Hay sesiones de hasta US$ 600

Pacientes ricos, un desafío para los psicólogos

No confían en el terapeuta y suelen ser poco constantes.

NUEVA YORK. No hace mucho, un joven titán de los negocios inmobiliarios de Nueva York se sentó en el consultorio de su terapeuta. Como coleccionista de arte estaba pensando en comprar una pintura en US$ 8 millones y algo de la transacción lo hacía sentir intranquilo.

El terapeuta pensó que el paciente sólo estaba tratando de impresionarlo. Esto sucedía siempre que el hombre se sentía inseguro de sí mismo, lo que ocurría la mayor parte del tiempo. Pero en lugar de intentar explorar la ansiedad del paciente, el profesional lo alentó a comprar la obra de arte.

T. Byram Karasu, psiquiatra de Manhattan a quien el terapeuta consultó sobre el paciente, quedó pasmado. "Ese era precisamente el tratamiento inadecuado", afirmó. El trabajo del terapeuta no es reconfortar y revalidar los excesos del paciente. Esas son neurosis.

El doctor Karasu, conocido por ser experto en tratar a personas adineradas y poderosas, a quienes cobra US$ 600 la sesión, reconoció un escollo común entre sus colegas: la gente rica puede ser seductora. "El terapeuta quiere identificarse con los pacientes y comienza a ver que su papel es el de ayudarlos a ser más ricos", dijo. En el proceso, el médico corre el riesgo de convertirse en el álter ego del paciente.

Más de una docena de terapeutas respetados por sus colegas en la ayuda a pacientes extremadamente ricos declararon que, como en el caso del magnate inmobiliario, puede ser duro resistirse a la tentación de adoptar servilmente el punto de vista del paciente.

En algunos casos, los pacientes tratan a sus terapeutas como uno más de los miembros de su entorno de servidores. Algunos terapeutas también citan una gran dificultad con la frustración y los problemas en gente acostumbrada a obtener lo que quiere, y que se resiste a abrirse y a mostrar vulnerabilidad.

Karasu dijo que en los últimos años algo había cambiado. "Los problemas son los mismos, pero la magnitud es diferente -dijo-. En los fondos de inversión no hay un producto, sólo riqueza. Eso es apabullante también para mis pacientes. Pueden ganar mucho dinero rápido y luego perderlo."

Michael H. Stone, psiquiatra de Columbia, dijo que la preponderancia de los pacientes con fortunas logradas por sí mismos, muchas a una edad relativamente temprana, marca un cambio notable. "Antes, mis pacientes eran los hijos de los ricos: herederos que sufrían el abandono de padres del jet set o el miedo a, sin importar lo que hicieran, nunca estar al nivel de los logros de sus padres -recordó-. Hoy veo mucha gente joven, en sus 30 y 40 años, que lograron el dinero por sí mismos."

Stone afirmó que esos dos tipos de pacientes tendían a tener problemas diferentes: "Según mi experiencia, había una alta incidencia de depresión entre los que habían nacido ricos. Contrariamente, hoy la gente que hace fortuna a menudo es tan narcisista que eso excluye la depresión".

Karasu reconoció que no fue inmune a la satisfacción producida por el éxito y la fama de sus pacientes. "La gente acaudalada produce a veces un grado de temor reverencial incluso en sus terapeutas -confesó-. Y son profesionales que trabajan mucho y que cobran de US$ 400 a US$ 500 la hora."

Agregó: "Es el síndrome del rey Ludwig. En el siglo XIX, Bernhard von Gudden era el psiquiatra de la familia real bávara y comenzó a tratar al rey Ludwig II, que era psicótico. Finalmente, ambos se hundieron en un barco. Por eso a quienes tratan a personas ricas les digo: «No entren en los barcos de sus pacientes»".

Janet L. Wolfe, psicóloga de Park Avenue y coautora de un informe sobre las dificultades de atender "mujeres de clase alta", dijo que consideraba que la infelicidad o angustia emocional de una persona rica no es menos serias que la de cualquier otra, pero que reconocía lo trivial que podían sonar algunos de los problemas de sus pacientes.

"Una de las cosas que me dijo una mujer muy rica al verme fue que se sentía una mala jugadora de tenis -recordó Wolfe-. Sentía que las otras mujeres ricas con las que jugaba pensaban que ella era una incapaz. Es habitual que los pacientes ricos se tomen este tipo de problemas seriamente."

Tener la razón, siempre

El político no escucha a su terapeuta. De hecho, nadie, ni el especialista de Harvard que se supone que lo asesora en política exterior y, con seguridad, tampoco el doctor Karasu, pueden convencerlo de que está equivocado. Cualquiera que sea el tema.

La ansiedad lo había traído a la terapia, y tanto la causa como los síntomas seguían un patrón. "Había aprendido a manipular a todos para convencerlos de sus puntos de vista -dijo Karasu-. Había alejado de su círculo a su asesor en política exterior porque no se había puesto de acuerdo con él."

Karasu vio esto como una oportunidad para presionar al paciente. "Pero esa persona sabe más que usted", le dijo al funcionario, hombre acaudalado que se había dedicado al servicio público, ansioso de un desafío más importante, luego de hacer una fortuna en poco tiempo en el sector privado. "Pero yo soy su jefe", insistió el paciente. "No se trataba de los asuntos exteriores, sino de control", recordó Karasu. "Esa misma fue su actitud conmigo: «Sé qué es lo mejor; si no mire quién soy»".

La mayoría de los terapeutas entrevistados dijeron que los ricos faltaban más a las sesiones que el paciente promedio o dejaban la terapia de un día para el otro. "Todo comienza porque para ellos faltar a un encuentro es fácil porque no les significa nada tener que pagar US$ 300 o US$ 400 la sesión, aunque no asistan", comentó Stone.

No es poco común encontrar que los pacientes acaudalados y poderosos tengan una extremadamente baja tolerancia a la frustración, aseguraron los terapeutas. El doctor Seth Aidinoff, psiquiatra del Hospital Presbiteriano de Nueva York que también asesora en fondos de inversión y a firmas de Wall Street, ilustró las consecuencias con la elección del sábado a la tarde del "típico maestro del universo", que tanto puede jugar al aire libre con su hijo de 7 años como quedarse adentro para concretar un negocio por teléfono.

"La llamada telefónica puede significar hablar con la gente más importante del mundo, y compensa bien su tiempo, mientras que jugar con su hijo puede resultarle aburrido o insatisfactorio. Por eso esta persona puede sentirse aterrorizada de tener que pasar un rato con su hijo porque no es una actividad que pueda controlar o tener éxito en los altos niveles de logros a los que está acostumbrado."

Debido a que gran parte de la vida de todos los días está construida de pequeños errores y frustraciones, los terapeutas ven en este grupo de pacientes un gran desencanto. "Esta gente tiene que ganar", afirmó Karasu. Y describió a otro paciente, entusiasta del tenis, que se sintió tan humillado cuando su hijo comenzó a ganarle que dejó de jugar."Luego, trató de desalentar a su hijo en ese juego."

La incapacidad del paciente para aceptar sus propias limitaciones no deja de tener efectos benéficos, agregó. "Veo esto en la manera en que mis pacientes se consumen con la idea de sus muertes, o en los intentos para contrarrestar la muerte -dijo Karasu-. Toda la filantropía que se ve, los edificios con el nombre de personas que donaron US$ 50 millones, es el resultado de hombres que tratan de conquistar su mortalidad."

Por Eric Konigsberg
De The New York Times
Traducción: María Elena Rey