En lo que a este particular tema se refiere, he escuchado historias diversas como pediatra y lo he experimentado en carne propia con mi hijo menor. En un primer momento, definamos quien es el denominado picky eater, en español, el “quisquilloso o exigente para comer”.
Por definición, dentro de la psicología infantil existe el termino “neofobia” o “miedo persistente y anormal a algo nuevo o poco conocido”; en este caso se trata de un miedo especifico a los alimentos, particularmente común en preescolares y escolares. Se refiere a la voluntad de una persona para probar cosas nuevas y tomar riesgos; el grado en que se desarrolle va a depender de cada individuo. Este fenómeno, ampliamente estudiado, llevo a los investigadores a crear la Escala del Alimento para la Infancia conocida como FNSC por sus siglas en ingles, (Food Neophobia Scale for Children) la cual permite a los padres obtener información acerca de los hábitos de alimentación de sus hijos .
Esto difiere de un picky eater pues este no solo rechazara los alimentos desconocidos, sino también algunos conocidos que no son agradables a su paladar. Los neofóbicos, a medida que tengan contacto con el alimento, lo aceptaran, no así nuestro “bello, caprichoso y melindroso picky eater”.
En la neofobia hay algunos factores a tomar en cuenta:
• Genética: estudios indican que al menos dos tercios de la variación en la neofobia alimentaria se debe a la genética. No estará de mas preguntar a las abuelas como fueron los padres durante su niñez.
• Factores psicosociales: los niños pequeños observan cuidadosamente las preferencias alimentarias de los padres y eso puede predisponerlos al rechazo de algún alimento.
• Factores fisiopatológicos propios de cada individuo: se puede ser más sensible que la media a los sabores amargos, lo que puede estar asociado con una historia significativa de infección del oído medio o un aumento de la percepción de los alimentos amargos, conocido como superdegustador.
• Factores ambientales, por ejemplo el nivel de excitación: si alguien está experimentando una situación con una gran cantidad de experiencias nuevas y por lo tanto está más excitado, podría ser reacio a probar nuevos alimentos, ya que esto aumentaría su nivel de excitación a un nivel incómodo.
Presionar al niño a comer un alimento o el castigo por no comerlo tiende a agravar el problema. Ofrecer recompensas no alimenticias podría ser un camino al éxito. Ser un modelo a seguir mostrándole como se comen y degustan los alimentos hasta hoy rechazados es otro buen consejo a tomar en cuenta. Pero principalmente la perseverancia en la exposición a nuevos sabores es indispensable ya que se requerirá de varias ocasiones para que este alimento sea aceptado como parte de la dieta diaria. La buena noticia es que tanto la conducta neofobica como “el niño exigente” tienden a disminuir naturalmente con la edad.
Suerte a todos en esta batalla y recuerden que nunca están solos.