Dentro de unos días se cumplen 73 años de la primera aplicación de un “electrochoque” (Terapia electro convulsiva) para tratar a un paciente afectado de esquizofrenia. Lo hizo un neurólogo italiano llamado Ugo Cerletti, y resultó un éxito. Desde entonces esta técnica se aplicó sistemáticamente en enfermos mentales graves, para tratar de manera bastante inespecífica diversos tipos de enfermedades, no siempre con indicaciones y técnicas suficientemente contrastadas. Pese a lo cual, millones de enfermos en el mundo entero se beneficiaron de este tratamiento, sin prácticamente riesgos para sus mentes, cerebros o vidas. Aun así, su uso concitó y aun concita críticas y polémicas, casi nunca basadas en informaciones contrastadas, pero con gran predicamento público, apoyado por el cine, los medios de comunicación, etc.
Actualmente es una técnica de uso generalizado en el mundo entero, basada en criterios científicos muy rigurosos, que permiten aplicarla con seguridad y eficacia, para tratar enfermedades graves, como depresiones resistentes que no mejoran con nada e implican grave riesgo para los pacientes. Pese a ello, no faltan los detractores y críticos. Cuando se discute sobre cualquier tratamiento psiquiátrico, especialmente si implica la más mínima “manipulación” cerebral, todo el mundo cree saber lo suficiente como para opinar y activar las alarmas del estigma, la incomprensión y el rechazo público de la “locura” y sus aledaños. Eso también ha pasado, y pasa, con los psicofármacos. Tildarlos de peligrosos e inútiles es casi un deporte público, aunque casi nadie conozca cómo funcionan, y casi todos los tomemos alguna o muchas veces.
Pero los tiempos avanzan y ahora la tecnología permite acceder al cerebro humano de diversas maneras, a cual más ingeniosa, eficaz y segura. Lo último es la estimulación cerebral profunda, o marcapasos cerebral, que se viene aplicando para enfermedades neurológicas como el Parkinson, el dolor crónico o ciertas epilepsias, con bastante éxito y nula discusión o rechazo público.
Pues bien, esta técnica se está intentando aplicar ahora en depresiones resistentes y trastornos obsesivo-compulsivos graves. Los estudios aun son escasos, pero los resultados son muy esperanzadores, y prácticamente carecen de efectos adversos o riesgos significativos. Pero a los que ya peinamos canas en esto de la psiquiatría, nos da cierto miedo que caiga sobre esta técnica de nuevo el estigma de la incomprensión, privando a bastantes enfermos desesperados de alternativas prometedoras.
La reflexión que les sugiero es la siguiente: la mente humana, sana o enferma, es una consecuencia del funcionamiento del cerebro. Las investigaciones neurobiológicas nos están acercando a un conocimiento profundo y riguroso sobre las bases de las enfermedades mentales. Es verdad que también hay asuntos sociales, culturales e incluso –al menos para algunos– espirituales, que se entrecruzan con los procesos cerebrales determinando comportamientos alterados. No aceptar esto, y rechazar la aplicación de técnicas biológicas, físicas o químicas para tratar las enfermedades mentales, como suele oírse reiteradamente en un programa vespertino de una famosa emisora de radio, es, sencillamente, una insensatez, que perjudica, sobre todo, a los que más los necesitan: los propios enfermos mentales, y, en particular, a los más graves.
Jesús J. de la Gándara, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital General Yagüe de Burgos, analiza la salud mental de los ciudadanos de hoy en día, siempre con un toque de actualidad.