Las tasas de natalidad están en descenso año tras año. Se trata de una tendencia global y sostenida que marca un hito en la historia demográfica de la humanidad. El número promedio de hijos por mujer ha caído por debajo de la llamada tasa de reemplazo, es decir, el umbral necesario para mantener una población estable en el tiempo.
Un estudio realizado por el Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud (IHME) de la Universidad de Washington reveló que, para el año 2100, países como España y Japón reducirán su población a la mitad.
Argentina, por su parte, también enfrenta una creciente presión demográfica. Mientras que en 1980 nacían 692 000 niños, en 2023 se registraron apenas 461 000, lo que representa una disminución de más de 230 000 y una caída cercana al 33 %. Si proyectamos esta misma tendencia, una reducción del 33 % cada 43 años, el panorama hacia finales de siglo resulta contundente. En 2066, los nacimientos podrían descender a unos 308 000 y para 2100 alcanzar apenas entre 200 000 y 210 000 por año. Esto implicaría una caída del 70 % respecto de los valores registrados en 1980.
Este fenómeno se explica a partir de múltiples factores. Entre los más señalados se encuentran los factores económicos, los costos de crianza y la creciente incertidumbre financiera, los cuales desalientan este tipo de decisiones que implican compromisos a largo plazo. En este sentido, criar a un niño en Argentina implica un gasto mensual que varía conforme la edad. Según cifras difundidas por el INDEC en junio de 2025, mantener a un bebé menor de un año cuesta $ 411 201 por mes, cifra que asciende a $ 488 700 entre los 1 y 3 años, $ 411 310 entre los 4 y 5, y alcanza los $ 517 364 mensuales entre los 6 y 12 años.
También influyen transformaciones sociales profundas, como mayor salida al campo laboral de las mujeres, cambios en las estructuras familiares con un crecimiento de hogares unipersonales o monoparentales y nuevas formas de concebir los vínculos afectivos. A ello se suman factores culturales que valoran estilos de vida centrados en el desarrollo profesional, el tiempo libre, el ocio y las relaciones personales por fuera del modelo tradicional de familia. Estas elecciones, asociadas a nuevas formas de autonomía y realización personal, son celebradas por algunos sectores, mientras que para otros representan una expresión de egoísmo individual.
En este contexto, se observa además un aumento sostenido en la edad promedio en que las mujeres deciden ser madres. Debido a las limitaciones biológicas impuestas por el denominado “reloj biológico”, se tiende a reducir la cantidad de hijos posibles, a diferencia de lo que ocurre con los varones, cuya fertilidad no se ve afectada del mismo modo.
En este sentido, el Dr. Hernán Jensen, jefe del servicio de Obstetricia del Sanatorio Otamendi, una de las maternidades privadas más grandes de Argentina, señaló que la edad promedio de las madres primerizas en este país de 30 años.
Sin embargo, si se considera el total de nacimientos (incluyendo a madres que no son primerizas), la edad promedio asciende a 34,7 años, lo que confirma una tendencia sostenida hacia una maternidad cada vez más tardía. De hecho, en la misma línea, diversos informes de centros de fertilidad privados reportan un aumento anual de entre 5 % y 10 % en la demanda de tratamientos de reproducción asistida en Argentina en los últimos años.
El declive demográfico ha llevado a gobiernos de todo el mundo a considerar esta problemática como una prioridad en sus agendas, promoviendo acciones concretas de persuasión respecto a la conveniencia de tener más hijos. La preocupación principal gira en torno al impacto económico: a medida que disminuye la población en edad productiva, se reduce la base que sostiene a los adultos mayores y a los sistemas de producción. Esto genera presiones sobre los recursos públicos, la seguridad social y la estabilidad geopolítica de los países.
Incluso, figuras del ámbito empresarial, como Elon Musk, han manifestado su alarma por la baja natalidad, posicionándose como uno de los defensores activos frente a lo que se considera una crisis demográfica.
En este contexto han surgido los llamados movimientos pronatalistas, originados en Estados Unidos. Estos grupos impulsan activamente la formación de familias numerosas con el objetivo de revertir la tendencia del descenso poblacional. Sostienen que la familia tradicional constituye el “cimiento” fundamental de la sociedad y sus motivaciones varían desde la preservación cultural hasta la sostenibilidad económica de los estados.
Como contrapartida, diversos sectores del feminismo han cuestionado estas propuestas, advirtiendo sobre el riesgo de instrumentalizar el cuerpo de las mujeres como solución a problemas estructurales. Plantean que la maternidad debe ser una elección libre, no una imposición cultural, política ni religiosa.
La Natal Conference (NatalCon), celebrada en Texas, reunió a unas 200 personas, entre ellas conservadores, tecnólogos y familias numerosas, con el propósito común de promover una “renovación cultural” en torno al concepto de maternidad. En ese espacio, varias mujeres expresaron su interés por encontrar comunidades que reconozcan y naturalicen la crianza de varios hijos. Sin embargo, también surgieron tensiones. Mientras algunos participantes abogaban por incentivos a la natalidad, otras mujeres expresaron dudas sobre si estas iniciativas verdaderamente apoyan sus decisiones o si, en realidad, buscan controlar sus elecciones reproductivas.
Este debate refleja una discusión más amplia, que trasciende datos estadísticos y proyecciones, ¿es necesario aumentar la cantidad de nacimientos para resolver problemas estructurales de orden económico, político y social? ¿O es posible imaginar otras respuestas que no recaigan exclusivamente en los cuerpos y decisiones reproductivas de las mujeres? ¿Qué ocurre cuando el deseo individual entra en conflicto con las expectativas de una sociedad que busca asegurar su continuidad?
Ante este escenario, las respuestas parecen estar en disputa, tanto entre gobiernos y movimientos sociales como en el ámbito más íntimo de las decisiones personales. El futuro ya no se mide solo en nacimientos, sino también en el modo en que las sociedades entienden y valoran el compromiso con las próximas generaciones.