El deporte y la actividad física desempeñan un papel fundamental en la promoción de la salud y la prevención de enfermedades, incluido el cáncer. El ejercicio físico ha demostrado tener rol en el abordaje integral del cáncer, no solo como estrategia de prevención primaria, sino también como parte del tratamiento y la rehabilitación.
Diversos estudios han evidenciado que la actividad física regular puede mejorar la capacidad funcional, reducir la fatiga relacionada con el tratamiento, preservar la masa muscular y fortalecer el sistema inmunitario. Además, contribuye al bienestar psicológico del paciente, ayudando a reducir los niveles de ansiedad y depresión que frecuentemente acompañan al diagnóstico y tratamiento del cáncer.
En cuanto al pronóstico, existe evidencia creciente que vincula el ejercicio físico con mejores resultados oncológicos. En pacientes con distintos tipos de cáncer —incluyendo mama, colon y próstata—, la actividad física se ha asociado con una reducción en la recurrencia tumoral y la mortalidad específica por cáncer.
Estos beneficios podrían estar mediados por mecanismos biológicos, como la disminución de la inflamación sistémica, la mejora en la sensibilidad a la insulina y la modulación del entorno hormonal. Así, el ejercicio no solo mejora la calidad de vida durante y después del tratamiento, sino que también podría ser un factor modificador del pronóstico en pacientes oncológicos.
El estudio CHALLENGE, un ensayo clínico fase 3, evaluó los efectos de un programa estructurado de ejercicio físico en pacientes con cáncer de colon que habían completado quimioterapia adyuvante. En total, 889 pacientes fueron aleatorizados para recibir un programa de ejercicio de tres años o solo materiales educativos sobre salud.
A un seguimiento mediano de 7,9 años, el grupo que realizó ejercicio presentó una mejora significativa en la supervivencia libre de enfermedad (HR 0,72) y en la supervivencia global (HR 0,63), en comparación con el grupo control. La tasa de supervivencia libre de enfermedad a 5 años fue de 80,3 % en el grupo de ejercicio, frente al 73,9 % en el grupo de educación en salud, mientras que la supervivencia global a 8 años fue de 90,3 % versus 83,2 %, respectivamente.
Además de los beneficios oncológicos, el ejercicio se asoció con mejoras sostenidas en la capacidad cardiorrespiratoria, la función física objetiva y la percepción del estado físico durante los tres años de intervención. Aunque se reportaron más eventos musculoesqueléticos en el grupo que realizó ejercicio, la mayoría fueron leves y manejables.
Estos resultados respaldan el rol del ejercicio como una intervención eficaz y segura tras la quimioterapia adyuvante para el cáncer de colon, con un impacto clínico comparable al de muchos tratamientos farmacológicos estándar. Los autores concluyen que es fundamental integrar programas de apoyo conductual al ejercicio físico dentro de los sistemas de salud oncológicos para traducir esta evidencia en beneficios reales para los pacientes.