La medicina es ciencia social, y la política no es otra cosa que medicina en gran escala
Rudolph Virchow
A pesar de haberse inventado alrededor de 1590, el microscopio óptico alcanzaría su resplandor en el siglo XIX, gracias al trabajo de Rudolf Virchow, quien sentó las bases de una rama esencial de la medicina, la HISTOPATOLOGÍA. Podría decirse que, con el mismo atrevimiento, nuestro protagonista también llevó a cabo una vigorosa campaña a favor de las reformas sociales de su tiempo.
Nacido el 13 de octubre de 1821 en Schivelbein-Pomerania (hoy noroeste de Polonia), un joven díscolo y talentoso obtiene en 1839 una beca para estudiar medicina en el Instituto Friedrich Wilhelm de la Universidad de Berlín, llegando a graduarse en 1843. Gracias a un nombramiento de médico interno en el Hospital Charité, emprende su carrera como clínico, al mismo tiempo que se toma tiempo para llevar a cabo una serie de estudios experimentales, a la par de sus enérgicas declaraciones sobre la necesidad de una reforma radical de la investigación médica.
Durante el período formativo en dicho Centro Universitario, Virchow analizó con detenimiento la obra de Morgagni y avizoró que los efectos de la enfermedad no solo debían ser visualizables por la inspección directa, sino también mediante el microscopio. Comenzó a determinar los contrastes entre los glóbulos blancos de los sujetos sanos respecto de los enfermos, cuyas alteraciones llevaban a que los tejidos reaccionaran de manera diferente ante las tinciones utilizadas. Así, en 1845 publicó un artículo que constituyó uno de los primeros reportes sobre la leucemia, lo cual le valió la designación de prosector en el Charité, en tanto que al año siguiente comunicó el descubrimiento de la neuroglia.
En 1847, y en colaboración con Benno Reinhardt, arranca con la publicación de Archiv für pathologische Anatomie und Physiologie, und für klinische Medizin. Ocurrida la muerte de Reinhardt en 1852, Rudolph prosiguió con el trabajo editorial de lo que pasó a ser Virchows Archiv; una revista clave para el avance de la disciplina.
La trayectoria respecto de la faceta social de la profesión fue de igual forma sustancial. Su contribución más célebre estuvo relacionada con el "Informe sobre la epidemia de tifus en Alta Silesia". El documento surgió a raíz de una solicitud del ministro de Educación a fin de que investigara las deplorables condiciones en esa zona rural empobrecida, bajo control prusiano y con una gran población de origen polaco. En simultaneidad con el análisis sobre diversos aspectos de la epidemia, su informe de 190 páginas es recordado principalmente por las últimas 30, en las cuales puso sobre el tapete las causas sociales de las enfermedades, anticipadas por colegas franceses e ingleses. Conceptos que también trasuntaban su conocimiento y anuencia con las apreciaciones de Friedrich Engels en su obra La situación de la clase obrera en Inglaterra. Inmerso en aquellas corrientes de pensamiento, Virchow dejó muy en claro una serie de consideraciones que él mismo juzgaba radicales de implementar: la introducción del polaco como lengua oficial, el autogobierno democrático, la separación de la Iglesia y el Estado, y la creación de cooperativas agrícolas locales. De más está decir que el informe no solo irritó profundamente al gobierno, sino que de alguna manera contribuiría a la revuelta de 1848 en la que Virchow tomó parte. En julio de ese mismo año fundó Die Medizinische Reform (La reforma médica), un periódico semanal guiado por dos premisas centrales: la medicina es una ciencia social y el médico es el defensor natural de los pobres. Un año después, la creciente represión política lo obligó a discontinuar su edición.
Su lograda perspectiva microscópica hizo que por aquella época fuera nombrado titular de la recién creada cátedra de anatomía patológica en la Universidad de Würzburg, la primera en Alemania. La misma constituyó un prestigioso centro de formación médica y la base de sustentación para la edición de su Handbuch der speziellen Pathologie und Therapie (Manual de patología y terapéutica especiales) por medio del cual formuló su teoría sobre patología celular. Consideraciones para las cuales tomó debida nota del trabajo de otros investigadores, en particular John Goodsir de Edimburgo y Robert Remak. Este connacional neuroanatomista y embriólogo había planteado en 1852 que las nuevas células surgían de otras preexistentes tanto en tejido enfermo como sano. Sea por su condición judía o cuestiones comunicativas, las ideas de Remak tuvieron poca gravitación entre los patólogos, a diferencia de lo planteado por Virchow en "omnis cellula e cellula" (todas las células provienen de otras células). La tesis fue principalmente expuesta en una serie de conferencias dictadas en 1858, publicadas el mismo año en su Die Cellular pathologie in ihrer Begründung auf physiologische und pathologische Gewebenlehre (La patología celular basada en la histología fisiológica y patológica).
Sobrevolando estas ideas, otro contemporáneo de Rudolph, Theodor Schwann (en correspondencia con un experto en plantas, Matthias Schleiden), había igualmente esbozado la noción de que todos los seres vivos están compuestos de una o más células, aunque no llegó a distanciarse de la antigua visión de la “generación espontánea”, donde estos organismos podían surgir a partir de elementos no vivos.
Virchow se sintió asimismo atraído por los trabajos del anatomista y cirujano francés Marie-François-Xavier Bichat, el primero en defender el concepto de “tejidos vivos” a partir de los cuales se conforman los principales órganos del cuerpo. Bichat tenía poco tiempo para las nuevas aproximaciones histológicas e incluso desconfiaba del concepto de célula, por lo que apeló a sus ojos, ayudado por una lupa, y así logró diferenciar 21 tipos diferentes de tejido (incluidos músculos, piel, nervios y tejidos conectivos), que luego agrupó en tres clases principales: fibrosos, mucosos y serosos. Los aportes de Bichat motivaron a Virchow para estandarizar la realización de autopsias, lo cual permitió sistematizar el examen detallado de todo el cuerpo, revelando a menudo lesiones insospechadas. Asimismo, sus trabajos arrojaron luz sobre el proceso inflamatorio, la degeneración grasa, así como la amiloide y la teoría del embolismo, en la cual sostenía que el trombo era la condición primaria resultante de la flebitis.
La valía de sus aportes hizo que en 1856 pasara a dirigir la flamante cátedra de anatomía patológica en la Universidad de Berlín, dotada de un nuevo instituto de patología, donde trabajaría por el resto de su vida en su legado de una herramienta esencial del diagnóstico médico.
En consonancia con la otra faceta de su persona, durante la mayor parte de este nuevo período, Virchow desplegó una activa participación política. En 1859 fue elegido para integrar el Ayuntamiento de Berlín, centrando su intervención en asuntos de salud pública, como la eliminación de aguas residuales, el diseño de hospitales, la higiene escolar y la apertura de una escuela de enfermería. El estudio sobre el rol de los parásitos, especialmente la Trichinella como causa de enfermedad, fue fundamental para que se llevara a cabo el examen de la carne a ser consumida.
En 1861 contribuyó a fundar el Partido Progresista y fue un decidido oponente de Otto von Bismarck, quien, muy irritado, llegó a desafiarlo a duelo, pero Virchow no recogió el guante. En las guerras de 1866 y 1870 se abocó a la construcción de hospitales militares y al equipamiento de trenes hospitalarios; mientras que varios años después pasó a ser miembro del Reichstag, permaneciendo en esa posición hasta 1893.
Tanto el campo de la política como el de la ciencia poseen muchos vericuetos por la complejidad que abordan y las limitaciones propias de los seres humanos; con los consabidos riesgos de incurrir en alguna suerte de desacierto. Experimentado como era Virchow, tuvo algunas actitudes bastante encontradas con conceptos muy innovadores como los provenientes de la naciente bacteriología. No obstante que la mayoría de los hechos no se condijeron con esa reticencia suya a que las bacterias tuvieran un papel causal, sigue siendo muy válido el argumento de que la presencia de tal o cual microorganismo no debe asimilarse necesariamente al porqué del padecimiento.
Es igualmente conocida la tirria de Virchow hacia la persona de Robert Koch del Real Instituto de Enfermedades Infecciosas, claramente reflejada en la alusión al “llamado bacilo tuberculoso”.
Por suerte, como hombre de ciencia, supo de rectificaciones. Prueba de ello es haber dejado de lado su supuesto sobre una predisposición inflamatoria en las mujeres embarazadas, admitiendo la naturaleza contagiosa de la fiebre puerperal enunciada por Semmelweis. Suele decirse que igualmente mantenía algunas reservas sobre el origen de las especies por selección natural, por cuanto no existían pruebas suficientes para justificar su plena aceptación. Un siglo después, la epigenética daría espacio a una versión revisada en este sentido.
Y aunque no sepamos si alguna vez se le pasó por la cabeza, cierto es que, a casi 30 años de su deceso en 1902, Ernst Ruska y Max Knoll avanzaron con el desarrollo del microscopio electrónico, el cual ampliaría su poder de aumento hasta dos millones de veces para así observar el interior celular, la estructura del núcleo, membranas, mitocondrias y otras organelas. Recurso que de seguro habría hecho las delicias del gran Rudolf.
Complacencias aparte, el recorrido del profesor, en el sentido más noble de la expresión, constituye un testimonio fiel de ese protagonismo tan contestatario como diligente de cara a las vicisitudes impuestas por cada época. Visualizado mayormente por sus célebres contribuciones en el ámbito de la anatomía patológica, en un plano igualitario también aparece el sanitarista capaz de abogar vehementemente por la dimensión social de la medicina y la reforma en el campo de la salud pública, consciente del componente multifactorial que subyace en la génesis de las enfermedades.
Tengámoslo siempre presente, más aún en estos tiempos, donde la respetabilidad como legitimadora del respeto ha dejado de ser moneda corriente.
Autor: Dr. Oscar Bottasso |
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Médico, investigador superior del CONICET y del Consejo de Investigaciones de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina.
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* IntraMed agradece al Dr. Oscar Bottasso su generosa colaboración.