Nuevas tendencias

Chile y Colombia: países con menor tasa de natalidad en Sudamérica

Causas y consecuencias de un fenómeno que, sin ser tan extremo como allí, avanza por gran parte de nuestro continente.

"Cambia lo superficial

Cambia también lo profundo

Cambia el modo de pensar

Cambia todo en este mundo..."

 

Así empieza “Todo cambia”, que el chileno Julio Numhauser, uno de los fundadores del grupo Quilapayún, compuso en 1982 durante su exilio. La estrofa da inicio a una descripción del mundo muy poética, que ya había sido advertida por Heráclito (540 a.C. - 470 a.C.). Sostenía que el cambio es la característica fundamental de la realidad, y lo es, sin duda; pero desde entonces esa característica se ha hecho decididamente vertiginosa en la mayoría de las aristas de nuestra realidad. Una de ellas, que nuestras bisabuelas no hubieran imaginado ni por casualidad es que tener hijos, y tener muchos, fuera puesto en cuestión; y menos en América latina. Pero eso ocurre y cada vez más. ¿Qué está pasando, por qué y cuáles son las consecuencias? 

Podemos empezar por el final: el descenso de la tasa de fecundidad en varios países latinoamericanos los puso por debajo de la tasa de reemplazo de la población, esto es, la mínima cantidad de nacimientos necesaria para mantener económicamente a una población estable en el tiempo; y esa tasa es, hoy, de 2,1 hijos por mujer,consecuencia directa de las nuevas expectativas de vida. "El fenómeno del envejecimiento poblacional en la región representa un desafío inminente para los sistemas de salud", advirtió a principios de marzo Jarbas Barbosa, director de la Organización Panamericana de la Salud.

"En 2015, solo el 8 % de la población tenía más de 60 años. Para 2030, uno de cada seis habitantes de la región tendrá más de esa edad", añadió y alertó sobre la presión que esta tendencia ejerce sobre los servicios públicos, pues, según señaló, "no se trata solo de vivir más años, sino de asegurar que sean años de calidad, donde las personas puedan disfrutar plenamente de la vida y contribuir al desarrollo, sin el aumento de discapacidades". Lograrlo no sería tan complicado si la tasa de nacimientos también aumentara, pero no es así. Según el Banco Mundial, a nivel planetario, la tasa general de fecundidad (TGF) ha bajado de 5,3 en 1963 a 2,3 en 2020. 

América Latina no solo no es una excepción: es la región en la que la TGF más ha caído desde 1950: un 68,4 %. La reducción no es pareja: en México se redujo de 5,6 hijos por mujer en 1976​ a 1,8 en 2022. Y en Sudamérica, que es nuestro objetivo hoy, para ese lapso encontramos cifras como las siguientes: 

• Argentina: de 3,34 a 1,88.

• Perú: de 5,58 a 2,16.     

• Colombia: de 4,29 a 1,69.

• Chile: de 3,08 a 1,54.

Chile

Aunque el porcentaje histórico es mayor en Colombia, el de Chile es el caso "más extremo" porque la TGF ya era baja y sigue descendiendo: según la Pontificia Universidad Católica (UC I Chile), en 2021 se había registrado el descenso más acelerado, con una TGF de 1,17 hijos por mujer. Pero -señala la nota, que cita un reportaje del diario El País, de España- las predicciones internacionales sugerían que para 2024 la tasa sería de 0,88 hijos por mujer, una de las más bajas del mundo. La protagonista es Martina Yopo, doctora en Sociología de la Universidad de Cambridge e investigadora de la universidad chilena, quien señalaba: "El descenso de las tasas de fecundidad en América latina es muy interesante, porque se ha dado a velocidades mucho más aceleradas que en otros lugares del mundo, considerando, además, que históricamente la región se ha caracterizado por tener una fertilidad numerosa y temprana".

Entre las razones resaltaba las "clásicas" (creciente participación femenina en la educación superior, en el mercado laboral y en el ámbito público, y mayor acceso y uso de métodos anticonceptivos); a ello suma la postergación de la edad de la maternidad, consecuencia de las anteriores. Pero así y todo, no le resultan suficientes, y postula una "infertilidad estructural", que define como "falta de condiciones sociales para poder tener y criar hijos", y que sintetiza en una frase de humor un poco negro: "está caro el kilo de guagua (nombre cariñoso que les dan los chilenos a los bebés)".

Desde IntraMed nos comunicamos con Yopo, y ella compartió con nosotros resultados de sus investigaciones, que no solo nos permitieron cuantificar un poco la situación; también, comprender que se ponen en juego variables subjetivas y morales. Para este análisis utiliza el concepto de "economía moral", y analiza "las formas en que las mujeres negocian el momento de su primer embarazo como estrategia para cumplir con las normas de fertilidad social con perspectiva de género y convertirse en ‘buenas’ madres". En uno de los estudios afirma: "Estas normas de fertilidad social son dinámicas y cambian con el tiempo según los marcos culturales prevalecientes. Uno de estos marcos es la ideología de la maternidad intensiva, que define ser ‘buena’ madre como dedicar una gran cantidad de energía y recursos a la crianza de los hijos". Queda claro, entonces, que cuando señala "está caro el kilo de guagua" no se refiere solo al dinero; también destaca la "pobreza de tiempo". Pero lo cierto es que dinero y educación (que suelen ir de la mano) también inciden: en otro estudio, titulado “Infertilidades estructurales: maternidad y justicia reproductiva en Chile”Yopo advierte: "La erosión de la protección social, la privatización de los servicios básicos, el aumento de los costos de crianza, las desigualdades de género en el ámbito laboral y la feminización del cuidado empujan a las mujeres a renunciar, limitar o postergar la maternidad (...) Las infertilidades estructurales se entrecruzan con las injusticias económicas y afectan de manera desproporcionada a las mujeres de clases bajas, quienes enfrentan la falta de condiciones básicas para la crianza, vidas precarias y el estigma de ser consideradas ‘malas madres’". 

Volvamos al “kilo de guagua” y a la otra pobreza: la de tiempo. "Cumplir con las normas de fertilidad social conlleva además la intersección con normas sociales relacionadas con la edad, la clase social y la familia", resalta. Y advierte que lo que signifique ser "buena" madre "depende de parámetros normativos de crianza que a menudo responden a las experiencias de mujeres adultas, casadas y de clase media". Lo explica despues de haber formado parte del equipo que llevó adelante la investigación "Actitudes frente a la maternidad y la preservación de la fertilidad en mujeres universitarias: Un estudio transversal". Publicada a mediados de marzo sobre la base de encuestas a estudiantes universitarias, buscó, entre otras, repuestas a la cuestión “Cuando pienso en el futuro, lo que más me ilusiona es…”. Y detectaron que la respuesta "formar una familia propia" obtuvo sólo un 2,2 %. "La mayoría de las encuestadas respondieron inicialmente que no quieren tener hijos (52 %). Entre las razones, destacan no tener las capacidades y/o condiciones adecuadas (58,3 %), no querer ser madres (11,9 %) y las demandas de la crianza (9,4 %)", señala el informe. A las que respondieron querer hijos o aún no estaban decididas se les preguntó por las condiciones necesarias para tenerlos, y, agrega el texto, casi la totalidad "estuvo altamente de acuerdo con la importancia de alcanzar objetivos de realización personal y estabilidad antes de tenerlos, tales como: completar sus estudios (84,9 %), tener estabilidad laboral (91 %), tener una vivienda adecuada (91,8 %) y tener autonomía económica (91,4 %)".

"Otro tema, muy incipiente, es que hay un contexto social crecientemente hostil hacia los niños –señala Yopo–. La tendencia global de los dinks [parejas sin hijos y con dos ingresos] los está volviendo un target muy importante para el mercado, y eso va emparejado con la aparición de lugares donde no se permiten niños, lo que también incide en las intenciones y en las prácticas reproductivas".

Algunos de los efectos de esta tendencia son el cierre de las áreas de maternidad en los hospitales (en el sistema público de salud las camas disminuyeron un 22 % en 10 años), la reducción de las matrículas de los jardines de infantes, y cambios en los patrones de consumo y de compra de viviendas, que ya se están notando. Yopo señala, además, lo que ya hemos advertido: el envejecimiento y la reducción proporcional de la población activa, lo que impacta en la economía, lo que puede generar desaceleración del crecimiento, dificultades en la financiación de las pensiones y un aumento en la demanda de cuidados para la tercera edad. Las soluciones, en su opinión, no están claras, aunque -señala- algunas políticas efectivas implementadas en otros países, como el acceso a servicios de cuidado de calidad y asequibles, el otorgamiento de apoyos económicos para quienes optan por tener hijos y la ampliación de las licencias parentales pueden ayudar a paliar los efectos… al menos por un tiempo.

Entonces, ¿se puede pensar esta situación como una oportunidad? Primero veamos qué está pasando bastante más al norte.

Colombia   

"Se desploma, en picada, caída histórica". En estos términos se ha referido la prensa, también en marzo, a la baja de la natalidad en Colombia, que -sin ser tan pronunciada como la chilena- empieza a despertar las alertas en los expertos. Uno de esos ellos es el doctor Hernando Zuleta González, decano de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes, especialista en temas como macroeconomía, crecimiento económico, y economía ambiental, y coautor, con Andrés Álvarez y Gabriela Mejía, del trabajo “La transformación demográfica en Colombia: retos y oportunidades ante la caída de la natalidad”, publicado en enero. Tomaron como base el último informe del Departamento Nacional de Estadística (DANE), según el cual la cantidad de nacimientos registrados en Colombia entre enero y octubre de 2024 cayó un 14,4 %, en comparación con el mismo período de 2023.

"No es un fenómeno nuevo; desde la década de 1960 Colombia ha venido reduciendo el número de nacimientos por mujer de forma sustancial -señala el texto-. Lo que es nuevo es que el país está llegando a niveles de fertilidad tan bajos como los de los países de mayor ingreso per-capita, con tasas de crecimiento poblacional negativas y con un cambio considerable en la estructura de edades de la población: un país en proceso de envejecimiento". "Estos fenómenos plantean desafíos significativos, pero también abren oportunidades, y exigen una reflexión profunda tanto en el ámbito de las políticas públicas como en las decisiones individuales", señala Zuleta González en contacto con IntraMed, y agrega que este profundo cambio se sostiene sobre el mayor y mejor acceso de las mujeres a la educación y al trabajo, el aumento en el uso de métodos anticonceptivos (como en Chile), a lo que agrega dos variables: la emigración (especialmente hacia Europa y Estados Unidos) y la disminución de los embarazos adolescentes. 

Este tercer punto es una buena noticia: según informó a IntraMed Paola Montenegro, directora de Investigaciones de Profamilia, ONG colombiana que ofrece servicios de salud sexual y reproductiva, en el primer semestre del año pasado fueron madres 36.469 adolescentes de entre 15 y 19, y 1.876 niñas de entre 10 y 14 años. A pesar de ser altas, las cifras son mejores que las del año anterior: las madres de este último grupo habían llegado en 2023 a 3.821, y en 2010 a 6.315.

"Además, 78.000 de entre 15 y 19 habían sido madres el año pasado, y en 2010 habían sido 147.000", añadió Montenegro. "Aunque las cifras sigan altas, es un aspecto positivo del cambio cultural que está detrás de los cambios demográficos. Primero, por lo que implica en las condiciones de vida y en el empoderamiento de las mujeres en estas decisiones -señaló por su parte Zuleta González-. Segundo, porque los embarazos adolescentes consolidan trampas de pobreza y brechas económicas y sociales para las mujeres". Ahora bien: ¿cuánto incide la caída del número de casos de embarazo adolescente en el descenso de fecundidad colombiana, y qué se puede esperar? "Precisamente porque son muchos los casos hay aún mucho espacio para avanzar en su reducción -retoma Zuleta González-. Yo esperaría que esto continúe, entre otras razones, por urbanización, por acceso a la educación y por cambio cultural. Pero hoy, la tendencia que estamos analizando se explica más por la caída en fecundidad de mujeres adultas".

Ventana de oportunidad

Dicho esto: ¿cuáles son los desafíos y las oportunidades a los que se refiere nuestro experto? Señala que, más allá de la tendencia que estamos analizando, Colombia todavía dispone de lo que se conoce como "bono demográfico": todavía es considerablemente mayor la cantidad de población en edad de trabajar que la "población dependiente" (los niños y los mayores de 65). Dicho de otro modo, se abren oportunidades porque aún se está a tiempo de hacer los cambios necesarios para que la sociedad no colapse en áreas como las que planteaba Yopo: desaceleración del crecimiento económico por falta de mano de obra, dificultades en la financiación de las pensiones y aumento en la demanda de cuidados para la tercera edad, entre otros. 

Las oportunidades tienen que ver con que esta baja tasa de dependencia permite, por ejemplo, alta inversión en educación por individuo en edad escolar. Como en Chile, en Colombia la tendencia a tener menos hijos se da en sectores con mayor acceso a educación y al empleo, señala. "El número de hijos es mayor entre las madres sin un trabajo formal, mientras que la relación entre el número de hijos y el nivel educativo muestra que las mujeres con menos años de educación tienen más hijos (...) Esto crea un círculo vicioso donde la falta de recursos y oportunidades de las madres limita las opciones laborales de los hijos, perpetuando la desigualdad intergeneracional". De ahí la propuesta de reinvertir los recursos educativos que quedarían "liberados": "tomemos el presupuesto de educación del país y supongamos que no se reduce en los próximos cuatro años. Esto implica que el presupuesto por individuo en edad escolar crecerá sustancialmente, en particular para niños y niñas de cero a 6. Y ello abre la posibilidad de avanzar en cobertura y calidad de la educación preescolar", ejemplifica. "Por supuesto, estas oportunidades no se aprovecharán a menos que haya una acción decidida por parte del Estado", advierte. Y señala que si esa oportunidad se aprovechara, sería posible "una mayor consolidación de escuelas, la mejora de la calidad educativa o una mayor inversión en tecnología educativa". Pero se podría, además, dar respuesta a uno de los problemas que describe Yopo bajo el nombre de "falta de condiciones sociales para poder tener y criar hijos": problema que preocupa al 58,3 % de las mujeres encuestadas en el estudio chileno. Así las cosas, se podrían aprovechar los recursos liberados del exceso de salas de jardín de infantes para armar un sistema eficiente de atención a niños desde mucho antes del preescolar obligatorio por ley.

Otros temas en los que se tienen que producir grandes cambios, tanto en Chile como en Colombia (y, a decir verdad, en casi todos los países de América Latina), son los sistemas de salud, de pensiones/jubilaciones y de cuidados. Como Yopo, Zuleta González señala que a la reducción de la natalidad seguirá menor demanda de servicios obstétricos y pediátricos, y un aumento de la demanda de servicios para adultos mayores. Esto exige planificación y reconversión del sistema, aprovechando recursos que quedarán disponibles. Y lo exige ya: "La región se enfrenta a una demanda de cuidado de niñas y niños que no se ha resuelto, y, simultáneamente, al aumento de la población de 65 años y más, y sobre todo de la población de 80 años y más en las próximas décadas", resalta la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). "Esta situación vuelve urgente fortalecer los sistemas de protección social a través de políticas de carácter contributivo y no contributivo, centradas en los cuidados y enfocadas en las personas cuidadoras y en las que necesitan cuidados a lo largo de todo el ciclo de vida, en particular cuidados de largo plazo", agrega  el documento.

En ese sentido, el trabajo Zuleta González y sus colegas agrega a las variables que reducen la fuerza laboral y amenazan la sostenibilidad financiera del sistema de pensiones (disminución de la natalidad, emigración y envejecimiento poblacional), la informalidad laboral, que en Colombia supera el 56 % de la población ocupada. "Este fenómeno limita el recaudo tributario y complica la cotización a los sistemas de pensiones y salud", señalan en la investigación, y aunque reconocen que se trata de un problema grave, también identifican allí una oportunidad: si los trabajadores informales se integraran al empleo formal, se ampliaría la base de contribuyentes. "La formalización del empleo podría ser una clave para asegurar la sostenibilidad de los sistemas de pensiones y salud en el futuro", explican. "En países europeos con poblaciones en declive, la solución ha sido fomentar la inmigración para incorporar nuevos cotizantes. En Colombia, los trabajadores informales podrían desempeñar un rol", agregan.

Educación y urbanismo: otros cambios que hay que prever

El cambio demográfico también transformará las demandas de expansión o densificación, tanto de zonas urbanas como rurales, y cambiará las necesidades habitacionales, que ya no estarán orientadas a familias numerosas. En este escenario -señala el estudio- es clave que las políticas de urbanismo se enfoquen en revitalizar áreas con baja densidad y adaptar la infraestructura a población más envejecida. Estas políticas deben ser lo suficientemente flexibles como para responder a las proyecciones demográficas y facilitar una asignación más eficiente de recursos.

En lo educativo, es crucial pensar en nuevas poblaciones objetivo. Por un lado, señala el estudio, es fundamental un sistema que garantice que quienes ingresen al mercado de empleo gracias a la formalización laboral cuenten con las habilidades necesarias para desempeñarse; pero también es clave tener en cuenta que la demanda de vida activa de los adultos mayores incluye oportunidades de formación y de desarrollo cultural. Esto implica pensar cada vez más una educación "a lo largo de la vida".