Genera la ilusión de la felicidad perfecta y borra toda diferencia

¿Por qué nos enloquece el Mundial?

Pasión de multitudes: expertos en psicología opinan sobre los efectos de un fenómeno de masas.

El hincha de fútbol pertenece a un especie singular y a veces trágica, capaz de pasar del éxtasis a la desesperación en décimas de segundo, sin parpadear y sin quitar los ojos de una camiseta...

Pero la pasión que estalla en cada partido "normal" palidece al lado del frenesí que desencadena el Mundial de fútbol. El sentimiento es tan generalizado y abrumador que resulta difícil abstenerse. "¡Estamos entrando en una zona de delirio colectivo!", dice la psicoanalista Silvia Fendrik.

Para Vanesa Starasilis, coordinadora del Centro Dos, no es exagerado aplicar la palabra "locura" a lo que está sucediendo: "Sí, el Mundial es algo que enloquece un poquito -dice-. Funciona como un fenómeno de masas: borra las diferencias entre las personas y opera como una ilusión".

Según Starasilis, en el fútbol aparecen sublimadas las ganas de destruir al otro. "La cohesión surge del ideal de ganar. Es la sublimación de una contienda bélica y permite poner afuera un conflicto interno. Por otro lado, se forja la ilusión de que nada nos falta, ni como personas ni como país. Es la felicidad total. Una fórmula renegatoria."

Un reciente estudio de la Fundación de Salud Mental de Gran Bretaña, muestra que la mayoría (el 64%) de los hombres piensa que el fútbol los ayuda a mostrar sus sentimientos; el 70%, que jugar al fútbol es mejor que mirar jugarlo, y el 67%, que es mejor mirar los partidos con amigos que con la familia.

Según Sandy Wolfson, director de la Facultad de Psicología de la Universidad de Northumbria, de ese país, el fútbol tiene un impacto notorio en la salud mental. En una encuesta reciente, uno de cada cuatro consultados dijo que el fútbol es una de las cosas más importantes de su vida. Para los expertos ingleses, la Copa del Mundo tiene efectos positivos: un estudio en Escocia demostró que durante los mundiales de fútbol disminuyen las admisiones psiquiátricas en los hospitales. 

"Los grandes acontecimientos que aglutinan la atención y el entusiasmo de las comunidades siempre existieron -opina el psicólogo Miguel Espeche-. Decir que se trata de un circo y del opio de los pueblos, si bien puede ser verdad en un sentido, no alcanza par explicar cuánto ha impregnado el Mundial todos los niveles de la sociedad."

Para Espeche, "la intimidad con los jugadores, la noción de que cada gesto tiene una trascendencia irrevocable que transparenta la actitud del ser humano ante las situaciones límite todo esto torna la dramática mundialista en un hecho fascinante, una suerte de sueño colectivo de triunfos y fracasos. Se vislumbra por un instante lo que une a una sociedad y se logra un lenguaje en común con todos los semejantes. Un atisbo de utopía que dura, en el mejor de los casos, un mes. Luego la vida sigue "

Por su parte, el psicoanalista Hugo Litvinoff, didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina, concluye: "Después de tantas frustraciones y después de tanto doloroso sentimiento de inferioridad, sobre todo respecto a las potencias occidentales, la posibilidad de derrotarlas suena como un sustancioso alimento al amor propio".

En una época caracterizada por el individualismo, agrega, "el enfrentamiento deportivo entre países saca a la luz un sentimiento nacional que hermana a los argentinos recordándonos que compartimos un amor particular por nuestra tierra y su gente. Muchos dirán que en el fondo, todo esto no es más que una ilusión pasajera y que la gloria, la historia, el presente y el futuro de cada país dependen de factores diferentes y ajenos a las contiendas deportivas".

Obviamente, algo de razón tendrán, aunque seguramente olvidan o ignoran que la ilusión no es una mala palabra, que la capacidad de ilusionarse tiene mucho que ver con la posibilidad de tolerar y disfrutar la vida. Tal vez nada importante se juegue en ningún campeonato mundial, pero no es poca cosa la posibilidad de unirnos todos bajo un objetivo común, ni el deseo pasional de mostrar que en muchas cosas los argentinos somos buenos y en algunas... los mejores.

Por Nora Bär
 

Una orgía futbolística
Por Arnaldo Bär

¿Por qué dar por sentado que el Mundial pone loca a la gente? ¿Qué significa que la gente se ponga loca?

Quizá que los trabajadores exijan que los dejen interrumpir sus tareas para mirar los partidos; que los estudiantes dejen de estudiar para gritar, juntos y en las escuelas, los goles de Crespo que ya van a venir; que las obligaciones de todos se dejen de lado para soltar las amarras del ánimo; que algunos, los que pueden y los que no, decidan gastar 10.000 pesos (¡!) para comprar una pantalla que les permita observar en 42 pulgadas las gambetas de Messi.

Quizá que muchos vean derrumbar su ánimo a las profundidades más ominosas ante el primer gol en contra, o presuman que han alcanzado la cima del Nirvana ante el primer gol a favor; que hagamos depender de once jugadores nuestra alegría y tristeza, nuestro honor y deshonra, nuestro criterio de lo bueno y lo malo, de lo real y lo irreal.

Si eso es estar loco, pues bien, sí, la gente está muy loca. Tan loca como está un hipnotizado. Tan loca como un enamorado. Porque de eso se trata: de la hipnosis del enamoramiento. Freud lo explica: como en la hipnosis, en el liderazgo, en el enamoramiento, se suspende todo juicio y se delega la responsabilidad en el otro a quien se inviste de todos los ideales.

El Mundial -más allá del marketing y los negocios- implica un momento de locura legítima, legalizada: se juega a luchar, se juega a vencer. Es una puesta en escena de emociones y sentimientos de rivalidad y competencia. Lo interesante es que el escenario no está ocupado sólo por los jugadores ni se limita al terreno de juego, sino que los espectadores también ocupamos un espacio escénico y lúdico. Muchas cosas son válidas ahí, mientras se respeten las reglas del juego.

El Mundial es una orgía futbolística, una fiesta delirante; es, estrictamente, un carnaval. El problema es cuando no nos percatamos de que estamos jugando. Debemos recuperar la racionalidad, enfocar con todo equilibrio esta cuestión y aplicar la indiscutible, la indispensable fórmula: ¡Vamos Argentina, c... !

El autor es psicoanalista e investigador de opinión pública