica que dibujaba la sombra de los barrotes, la equivalencia y el fundamento de su calendario semestral: ‘No es adecuado un calendario de doce meses’ –escribió”.

 

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