Infectología narrativa

Pequeñas historias de la tuberculosis

La tuberculosis sigue siendo un problema de salud pública y los intentos por entender la enfermedad y tratarla, a lo largo de los años, nos han dejado múltiples anécdotas.

Autor/a: Flavio Gabriel Lipari

El día que conocimos al bacilo

Un 24 de marzo del año 1882, Robert Koch presentó al mundo el microorganismo causante de la tuberculosis: Mycobacterium tuberculosis, o más reconocido como el bacilo de Koch.

Koch nació el 11 de diciembre de 1843 en Clausthal, Alemania. Después de completar sus estudios de medicina en la Universidad de Göttingen, se dedicó a la investigación, explorando las causas de las enfermedades infecciosas. Identificó primero al bacilo del ántrax como la causa de la enfermedad, estableciendo los fundamentos de la bacteriología. El resultado de su trabajo fue la introducción de métodos que permitían obtener bacterias patógenas de forma sencilla y en cultivos puros, lo que facilitaba la detección e identificación. 

Koch descubrió al bacilo tuberculoso y un método para su cultivo puro. Fue el 24 de marzo de 1882 que publicó su famosa obra y por eso fue elegida esa jornada como el día internacional para la enfermedad. 

En 1883, Koch fue enviado a Egipto para investigar un brote de cólera. Allí descubrió el vibrión, aislando su agente causal. Estableció también los postulados de Koch, que son hitos que deben cumplirse antes de que pueda aceptarse que determinadas bacterias causan ciertas enfermedades infecciosas.

Robert Koch recibió el premio Nobel de medicina en 1905 por sus investigaciones y descubrimientos en relación con la tuberculosis. Murió el 27 de mayo de 1910 en Baden-Baden.

La TBC se puso de moda alguna vez

En el siglo XIX, la tuberculosis no solo era una enfermedad mortal, sino también un símbolo de elegancia y estilo. Aunque hoy nos resulte difícil de creer, la apariencia que provocaba en las personas era deseada por muchos, influenciando la moda y los cosméticos de la época.

Desde las páginas de las novelas hasta las óperas, la tuberculosis se convirtió en un tema recurrente, dotando a la enfermedad de un toque romántico. Personajes en Los miserables encarnaban la fragilidad y la belleza consumida por la enfermedad. Marie Duplessis, por ejemplo, cuya vida inspiró la novela La dama de las camelias, de Alejandro Dumas, y la ópera La traviata, de Giuseppe Verdi, falleció de tuberculosis.

La moda también sucumbió ante los "encantos de la tuberculosis". Los corsés ajustados y los cosméticos que imitaban la palidez de la piel fueron tendencia. En contraposición, el bronceado era considerado propio de las clases sociales bajas trabajadoras.

Los descubrimientos científicos de Robert Koch sobre la causa y la transmisión de la tuberculosis cambiaron la percepción de la enfermedad. Por ejemplo, los corpiños dejaron de fabricarse con materiales rígidos para permitir una mejor respiración.

El primer antibiótico contra la tuberculosis: la estreptomicina que trajo la esperanza y la traición

Ni la penicilina ni las sulfas tenían efecto sobre la tuberculosis. Muchos pacientes morían y era necesario un nuevo compuesto que luchara contra el bacilo de Koch. 

El 19 de octubre de 1943, un joven llamado Albert Schatz hizo un descubrimiento: la estreptomicina. Era el primer antibiótico eficaz contra la tuberculosis

Schatz era estudiante de posgrado, trabajaba en el laboratorio del microbiólogo de suelos Dr. Selman Waksman, en la Universidad de Rutgers, e investigaba actinobacterias. Su director ni lo visitaba por miedo a contagiarse con los peligrosos patógenos que manipulaba su alumno. 

Fue en el retirado sótano del Departamento de Microbiología donde, experimentando con Streptomyces griseus, logró aislar un compuesto que inhibía el crecimiento de Mycobacterium tuberculosis. Pero, mientras Schatz continuaba con su trabajo, su tutor, Selman Waksman, recorría el mundo presentándose como el descubridor del antibiótico.

Aunque en las publicaciones Schatz aparecía como coautor, en las conferencias Waksman omitía mencionarlo, generando la duda sobre la identidad del verdadero descubridor. Luego, Waksman registró la patente del antibiotico y comenzó a recibir regalías.

Schatz demandó a Waksman y a la universidad, logrando un acuerdo extrajudicial que reconocía su coautoría y le otorgaba una compensación económica. Sin embargo, su carrera ya estaba dañada. La controversia lo dejó sin oportunidades laborales en Estados Unidos, pues no era algo común que un alumno accionara legalmente contra su tutor y su universidad. Quedó tildado por la comunidad científica como conflictivo y tuvo que exiliarse en Chile para poder trabajar.

El tiro de gracia lo recibió en 1952: Waksman ganó el premio Nobel de medicina por el descubrimiento de la estreptomicina. Schatz protestó, pero el comité nunca reconsideró su decisión.

No fue hasta la década de 1990 que la Universidad de Rutgers reconoció formalmente a Schatz como codescubridor de la estreptomicina. La verdad salió a la luz cuando un periodista encontró las notas originales en los archivos, confirmando su papel protagónico en el hallazgo. 

La estreptomicina es el primer antibiótico de la familia de los aminoglucósidos, aunque hoy en día ha sido reemplazada en muchos esquemas terapéuticos, debido a la resistencia antimicrobiana y sus efectos adversos. Pero sigue siendo considerada por la OMS como un medicamento de importancia.

Schatz murió en 2005. Tuvo un poco de reconocimiento luego de medio siglo de olvido, aunque desde Estocolmo, ni noticias...

 Pelotitas de ping-pong para tratar la tuberculosis

El plombaje extrapleural o "cirugía de la jaula de pájaro" fue una innovadora técnica quirúrgica desarrollada por Brock en 1938. Era una forma de tratar la tuberculosis pulmonar, antes de la llegada de los antituberculosos.

El procedimiento implicaba la inserción de materiales diversos en el espacio extrapleural para colapsar el pulmón afectado. Fue muy utilizado en las décadas de 1940 y 1950 con los siguientes materiales: tejido adiposo, aire, aceite de oliva, parafina, esferas de todo tipo (acero, vidrio, plástico), incluidas las pelotitas de ping-pong.

El plombaje tenia varias ventajas:

  • Un solo tiempo quirúrgico, con un mayor respeto a la estructura pulmonar.
  • Menor deformación y mejores resultados en la función respiratoria.
  • Aplicable en lesiones bilaterales y en pacientes de todas las edades.
  • Menores complicaciones cardiopulmonares a largo plazo.

A pesar de sus ventajas, el uso del plombaje disminuyó con la llegada de los primeros fármacos antibióticos efectivos contra la tuberculosis. Además, no estaba exento de complicaciones, que iban desde infecciones, hemorragias, fístulas, empiemas y hasta la migración del material injertado.

Helioterapia y hospitales giratorios

La tuberculosis siempre fue un grave problema. En la era preantibiótica hubo muchos intentos por controlarla. 

Son conocidos los hospitales construidos hace 100 años, amplios y luminosos, con grandes espacios libres para que los pacientes tuvieran contacto con el sol con fines terapéuticos. Pero, sin dudas, hay una historia más extrema al respecto. 

En la década del 1930, el radiólogo rumano-francés Jean Saidman creía firmemente en el poder curativo del sol. Ideó una solución innovadora: hospitales giratorios.

La tesis doctoral de Saidman defendía el tratamiento a través de la actinoterapia y la helioterapia, términos para designar todos los métodos terapéuticos que utilizan radiaciones, rayos luminosos, ultravioletas e infrarrojos. Así nacieron impresionantes estructuras, como el solarium regulable para helioterapia y actinoterapia en Aix-les-Bains, Francia, que eran auténticas maravillas de la ingeniería. 

Constaban de una arquitectura muy peculiar. Se trataba de una especie de molino sostenido de una estructura cónica en su base. Pesaba unas 80 toneladas y se colocaban abajo los consultorios y las salas de rayos X. Arriba estaban las habitaciones de los pacientes.

Para poder seguir todo el tiempo al sol, un motor hacía girar la estructura cada 15 minutos. Con la capacidad de giro de 360 grados se aseguraba una exposición óptima para los pacientes. Además, había lámparas y vidrios que actuaban como lentes de aumento en las instalaciones.

 

 

* Flavio Gabriel Lipari es médico infectólogo, profesor universitario en la Cátedra de Bacteriología y Virología Médicas de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba, doctorando en "Bacteriemias por enterobacterales productoras de carbapenemasas".