Existe la creencia de que los niños exageran el dolor y que los adultos son más aptos para determinarlo; esto puede hacer que la percepción sea modificada por las condiciones físicas y psicológicas del adulto. El dolor no aliviado trae como consecuencia sufrimiento y secuelas. Cabe recordar que en el tratamiento del dolor contamos con terapias tanto psicológicas como farmacológicas, dependiendo de la intensidad. Posiblemente, no sólo la terapia psicológica provista por un profesional, sino por alguien a quien le importa el paciente (por ejemplo, con el tacto), pueda tener un efecto terapéutico.
En cuanto a los fármacos, la decisión de la vía de administración es importante, ya que la aplicación intramuscular genera ansiedad y estrés, por lo que muchas veces los niños se resisten a su manejo. Los opioides deben suministrarse preferentemente por vía oral y, de ser necesario, por vía parenteral en una forma continua. Debe tomarse en cuenta la posibilidad de la analgesia controlada por el paciente a base de bombas (IV o subcutáneas y epidural), ésta puede ser considerada para niños a partir de los seis años, con alto grado de éxito.
Otra de las preocupaciones se refiere a los efectos colaterales, particularmente la depresión respiratoria. Al respecto, se sabe que el riesgo en adultos es de 0.09%, mientras que en niños va de 0 a 1.3%, por lo que no debe ser un inconveniente para administrarlos; por otro lado, la respuesta pico está bien establecida. Se debe tener un monitoreo estricto, principalmente cuando la administración es continua. Conviene proveer medicamentos para revertir o controlar las complicaciones, así como mantener la terapia respiratoria como parte fundamental del manejo.
El riesgo de adicción es otro factor que impide el tratamiento adecuado. Es importante diferenciar entre la dependencia física (asociada a síndrome de abstinencia) y la adicción psicológica, que corresponde a la obsesión por la droga. Al respecto, se ha estudiado el efecto de los narcóticos, principalmente en niños con anemia de células falciformes y en pacientes en recuperación de cirugía; en esos casos se ha encontrado que no existe riesgo con la administración de narcóticos. Si los medicamentos están administrados adecuadamente, con dosis e intervalos establecidos, el riesgo de adicción es mínimo.
Otra responsabilidad médica es la de proporcionar un tratamiento completo del dolor en cuanto sea posible, definiendo sus rutas terapéuticas en el caso de que el tratamiento deba ser prolongado. Si es necesario, es conveniente realizar estudios para apoyar el diagnóstico.
Existen investigaciones que reportan que durante la autoevaluación del dolor, las niñas muestran una intensidad mayor respecto a los niños. Al mismo tiempo, se observa que niños con problemas crónicos (diabetes), que ameritan procedimientos frecuentes, tienden a tolerar más el dolor; esto puede ser secundario a que no presentan la ansiedad de lo desconocido. Todo esto puede explicarse porque las vivencias, la cultura y el entorno familiar juegan un papel importante en la expresión del dolor. Otro aspecto importante es la religiosidad del médico, ya que está estrechamente relacionada con el apoyo analgésico cerca de la muerte.