Por Guillermo Jaim Etcheverry (*)

Esta caricatura de la visión que sobre la escuela comparte hoy gran parte de la sociedad, acompañada por las teorías pedagógicas de moda, explica el desprestigio de la tarea docente. Por eso, mientras no se redefina el papel de la escuela, la función del maestro seguirá en el centro de ese conflicto. Muchas sociedades, de regreso de estas tendencias “modernizadoras”, vuelven a jerarquizar a los docentes y el valor del conocimiento que en ellos se corporiza. Hasta ahora los maestros han sido personas que conocen algo a fondo y que transmiten su entusiasmo por eso que saben. Al debilitarse la idea de que el conocimiento conserva la capacidad de interesar a los chicos, la figura del docente queda sepultada bajo un alud de términos de una jerga oscura que justifican el deterioro de su función esencial.
La celebración del Día del Maestro es una oportunidad propicia para volver a pensar en su tarea, cada día más difícil de desarrollar. Ha sido y es necesario que los maestros se interesen por los problemas personales y sociales de sus alumnos pero eso no justifica que se los estimule a olvidar su función esencial: desarrollar las posibilidades intelectuales de cada uno de los niños y jóvenes puestos bajo su cuidado. Allí tal vez esté la clave: cuidar a los chicos mostrándoles lo que pueden ser siempre que estos tengan la humildad de escuchar, de prestar atención, de dejarse interesar. Sólo con buenos maestros hay buena educación pero sin niños y jóvenes en disposición de alumnos, no hay educación posible.
(*) Ex rector de la UBA. Miembro de Academia Nac. de Educación.