El rechazo a los sabores amargos responde a mecanismos biológicos. Sin embargo, el sentido del gusto evoluciona con la edad.
Manojo de acelgas. (Foto: Kike Para)
CRISTINA G. LUCIO
MADRID.- Ante un plato con acelgas, alcachofas o pepino muchos niños exclaman un sonoro 'no me gusta' y ponen una expresiva cara de asco. La misma mueca aparece al tomar determinados jarabes; sin embargo, el gesto cambia si lo que tienen entre manos es un dulce o una golosina.
La clave de unas preferencias tan marcadas está en la biología, según explica Julie Menella, una investigadora estadounidense que ha llevado a cabo un trabajo sobre los mecanismos que influyen en el sentido del gusto. Sus resultados acaban de presentarse en el Congreso de la Asociación Química Americana.
Menella señala a elmundo.es que es el instinto de supervivencia el que va marcando el camino. "Lo dulce produce placer porque, en realidad, lo estamos asociando con una disponibilidad rápida de calorías, las que proceden de los carbohidratos", explica.
Sin embargo, rechazamos de forma innata lo amargo, el sabor que precisamente tienen muchos productos venenosos. "Tenemos 27 receptores para los sabores amargos, mientras que sólo tres para los dulces. En la prehistoria, esto nos ayudaba a evitar tomar alimentos tóxicos", indica Menella.
Pese a esta 'programación' natural, esta investigadora