Todo empezó el 14 de febrero, cuando el Laboratorio de Salud Pública del Estado de Oaxaca confirmó como positivo para sarampión el caso de un niño no vacunado que había llegado a México desde Asia el 29 de enero; posteriormente se confirmaron tres casos relacionados. Y 10 días después, arrancó lo que verdaderamente explica la situación actual. El segundo caso confirmado fue un niño no vacunado de 8 años y —según informa la agencia AP— integrante de una comunidad menonita del Estado de Chihuahua; el niño había visitado familiares en Seminole, Texas, “el epicentro del brote en Estados Unidos”. “Los casos se propagaron rápidamente entre la comunidad menonita en Chihuahua —con 46.000 miembros— a través de escuelas e iglesias, según líderes religiosos y sanitarios”, añade el reporte de AP y señala que desde allí el contagio se extendió a trabajadores de huertos y a plantas procesadoras de queso en la región. Chihuahuas es el Estado mexicano con la abrumadora mayoría de los casos.
¿Cómo se llegó a esta situación? Según informaba ya en marzo David Kershenobich, secretario de Salud de México, el 100% de los casos confirmados de Chihuaha hasta ese momento se habían dado en personas no vacunadas, a pesar de que por la Ley General de Salud, artículo 134, la vacunación contra el sarampión (entre otras enfermedades como tosferina, difteria, tétanos, tuberculosis y poliomielitis) es obligatoria. Sin embargo, según pone en evidencia la última Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (2023), las coberturas están por debajo de lo recomendado: la OMS indica que es crucial que el 95% o más de la población tenga dos dosis de vacuna contra el sarampión, rubéola y paperas (SRP o triple viral). Solo las nacidas antes de 1965 se consideran inmunizadas por contacto. Pero la Ensanut 2023 muestra que solo el 49,4% de los niños y las niñas de 12 a 35 meses tienen los esquemas de vacunación completos hasta el año cumplido; y 41,7% hasta los dos. Y entre los adolescentes, solo el 21% está inmunizado contra el sarampión.
Hay razones epidemiológicas para esta caída; una de ellas, la pandemia de Covid 19, pero también –señala la OPS– el acceso limitado a los servicios de salud, especialmente en poblaciones vulnerables (migrantes, personas desplazadas, pueblos indígenas, entre otros). Por otro lado, como afirma Brian Poole, profesor asociado de microbiología y biología molecular de la Universidad Brigham Young, Utah, Estados Unidos, “las vacunas son víctimas de su propio éxito. Son tan efectivas que la mayoría de las personas desconocen las enfermedades prevenibles mediante vacunas. Necesitamos volver a concienciar a la gente sobre los peligros de esas enfermedades”. Así presenta un muy interesante estudio que busca ayudar, a quienes dudan de las vacunas, a apoyarlas.
¿Qué pasó en Chihuahua? |
Por los motivos que fueran, el panorama se puede volver cada vez más preocupante, pues la cobertura es baja; pero las cifras nacionales no justifican la situación de Chihuahua, donde, según el Boletín Informativo para la semana epidemiológica 18 (cerrada el 3 de mayo) los casos eran oficialmente 954; la distancia es grande, pero lo sigue el Estado de Sonora, con 14, y ambos tiene en común lindar con Texas, donde (no es casualidad) se concentra el mayor número de casos en Estados Unidos. Las cifras del resto de México son los siguientes: Campeche (6), Coahuila (2), Durango (5), Oaxaca (4), Querétaro (1), San Luis Potosí (1), Sinaloa (1), Sonora (14), Tabasco (1), Tamaulipas (4), Yucatán (1) y Zacatecas (9). No hay casos en Ciudad de México.
“Los casos reportados en Estados Unidos parecen pocos, pero el problema es que en ese país hay movimientos antivacunas muy fuertes que evitan que los niños se vacunen, y este brote es una consecuencia de ello”, señalaba ya en marzo, cuando los casos de Chihuahua eran solo 18, Susana López Charretón, investigadora del Instituto de Biotecnología de la UNAM, en una nota publicada en el sitio de la Universidad. “Chihuahua tiene una frontera muy importante con Estados Unidos y basta con que un niño enfermo esté cerca de personas no vacunadas para que se encienda el fuego”, alertaba, y profundizaba: “un solo enfermo puede llegar a contagiar hasta a 15 personas. Es como encender una llamita en pasto seco: si la gente a su alrededor no está vacunada, se infecta”.
Pues ocurrió en la comunidad menonita cercana a la pequeña ciudad de Cuauhtémoc que, según informa la agencia AP, “se muestra escéptica ante las vacunas y desconfía de las autoridades”. “Con 23.000 residentes, es uno de los principales motores económicos de Cuauhtémoc, pero es un lugar aislado donde las familias se mantienen por sí mismas. Algunos han recurrido a las redes sociales y a webs antivacunas para informarse. Otros utilizan poco la tecnología, pero visitan a familiares en Estados Unidos, donde también escuchan información errónea, que luego se difunde boca a boca”, añade la noticia, del 9 de mayo. Lo propio ocurre del otro lado de la frontera, en la comunidad de Seminole, Texas, de donde –recordemos– provino el caso índice de Chihuahua.
Ahora bien: ¿el problema podría atribuirse a prácticas asociadas a la religión? Los menonitas son un grupo religioso cristiano de origen anabaptista, un movimiento cristiano surgido durante la Reforma protestante en el siglo XVI, que se caracteriza por rechazar el bautismo infantil y promoverlo solo en adultos que hacen una profesión consciente de fe. Los anabaptistas también defienden principios como la separación entre Iglesia y Estado, la no violencia y una vida sencilla basada en las enseñanzas del Nuevo Testamento. Dentro de ellos, los menonitas son conocidos por su estilo de vida austero, su énfasis en la paz y la vida comunitaria. En México, se establecieron principalmente en estados del norte como, Chihuahua, donde conservan tradiciones propias y, en muchos casos, evitan el uso de tecnologías modernas y servicios estatales, incluida la vacunación.
Pero, según aclaró a ABC News Steven Nolt, profesor de historia y estudios anabautistas en el Elizabethtown College de Pensilvania, las razones de su rechazo a la vacunación no son religiosas, sino que reflejan “desde una interacción menos frecuente con los sistemas de atención sanitaria (especialmente para quienes viven en zonas más rurales) hasta una perspectiva tradicional que replica las prácticas de los padres y los abuelos, más que las prácticas más actuales". Algunas comunidades menonitas culturalmente tradicionales -señaló- participaron en campañas de vacunación de mediados del siglo XX contra enfermedades como la viruela, y eso lleva a hijos y nietos a confiar en esas vacunas. En contraposición, agregó, “los menonitas que viven en Seminole, Texas (…), conocidos como menonitas de bajo alemán, debido al idioma que hablan, vivieron en relativo aislamiento en México desde la década de 1920 hasta la de 1980". Por ese motivo, señala, se perdieron las campañas de vacunación de mediados de siglo en Estados Unidos, y “por lo tanto, parten de una perspectiva diferente”, que es la que los hace reticentes, explicó.
Una prueba más de que, como señalamos citando a Brian Poole, “las vacunas son víctimas de su propio éxito”.