Teléfonos inteligentes y vida cotidiana | 23 MAY 10

Hiperconectados: la adicción de vivir pegado al celular

La tecnología puede provocar vínculos enfermizos.
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Hiperconectados

Neurobiólogos se asoman al futuro

Por: Redacción Vivir

Hace 300.000 años el ‘Homo sapiens’ descubrió las herramientas y su cerebro comenzó a cambiar. ¿Cómo está moldeando nuestra mente los celulares, computadores, chats, videojuegos y demás dispositivos?

Evolución del cerebro / Foto: Jupiter
Se cree la evolución digital del cerebro aumente el aislamiento social.

Si el gran naturalista inglés Charles Darwin estuviera vivo, lo más probable sería encontrarlo frente a una pantalla de computador, navegando por Google en busca del nombre de una especie de las Islas Galápagos, esperando la llamada de algún colega a su Blackberry, escuchando música en un Ipod, contestando mensajes de messenger de sus nietas y, quizá, preguntándose en algún momento del día si toda esta invasión de nuevas tecnologías no estaría llevando al cerebro de los seres humanos por un nuevo sendero de evolución.

Darwin sostenía en el siglo XIX que nuestro cerebro y cuerpo evolucionan mediante la selección natural, una compleja interacción entre los genes y el entorno. En este sentido, el neurobiólogo Gary Small, quien dirige el Centro de Investigación de Memoria y Envejecimiento en la Universidad de UCLA, considera que “la actual eclosión de la tecnología digital no sólo está cambiando nuestra forma de vivir y comunicarnos, sino que está alterando, rápida y profundamente, nuestro cerebro”.

En su reciente libro, titulado El cerebro digital, Small señala que “los estudios demuestran que el entorno en que vivimos moldea también la forma y la función de nuestro cerebro, y lo puede hacer hasta un punto sin retorno”.

Un ejemplo sencillo es que no es lo mismo comunicarse de viva voz, con palabras escritas o con combinaciones de letras y “emoticones” como lo hacen los jóvenes hoy. Mientras el lenguaje hablado o escrito se procesa en un lugar conocido como el área de Broca, neurocientíficos de la Universidad Denki de Tokio descubrieron que quienes contemplaban emoticones (esos símbolos que se envían en la mensajería electrónica) activaban un área en otro surco del cerebro, en la región frontal inferior derecha, una zona que controla las destrezas de la comunicación no verbal.

El álbum familiar del Homo sapiens tiene algunos ejemplos con pistas de lo que hoy podría estar sucediendo con los cerebros humanos. Small recuerda los trabajos del antropólogo Stanley Ambrose, de la Universidad de Illinois, quien sostiene que hace aproximadamente 300 mil años un hombre de Neanderthal se dio cuenta de que podía coger un hueso con la mano para utilizarlo como un tosco martillo y luego que la herramienta era más eficaz si se sostenía el otro objeto con la otra mano.

El resultado no fue otro que la aparición de la condición de diestro y zurdo; y, según el neurobiólogo, “un lado del cerebro evolucionó para controlar con mayor fuerza la destreza manual, mientras que el otro lo hizo para especializarse mejor en la evolución del lenguaje”.

Vida frente al monitor

Un estudio reciente de la Kaiser Foundation estableció que las personas entre ocho y dieciocho años exponen su cerebro a ocho horas y media diarias de estimulación digital. ¿Son equivalentes los videojuegos y la pantalla del computador al hueso en la mano de los hombres de Neanderthal?

Para averiguarlo, Small y su grupo de investigadores en la Universidad de California diseñaron un experimento. Intentaban averiguar el impacto que esa cantidad de tiempo frente a un ordenador produce en el cableado neuronal del cerebro, la velocidad a la que se construyen nuevos caminos en la mente.

Junto a Susan Bookheimer y Teena Moody, especialistas en neuropsicología y neuroimagen, seleccionaron a un grupo de personas relativamente inexpertas en el uso del computador para comparar sus cerebros con el de otro grupo de personas, verdaderos “linces informáticos”, de la misma edad, sexo y estatus socioeconómico. Utilizando la resonancia magnética para asomarse en el interior del cerebro de estos individuos cuando realizaban tareas de búsqueda en Google, pretendían descubrir esas posibles diferencias.

“Como lo habíamos previsto, los cerebros de los expertos y de los inexpertos mostraban unos patrones perfectamente diferenciados de actividad neuronal mientras buscaban en Google”, anotaron los investigadores. Durante la primera sesión de escaneado comparativo, las personas familiarizadas con internet utilizaban una red concreta de la parte frontal izquierda del cerebro, conocida como la “corteza prefrontal dorsolateral”. Los voluntarios inexpertos, en cambio, mostraban muy poca o ninguna activación de esa zona. La buena noticia para los inexpertos es que después de varios días de entrenamiento frente al ordenador esas mismas zonas comenzaron a iluminarse. Pero el experimento dejó más preguntas que respuestas sobre el escritorio de los científicos: “Si nuestro cerebro es tan sensible a sólo unas horas de exposición al ordenador, qué ocurre cuando empleamos más tiempo? ¿Y qué pasa con el cerebro de los jóvenes, cuyo cableado neuronal resulta aún más maleable y plástico? ¿Qué se produce cuando pasan las ocho horas de media diarias con sus juguetes y dispositivos de alta tecnología?

Muchas tareas

Uno de los posibles cambios en la revolución digital estaría relacionado con lo que se ha denominado “estado de atención parcial continua” y que no es otra cosa que esa tendencia a estar permanentemente ocupados, siempre atentos pero nunca centrados en algo concreto. Escribimos, chateamos, hablamos por teléfono, escuchamos música, miramos televisión, todo al mismo tiempo y sin poner absoluta atención a nada. “Al prestar una atención parcial continua, es posible que pongamos nuestro cerebro en un estado de mucho estrés”, apunta Small, “ya no tenemos tiempo para reflexionar, considerar o tomar decisiones sensatas. En su lugar, vivimos con una sensación de crisis constante”.

Se cree que a corto plazo las hormonas del estrés aumentan los niveles de energía y agudizan la memoria pero con el tiempo acaban por trastornar la cognición, provocan depresión y alteran el cableado neuronal de zonas como el hipotálamo, la amígdala y la corteza prefrontal, zonas que controlan el estado de ánimo y el pensamiento.

Nuevas habilidades

Resulta un error pensar todos estos cambios en categorías de bueno y malo. Se trata de procesos de evolución y adaptación que en muchos casos representan nuevas ventajas. Para los neurobiólogos existe la posibilidad de que con toda esta avalancha tecnológica podamos aprender a reaccionar más deprisa a los estímulos visuales, y mejorar muchas formas de atención, en particular la capacidad de observar las imágenes de nuestra visión periférica. También, desarrollar una mejor destreza para tamizar rápidamente gran cantidad de información, y decidir qué es importante y qué no lo es.

Small cree que aunque la evolución digital del cerebro aumente el aislamiento social y disminuya la espontaneidad de las relaciones interpersonales, es muy posible que incremente nuestra inteligencia según la medimos con test de coeficiente intelectual. “Las puntuaciones medias de estos tests están subiendo de forma sistemática con el avance de la cultura digital y está mejorando la capacidad de realizar múltiples tareas a la vez sin cometer errores”, apuntó.

Paul Kearney, del Instituto de Tecnología de Nueva Zelanda, aportó alguna evidencia en este sentido al demostrar que los voluntarios de un estudio que empleaban ocho horas a la semana en videojuegos multiplicaban por 2,5 la destreza para las multitareas.

Tren de la tecnología

Los caminos de la evolución son lo suficientemente caóticos y complejos como para poder anticiparlos. Lo que sí aconseja Small es que debemos tomar decisiones informadas sobre la cantidad y la calidad de la exposición tecnológica. Dice que poco a poco “descubriremos cómo afecta la era digital la estimulación autónoma tradicional del cerebro, y qué áreas de éste debemos ejercitar para conseguir imponernos en este entorno cambiante”.

 

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