Las enfermedades por acumulación lisosómica constituyen un grupo de aproximadamente 40 enfermedades genéticas distintas, hereditarias, cada una de ellas resultado de la deficiencia de alguna enzima intralisosómica, o transportadora o, en algunos pocos casos, de proteínas no lisosómicas que intervienen en la biogénesis del lisosoma. Individualmente, estos trastornos se consideran, poco frecuentes, aunque en conjunto presentan una prevalencia importante (1 de cada 7.000-8.000 nacidos vivos).
Estas enfermedades se heredan de forma autosómica recesiva, a excepción de la enfermedad de Fabry y la mucopolisacaridosis tipo II que presentan una herencia recesiva ligada al cromosoma X. La enfermedad de Fabry es la segunda alteración más frecuente por acumulación lisosómica de glucoesfingolípidos (después de la enfermedad de Gaucher). Fue descrita independientemente en 1898 por Anderson , y Fabry, su frecuencia es de 1 de cada 100.000 nacidos vivos (1/40.000 varones).
Existe una deficiencia de la enzima lisosómica a -galactosidasa A que condiciona la acumulación de glucoesfingolípidos, predominantemente globotriosilcerámido o ceramidatrihexósido (Gb3). El gen de la a -galactosidasa A está localizado en el brazo largo del cromosoma X, en la región Xq22.1, ha sido clonado y se han descrito una gran variedad de mutaciones, unas 200, siendo las más frecuentes las mutaciones puntuales, privadas, únicas para cada familia, determinando formas clásicas y formas atípicas de la enfermedad. El patrón de herencia es el ligado al cromosoma X, lo cual indica que un hombre afectado tendrá hijos sanos y todas sus hijas portadoras, y que una mujer portadora transmitirá la enfermedad al 50 % de sus hijos y, en promedio, el 50 % de las hijas serán portadoras.
La sintomatología típica de la enfermedad suele empezar a manifestarse a partir de la primera década de la vida Los síntomas del proceso, como dolor neuropático, afectación gastrointestinal con dolor abdominal, vómitos y diarreas, y manifestaciones cutáneas (angioqueratoma), son motivo de una importante afectación de la calidad de vida. El dolor constituye el síntoma inicial que aparece habitualmente dentro de los primeros 10 años de edad. Se trata de un dolor neuropático que puede catalogarse de punzante, quemante y tiende a presentarse de forma intermitente. La localización más frecuente son las manos y los pies (acroparestesias) con frecuente irradiación a las zonas proximales de las extremidades.
El dolor puede ser de corta duración o durar días. El dolor puede también presentarse en otras localizaciones fuera de las extremidades. Puede aparecer dolor abdominal posprandial, náuseas, vómitos, sensación de distensión abdominal o diarrea. La infiltración de las células del sistema nervioso autónomo y de las células de la mucosa intestinal puede impedir una correcta peristalsis. El dolor abdominal o en flanco pueden confundirse con apendicitis o cólico nefrítico.
En la segunda década de la vida suelen aparecer las lesiones cutáneas en forma de angiomas superficiales, máculas de color rojo-oscuro, telangiectasias, o angioqueratomas, su distribución tiende a ser bilateral y simétrica, sobre todo en escroto, muslos, zona inferior del abdomen, zona genital, nalgas. Estas lesiones pueden también afectar las mucosas oral, conjuntival, gastrointestinal, respiratoria y genitourinaria. Microscópicamente se trata de lesiones angiectásicas en la dermis con queratosis superficial.
Otra manifestación cutánea importante de la enfermedad es la hipohidrosis o, incluso, ausencia de sudoración. Estos pacientes presentan escasa tolerancia al calor y al ejercicio, y pueden presentar náuseas, mareos, cefaleas e incluso pérdida de conciencia con tiempo caluroso. La hipohidrosis se acompaña a menudo de reducción de la producción de lágrimas y saliva.
Las manifestaciones oculares suelen presentarse en forma de tortuosidad venosa conjuntival o retinal, opacidades corneales, cataratas de la cápsula posterior (típicas de la enfermedad de Fabry), aparecen prácticamente en todos los varones afectados y en general, las lesiones no suelen representar una pérdida de la agudeza visual.
Estos pacientes pueden desarrollar pérdida auditiva de origen neurosensorial o presentar acúfenos.
Se han descripto retraso puberal y talla baja en algunos pacientes afectados.
Artículo comentado por el Dr.Edgardo Checcacci, editor responsable de IntraMed en la especialidad de Pediatría