¿Qué ves cuando me ves?

La mirada de los otros

No es tan sencillo saberlo: marcada tanto por los genes como por la fisiología del cerebro y los recuerdos personales, la percepción visual es un territorio difícil de encasillar.

Autor/a: Diego Golombek

Fuente: La Nación

Por Diego Golombek
 
En una de nuestras filosóficas caminatas al cole, mi hijo me desarma con una de sus simplísimas preguntas: "Papá, ¿cómo puedo saber que lo que vos ves es lo mismo que yo veo?". "¿¿Cómo??" (digo, para ganar tiempo). "Eso: estamos viendo el semáforo, que está rojo. Pero, ¿cómo sé que vos ves el mismo rojo que yo?". A la pelotita. nueve años y ya recorriendo a Locke, Hume y a su pobre padre perdido en la vereda.
 
Porque ésa es la pregunta: cómo cuernos se las arregla el cerebro para interpretar el mundo y, en todo caso, si hay tantos mundos como cerebros. Le aconsejo escuchar a Coldplay: Así es como ves el mundo / ¿Cuántas veces lo escuchaste? / No podés creer ni una palabra (That's how you see the world), pero no le convence demasiado. Empezamos entonces a rememorar una historia que es tan vieja como el pensamiento: de alguna manera, aprendemos que el rojo es rojo y el azul es azul y que la combinación de los dos es San Lorenzo, pero no podemos meternos en la cabeza del otro para comprobar que lo que está viendo, y llama San Lorenzo, no es en realidad Atlanta para nosotros. En otras palabras: ¿hay algo objetivo en la percepción sensorial, o es meramente subjetivo? Por un lado, lo que percibimos es, definitivamente, nuestro mundo y el de nadie más, porque viene filtrado por nuestros sentidos - con nuestras virtudes y nuestras miopías- y por nuestra historia, nuestros recuerdos de unas frutillas con crema o de un pajarito azul profundo. Pero también es nuestro porque depende de nuestros genes y sus múltiples sabores.
 
Y hablando de sabores, tal vez el gusto nos dé un mejor ejemplo para acercarnos a esta percepción de lo que nos rodea. Está claro que lo que para algunos es un manjar para otros puede ser incomible, y viceversa. O que algunos llegan a sentir esa pizquita de sal o de amargor en un océano de comida, mientras que otros necesitan vaciar el salero antes de comenzar a percibir el sabor. Incluso hay una sustancia, feniltiocarbamida, que algunos sienten espantosamente amarga (aun a concentraciones muy bajas) y otros ni siquiera la perciben. Claramente, tienen un mundo diferente dentro de sus cabezas.
 
Volvamos al color: existe una enorme variación en la percepción humana de los colores -aunque después aprendamos a llamarlos a todos con las mismas palabras coloridas. Sin ir más lejos, las eternas discusiones conyugales por el color "durazno" o "salmón" pueden tener que ver con que algunos de los genes para sensar el rojo o el verde vienen con el cromosoma X, del que ellas tienen dos, con resultados a veces sorprendentes en la distinción de los colores.
 
Pero también puede venir en nuestra ayuda la experiencia artística, que nos permite meternos en la cabeza del otro para entender cómo mira al mundo. Es como pispear por el ojo de la cerradura, pero del otro lado está la mente del vecino. Algo así intentaron el neuro-físico Mariano Sigman y el arte-físico Mariano Sardón (el famoso dúo de boleros Los Marianos) en su proyecto Morfologías de la mirada. Allí se siguió de cerca el movimiento de los ojos de cientos de miradores mientras recorrían la foto de un rostro desconocido: qué camino seguían, dónde se detenían, cómo transitaban los ojos, el pelo, los labios. Cada mirador quedaba así transformado en una serie de puntos y de caminos sobre la imagen. Y luego nos ofrecen a los espectadores, en una sala de museo, ir revelando esos rostros siguiendo la mirada de los otros. Hay algo de escalofriante en esto de meterse dentro de la cabeza del mirador que mira, es desnudarlo más allá de la piel. y sí, da un poco de vértigo.
 
Tanto como el algoritmo diseñado por los científicos japoneses que intentan descifrar, a partir de la actividad eléctrica y las imágenes del cerebro dormido, lo que vemos en los sueños (y pueden predecirlo con una precisión del 60 por ciento). Dónde vamos a parar. Ya no existe la propiedad privada, compañeros; ni los sueños se salvan.
 
Qué ves cuando me ves. Cuando la mentira es la verdad. Pero, por suerte, ya es hora de entrar al cole. Mañana será otro día (y otras preguntas).