Historias de pacientes y médicos | 13 DIC 19

Dar la vida por la guardia

Historias dramáticas de los pacientes que acuden a Emergencias y de los médicos que los asisten
Autor/a: Profesor Dr. Carlos Spector Fuente: IntraMed 

El hecho tan dramático ocurrió en la sala de emergencias de un hospital del conurbano, próximo a uno de los asentamientos humanos más precarios, conocido por su peligrosidad. Por lo general allí se producen varios crímenes diarios debido sobre todo a las bandas de narcotraficantes que compiten por la supremacía y el rédito generado por la venta de drogas.

Pocos minutos después de la pasada Nochebuena, mientras todos los integrantes de la guardia celebraban la festividad, trajeron en ambulancia a un joven herido, acostado boca arriba, sonriente, sin signos de sufrimiento. Esta actitud aparentemente saludable, contrastaba con el ansioso apuro de los camilleros, la cara de consternación del médico de la ambulancia, y la llamativa prominencia que elevaba varios centímetros la sábana, cerca de lo que debía ser el ombligo.

El paciente quería colaborar, pero quienes lo traían se lo prohibieron. Con mucho cuidado lo levantaron y trasportaron a pulso hasta la mesa de examinación de la sala de guardia, sin que los movimientos le ocasionaran quejas por dolor o alguna otra molestia.   

Una vez retirada la sábana quedó expuesto un cuchillo pequeño clavado en el abdomen hasta el mango. Nada de sangre ni vestigios de lucha violenta. Mediante un relato tranquilo y pausado, el chico refirió que como epílogo de una pelea, su rival drogado y borracho le había insertado el cuchillo dentado con el que estaban calando una sandía.

A pesar de que no había signos de alarma, no era cuestión de retirar el utensilio, porque en el curso de la maniobra se podía lesionar una víscera, hasta entonces presumiblemente indemne. Preguntamos por algún familiar, amigo, vecino o cualquiera junto con quien asumir la responsabilidad de un tratamiento quirúrgico inmediato como el que se necesitaba llevar a cabo. El herido negó tener vínculos con alguien que por él se interesara. Tampoco el joven quería compartir decisiones con otra persona, pero aceptaba que hagan con él “lo que se tuviera que hacer”.

La conducta debía ser abrir el abdomen, verificar el trayecto de la hoja del cuchillo y retirarlo bajo control visual. Así se hizo: previa anestesia general, se practicó una incisión vertical por la línea media bordeando el ombligo y a pocos centímetros del cuchillo. No sorprendió comprobar que la hoja había esquivado milagrosamente los intestinos. Quien concurre a una carnicería y ve los chinchulines frescos, reconoce que su superficie es lisa y que para cortarlos o pincharlos sobre el mármol se lo debe fijar con una mano mientras se procede con la otra, porque de otro modo se deslizan.

Eso mismo debió haber ocurrido con los intestinos del paciente, tanto el delgado como el grueso: el cuchillo los desplazó en lugar de pincharlos o cortarlos. Durante la minuciosa exploración no se halló ninguna lastimadura visceral. El período posoperatorio fue breve, porque no hubo complicaciones. Al cuarto día el enfermo ya caminaba y un día más tarde estaba en condiciones de egresar del hospital. Pero con qué destino…

Durante toda su estancia no recibió visitas. Tampoco quiso responder a las preguntas de la policía para identificar al agresor. Como no tenía antecedentes penales, podía volver a su domicilio. Todos sabían el riesgo que iba a correr en ese ambiente pero a la vez ignoraban de qué modo manejar la situación social. Desde el punto de vista técnico, la conducta había sido la correcta. Sin embargo para satisfacer las inquietudes de psicólogos y asistentes sociales, se debieron aclarar muchas dudas y explicarles por qué para una herida de apenas dos o tres centímetros, que es el ancho de la hoja del cuchillo, se efectuó una incisión de más de veinte de longitud.

Después todos los presentes opinaron sobre si un servicio público asistencial como es el hospital, debe contemplar aspectos sociales tan graves como el crimen, el narcotráfico, la pobreza, la incultura y el hacinamiento. Hubo acuerdo en que corresponde involucrarse, porque los integrantes de un centro de salud son ciudadanos sensibles. Pero a la vez carecen de los recursos como para intervenir activamente y además no se les asignan incumbencias relacionadas con estos aspectos de la realidad.

 

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