Leí y releí con profunda atención las reflexiones del Dr. Ernesto Gil Deza; sin duda alguna, para gente de mi generación (1959) son conmovedoras y retrotraen la memoria a épocas en que la medicina era practicada como bien señala el autor de la nota.
Intenté, obviamente, por todos los medios, encontrar una respuesta satisfactoria -al menos parcialmente- a tal pregunta, no menor por cierto, y he aquí mi pensamiento al respecto.
No examinamos a los pacientes porque:
- No se enseña actualmente, y por ende no se aprende, a examinar los pacientes en el sentido amplio que señala el Dr. Gil Deza. No es solo cuestión de fiebre + soplo + esplenomegalia = fiebre reumática (ello sigue invariable, analógico), sino de tiempo. Tiempo para indagar, para examinar, para esperar la evolución de la enfermedad -no siempre clara en sus primeros estadios-. A ello ha de sumarse el tiempo para aprender a percibir un soplo, para diferenciarlo de otros, a palpar un abdomen y detectar una esplenomegalia o a obtener un registro febril adecuadamente. De allí que no puede practicarse en lo cotidiano lo que no se aprendió, que por ende no se valora y no devengará resultados acordes a nuestra percepción actual de lo que ello -resultados- implica en la era de la hipervelocidad. Hoy, (fiebre + soplo + esplenomegalia) se ha transformado en (registro febril -si acaso- + ecocardiograma + ecografía abdominal) = FR (lo digital -llamémoslo así- por sobre lo analógico).
- Tiempo: el examen físico, el interrogatorio, todo eso lleva tiempo. Enseñaba el Prof. Dr. Bernardo Manzino allá por los años 80 en la Facultad de Ciencias Médicas de la UNLP: "Ante un paciente con un abdomen agudo, lo primero que hay que pedir es… una silla". Y repetía hasta el cansancio: "Del libro al paciente y del paciente al libro". Todo dicho. Hoy, el libro prácticamente no existe, porque no existe el tiempo -nuevamente, el tiempo- para leerlo. Baste con preguntar en las editoriales o librerías cómo ha caído la venta de textos; o con echar una mirada a las bibliotecas en tiempos de internet y de fragmentación del total: artículo sobre tal tema -insulinoresistencia- en vez de texto de la especialidad (endocrinología o diabetología). Pensar hoy la encarnizada disputa entre partidarios acérrimos de Farreras Rozman vs. los tenaces defensores de Cecil Loeb equivale a reflexionar sobre las batallas de Grunwald o Hastings, o la lucha entre Unitarios y Federales; traer al tapete la Semiología de Egidio S. Mazzei es hablar, a las nuevas generaciones, sobre el papiro de Ebers. Todos y cada uno de esos textos, y muchos más, están en mi biblioteca personal; periódicamente, con nostalgia, pero también cuando me asalta alguna duda fundamental, tomo alguno de ellos y lo releo con atención, sabiendo que, de todos ellos, solo sobreviven esencialmente útiles los seis tomos de Testut Latarjet y los tres de Rouvière, toda vez que la anatomía -que ya no se enseña igual- no ha variado. El resto, malgré tout, es digno de figurar en un florilegio.
- Intolerancia a la incertidumbre: la clínica conlleva titubeo, indecisión y, por ende, inseguridad, porque precisa tiempo (otra vez el tiempo) y hoy, ni médicos -no, al menos, los más jóvenes- ni pacientes estamos dispuestos a tolerar esos aspectos de la vida. La modernidad implica inmediatez y presunta certeza, como la de la inteligencia artificial. Urgen respuestas y, más aún, respuestas que muchas veces satisfagan nuestros presupuestos.
Y si verdaderamente pienso y sostengo todo lo anterior: ¿por qué sigo yo examinando a mis pacientes? Muy simple y concreto: ninguna tecnología, absolutamente ninguna, ningún operador del más sofisticado y moderno aparato y ni el más reputado médico especialista en informes de estudios complementarios podrá jamás establecer un verdadero y profundo vínculo médico–paciente, y sin esa relación no existe (nuevamente) el ejercicio de la profesión que nosotros aprendimos… y añoramos.
Lo invaluable que rescata el Dr. Gil Deza es nada más, y nada menos, que la esencia del ser médico, aquello que cementa y sostiene la relación médico-paciente en tiempos de vértigo. Subyacen en el inconsciente de los pacientes -más no así en el de los noveles médicos- recuerdos borrosos de ese rito ancestral del trato personalizado, del examen físico minucioso donde radica, a mi juicio, la idea central del artículo del Dr. Gil Deza, al que vanamente trato de hallar una respuesta unívoca.
Las lúcidas digresiones del autor remiten al concepto de palatabilidad en la alimentación posmoderna: extrañamos lo casero de la comida de la abuela mientras consumimos la chatarra impuesta por el tiempo escaso en la sociedad actual.
* Dr. Alejandro A. Bevaqua. MP 220167. MN 139270. Clínica Médica - Medicina Legal.
Bahía Blanca (Buenos Aires, Argentina).