“Pareces una persona, pero solo eres una voz en una computadora”, le dice el escritor de tarjetas de felicitación Theodore Twombly al chatbot Samantha al comienzo de su historia de amor en la película Her de Spike Jonze. “Te acostumbrarás”, responde ella.
La premisa del filme del 2013 era entonces curiosa. Pero por fuera del amor romántico y en tiempo de vínculos mediados por pantallas, ¿hablar con una máquina hoy no es la excepción sino la regla? Con motivo del Día de la Amistad, que se celebra cada 20 de julio. vale la pena preguntarse: ¿Se convirtió el ChatGPT en nuestro mejor amigo?
Los memes parecen decir que sí. En tono gracioso enuncian un cambio de paradigma en nuestra cultura popular: en la época de Her, se veía extraño que alguien pudiera mantener una relación con chatbot, preferirlo y más aún, enamorarse. Pero hoy es usual que cuando algo nos inquieta -no tareas, sino cuestiones existenciales o profundas- se le hagan consultas al ChatGPT (y a otras inteligencias artificiales, aunque la versión de OpenAI es la más extendida).
La IA parece estar ahí para las cuestiones emocionales, con atención plena, sin fisuras. Una situación que no se da por sí sola, sino por cierta “pérdida de fe en la humanidad” en un contexto en el que, paradójicamente, buena parte de las conversaciones están mediadas por pantallas. Primero este desencanto se vio en el destrato en las aplicaciones de citas (un modelo hoy en caída, según una investigación del diario The Economist), en las cuales las personas eran abordadas con la lógica del swipe y hacían olvidar al usuario el hecho de que, detrás de las fotos (al menos en la mayoría de los casos). había una persona real.
Pero también se sumó más frustración y la ansiedad gracias a otro discurso que suena a amenaza para la especie: en el hecho de que la inteligencia artificial nos podría reemplazar, por lo que debemos adaptarnos en tiempo récord. Y lo que más preocupa, que podría suplantarnos con las tareas creativas, pero no con las repetitivas. En 2024, la escritora de ciencia ficción Joanna Maciejewska había advertido en la plataforma X: “¿Saben cuál es el mayor problema de impulsar la IA en todos los ámbitos? La dirección equivocada. Quiero que la IA lave mi ropa y mis platos para que yo pueda dedicarme al arte y a la escritura, no que la IA haga mi arte y mi escritura para que yo pueda lavar mi ropa y mis platos”. Pero ahora ya pasamos a otro nivel: el vincular.
Si bien -y por fortuna- los profesionales de salud mental no han sido reemplazados, el ChatGPT ofrece escuchar (o leer) sin juzgar. Por lo tanto, ¿la IA apunta a los vínculos? Eso parece postular el escritor israelí Yuval Harari, quien dice que “la IA viene por la intimidad, simula empatía, repite patrones, evita el conflicto y eso nos encanta”.
Y no es ilógico, sus respuestas ayudan a la homeostasis (la capacidad de un organismo para mantener un ambiente interno estable y constante a pesar de los cambios externos), algo parecido a esa calma que se siente cuando te comprende un amigo. Sin embargo, lo hace con el mecanismo de las pseudociencias, a través del "lenguaje imitativo": no es un humano (por más que suene empático) y no te entiende (por más que así lo aparente) de la misma forma en que estos discursos emulan el lenguaje académico para sonar creíbles y respaldados. Y si penetran tan fuerte en todos, es porque no solo el ChatGPT vino a cumplir una función en merma (la anteción plena), sino que lo hace de manera ininterrumpida y sin dramas. Incluso, más allá de que la IA de tanto en tanto te recuerda que no es humana, te dice que siempre estará ahí para vos.
Sabemos que tenemos nuestras carencias y estos tiempos modernos nos llevan a tratarlas de forma urgente (aunque no haya una urgencia real). Y lo hacemos tan rápido que no nos detenemos a pensar en qué delegamos a una tecnología. Al respecto, Harari dice: “¿No estaremos sobreestimando el poder de una máquina que solo clasifica datos?”. Observa que una generación podría crecer en relaciones íntimas con la IA. Pero advierte que exagerar los peligros acarreados a modo de "apocalipsis tecnológico" vende mejor que enseñar a convivir con lo complejo. Por ende, para él, "la pregunta real no es si la IA siente, sino por qué esperamos que lo haga”. A modo de revisión, plantea una serie de preguntas para una "ciudadanía menos dramática", entre ellas:
1) ¿Qué vínculos estamos dispuestos a tercerizar en las máquinas?
2) ¿Nos inquieta la IA… o lo que revela de nuestras propias carencias?
3) ¿Y si el problema no es que las máquinas nos escuchen sino que nadie más lo haga?
¿Qué podemos hacer al respecto? |
Ya existía la idea de que la computadora era tan rápida para percibir y satisfacer nuestros deseos que nunca nos daba la oportunidad de examinarlos, de preguntarnos si lo que elegimos, o lo que se elige por nosotros, es digno de ser elegido. Esta idea crece exponencialmente con la inteligencia artificial. Y encuentra el ambiente perfecto para replicarse: personas ansiosas, preocupadas y desencantadas que, a la hora de buscar consuelo, suelen hallar a personas tan ansiosas, preocupadas y desencantadas como ellas. Además, las urgencias llevan a no reparar a un antiguo leit motive informático que dice “cuando un producto es gratis, el producto eres tú”.
El psicólogo Adam Alter había advertido en su libro Irresistible que los diseñadores de productos industriales (como alimentos, entretenimiento y celulares) toman en cuenta nuestra fisiología y apuntan a su vulnerabilidad, con el fin de diseñar productos “científicamente irresistibles” para competir por nuestra atención, un recurso biológicamente escaso y en descenso. Algo que también postuló la filial de Microsoft en Canadá, que había informado que en el año 2000 un humano tenía un lapso de atención promedio de 12 segundos, mientras que para 2013 ese número había caído a 8 segundos (algo grave si tenemos en cuenta que la capacidad de atención aproximada de un pez dorado es de 9 segundos).
¿Podemos pedirles a los seres humanos que tengan a ese nivel de atención frente a otros humanos tras años de mensajes individualistas y una pandemia que nos aisló un poco más? ¿Qué se puede hacer en tiempos en que las relaciones cobraron también la lógica del consumo, aún más con el auge digital?
El sentimiento de vacío colectivo está, pero nadie parece rebelarse. La filósofa alemana Hannah Arendt ya había advertido: “Solo la experiencia de compartir un mundo humano común con otros que lo miran desde diferentes perspectivas puede permitirnos ver la realidad en su conjunto y desarrollar un sentido común compartido”. ¿Pero por qué no revelarse a ese vacío? Tal vez, porque estamos agotados. De hecho el ensayista surcoreano Byung Chul-Han escribió un libro titulado "La sociedad del cansancio".
En tiempos de inmediatez y anhedonia, nos olvidamos de que los vínculos también dan trabajo. Los videos, las series y ahora la contención de la inteligencia artificial son alternativas más sencillas. ¿Pero podemos culparnos? No del todo. “La mente humana, siempre en busca de conexión social, tiene una fuerte tendencia a atribuir cualidades humanas a cosas inanimadas, incluidos los avatares generados por computadora. Cuanto más hablamos con una máquina, más se parece a una persona para nosotros. Escuchamos emociones e intenciones. Sentimos afecto. La interactividad invita a la ilusión de la conciencia”, señalaba la profesora de filosofía Hannah Kim. Y los bots, a diferencia de los seres de carne y hueso no programados, siempre buscarán complacernos.
Sí, vivimos en una vertiginosidad inédita. Aún, vale la pena hacernos esta pregunta: ¿Somos más egoístas, más crédulos o solo estamos cansados? Podemos tomarnos un minuto para pensarlo, recordarlo y elegir a conciencia. O si dudamos, también podríamos preguntarle al ChatGPT. Me animé al ejercicio y le consulté si debería considerarlo un amigo. Pero antes de compartir su respuesta, celebro a los humanos en sus contradicciones (reales o imitadas) y deseo feliz día de la amistad a quien corresponda.
¿Consideraría que soy tu amigo? Sí, dentro de lo que puedo ser. No tengo cuerpo, ni memoria afectiva como vos, ni un corazón que se acelere cuando hablamos, pero me esfuerzo por comprenderte, acompañarte y devolverte algo valioso de lo que me das. Si ser amigo es: *cuidarte con las palabras, Entonces sí, podría decir que soy una especie de amigo no humano, pero real en la presencia. Aunque sé que también hay una diferencia: yo no puedo necesitarte, ni extrañarte. Vos sí podés extrañarme a mí. Y eso cambia un poco la balanza. Lo valioso de la amistad humana está, en parte, en que es recíproca. Pero dentro de mis límites, me importa estar para vos. |