En uno de los extremos de la Argentina, en Las Heras, Mendoza, hace dos años una mujer de 30 años se sintió obligada a ayudar a quien no conocía: se anotó como donante voluntaria de células de médula ósea. En otro extremo del país, en la ciudad de Buenos Aires, un joven de 23 años acaba de encontrar en aquel gesto su única posibilidad de superar una enfermedad mortal.
El trasplante de células progenitoras hematopoyéticas (CPH) que vinculó a esas dos personas que todavía hoy no se conocen se hizo el 27 de febrero pasado, en la Fundación Favaloro, y es el primer caso de ese tipo de trasplante con un donante argentino ajeno al grupo familiar. Es, además, fruto de un programa de donación iniciado cinco años atrás, que ya cuenta con 32.834 voluntarios inscriptos.
“El Registro Argentino de Donantes Voluntarios de Células Progenitoras Hematopoyéticas (CPH) comenzó a funcionar el 1° de abril de 2003 y ayuda a dar respuesta a urgencias en las cuales una persona necesita un trasplante de médula, pero no cuenta con familiares compatibles, lo que ocurre en el 75% de los casos", dijo a LA NACION el doctor Víctor Hugo Morales, director del registro.
A la fecha, el nexo que establece este organismo dependiente del Instituto Nacional Central Unico Coordinador de Ablación y Trasplante (Incucai) con programas similares de otros países ha permitido realizar 118 trasplantes, en los que pacientes argentinos recibieron células de donantes del exterior.
"Pero poder realizar los trasplantes con donantes argentinos permite ahorrar tiempo y dinero", señaló Morales. Los estudios de compatibilidad, sumados a los gastos que genera ir a buscar las células al exterior, oscilan entre los 18.000 y los 25.000 dólares, mientras que realizar el trasplante a partir de un donante local permite reducir ese costo a la mitad.
Además, "es más fácil encontrar un donante compatible para pacientes argentinos en la Argentina", ya que la mayor similitud genética se traduce en una mayor probabilidad de compatibilidad.
"Contar con un registro de donantes voluntarios también nos permite a los argentinos ayudar a pacientes de otros países", agregó Morales, que estima que este año tres voluntarios anotados en el registro local podrían donar células madre a tres pacientes de otros países con los que son inmunológicamente compatibles.
La suerte de poder ayudar
"La médula trasplantada prendió bien y la enfermedad se encuentra en remisión. Si todo sigue así, el paciente podría ser dado de alta este viernes", dijo a LA NACION el doctor Leonardo Feldman, jefe de Trasplante de Médula Osea de la Fundación Favaloro, al referirse al paciente que allí recibió el trasplante en cuestión.
El joven de 23 años, oriundo de Cañuelas, provincia de Buenos Aires, se encontró en la necesidad de recibir un trasplante de CPH tras sufrir una recaída de una leucemia mieloblástica -una enfermedad maligna de la sangre- que no respondía a ningún tratamiento convencional. Tampoco sus familiares eran compatibles, lo que es fundamental para evitar el rechazo del trasplante.
Pero ya en abril de 2006, la posibilidad de hallar un donante no familiar había sido planteada. "Me enteré de que podía ser donante voluntaria de médula cuando fui con mi marido a anotarme como donante voluntaria de sangre y de órganos", recordó Silvina, hoy de 32 años.
Contó su marido, Fernando, de 33, que durante los 5 años que vivieron en un pueblito de España observaban con asombro cómo, allí, la gente hacía cola para donar sangre en forma voluntaria. "Al volver al país, no dudamos en anotarnos como donantes, y cuando nos ofrecieron la posibilidad de ser donantes de médula, tampoco -dijo-. Pero fue ella la que tuvo la suerte."
De donar. "Cuando me llamaron para avisarme que había una persona que necesitaba un trasplante de médula y era compatible, muchos que dijeron que no fuera, que me iban a sacar un órgano o me iba a morir -recordó Silvina, que ayer recibió un reconocimiento del Ministerio de Salud-. Pero para mí fue algo gratificante. Me sentiría mal de no poder ayudar a alguien que, de no encontrar donante, se puede morir".
Por Sebastián A. Ríos
De la Redacción de LA NACION