Vida cotidiana

Familias triangulares:

Cada vez hay más parejas que deciden tener un solo hijo

Según datos de la Capital Federal, una de cada cuatro mujeres termina hoy su vida reproductiva con un único hijo. En 1936 representaban el 14%. Influyen la postergación del matrimonio y la maternidad tardía.

Georgina Elustondo

Primero fue el "familión": mamá, papá y cuatro niños era el modelo imperante cuando el siglo XX despuntó sus primeros años en Buenos Aires. Cien años después, la familia tipo, el grupete de cuatro, se impone como patrón cultural de referencia en la zona metropolitana. Pero la poda del árbol genealógico continúa: a fuerza de cambios socioculturales y económicos, y a contramano de los mandatos que ordena la tradición, la "familia triangular" (la pareja y un único hijo) gana terreno en los hogares de Capital. Por estos días, 1 de cada 4 mujeres de la Ciudad ha tenido un solo hijo al finalizar su vida reproductiva. Hace 70 años, apenas representaban el 14%.

Son las transformaciones de la familia que alumbra la Dirección General de Estadística y Censo del Gobierno porteño. "En 1936, la proporción de mujeres con hijos que al concluir su vida reproductiva habían tenido un solo hijo era del 14%, mientras que en 2005 representaban la cuarta parte de ese grupo etario. En el otro extremo, quienes hace 70 años constituían el 48% con cuatro hijos o más, en 2005 apenas abarcaban el 12%", puntualizó a Clarín la demógrafa Victoria Mazzeo, responsable de la Unidad Análisis Demográfico.

"Los cambios en el tamaño de los hogares son fruto de la interacción de otros cambios como la disminución de los niveles de nupcialidad, la postergación del primer matrimonio y la maternidad, la creciente incidencia de las rupturas conyugales y la persistencia de niveles de fecundidad por debajo del umbral de reemplazo generacional", explica.

La familia se achica: hace setenta años había 3,9 personas por hogar. Hoy, 2,6. "Las explicaciones sociales de este fenómeno hay que buscarlas en las expectativas de la mujer de una mejor posición social, que implican mayores niveles educativos y mejores posiciones laborales", agrega.

El hecho es que entre mitos, prejuicios y contradicciones varias, los hijos únicos se multiplican. "Yo decidí entregarme a mi carrera y disfrutar las posibilidades que iban surgiendo, y al encarar la maternidad, a los 39, me costó mucho. Logré un embarazo a los 42, pero no había chances de un hijo más", cuenta Clara G., y no se arrepiente. "Para mí desarrollarme era importante. Y todo no se puede. Con mi marido creemos que así está bien. Un hijo ya nos realizó", asegura.

Entre quienes decidieron "cerrar la fábrica" tras el primero circulan muchos argumentos. Algunos lo fundamentan en razones económicas y profesionales; otros enumeran temores y dificultades vinculadas a la salud (propia y del niño); y hay quienes eludieron el segundo por el compromiso que exige la crianza.

"Aparece mucho en el consultorio una mayor conciencia del costo de ser padres. Se insiste en lo que cuesta sostener un hijo, en el esfuerzo que demanda. Algunos sienten al hijo 'una hipoteca a 18 años'. Creo que se pone el foco en el sacrificio y la pérdida y no en la satisfacción", comenta la psicóloga Irene Loyácono, ex presidenta de la Sociedad Argentina de Terapia Familiar.

Varios cambios explican para la especialista esta nueva mirada sobre la paternidad: "La ética del esfuerzo cayó, y también estalló el proyecto a largo plazo. En paralelo, hay una gran idealización de la juventud, una idea de que uno debe vivir a full esa etapa porque luego se acaba todo, y un gran miedo a comprometerse: el hijo es para siempre y eso atemoriza. Todo esto hace que la crianza sea considerada una etapa en la que uno pierde cosas", dice.

En un país como la Argentina, con el valor de la familia impreso en su ADN, la decisión de tener un solo hijo no se toma livianamente. "La culpa de privar al niño de un hermano es frecuente, pero ese sentimiento no debería pesar al momento de decidir tener otro hijo. Esa decisión debería fundarse en el deseo que la pareja tenga de ese nuevo hijo en particular. Para nadie será bueno que un niño llegue al mundo como tributo ofrecido al deseo de un hermano o un abuelo", dice la psicoanalista Miriam Mazover, del Centro Dos.

Tres cosas encontró Clarín al encarar esta nota: que por diversos motivos (personales y sociales) tomar esa decisión no es fácil para nadie; que es un tema que genera conflicto en la pareja; y que a muchos es algo que, "simplemente", les terminó pasando, algo que no eligieron.

En tanto, los especialistas en temas de familia miran con cierta preocupación el fenómeno de las familias triangulares y, sobre todo, los sentimientos de agobio y frustración que escuchan a veces entre los padres. "Si viven con tanto peso la crianza es que aún prima en ellos su propio lugar de hijos, con lo cual desertan de su función. Cada momento de un hijo implica la puesta a prueba de la función y la donación amorosa", dice la psicóloga Stella Maris Rivadero. "A un hijo no sólo se lo tiene: alojarlo y ampararlo amorosamente implica ciertas renuncias o demoras de los proyectos personales".

Según Rivadero, esta tendencia también se explica en algunos cambios sociales. "Hoy priman las relaciones frágiles, el narcisismo y miedo al compromiso. La llegada de un hijo implica ceder espacios y tiempos propios para darle lugar y cobijo a otro. Todo el contexto hace que no haya posibilidades de que estas cesiones sean dadas fácilmente".

Una tendencia mundial

Las transformaciones en la estructura familiar revelan que Buenos Aires se pliega a tendencias del Primer Mundo. En muchas megápolis europeas entre el 20 y el 30% de las parejas sólo tienen un hijo.

En China, donde —producto de una política de Estado— hay casi 100 millones de hijos únicos, la sociedad debate ahora lo que han llamado el "síndrome del only child".

Allí hablan de la "estructura familiar 4-2-1": cuatro abuelos, dos padres, un niño. Este experimento social masivo, dicen, ha generado una sociedad de "pequeños emperadores", niños tiranos y malcriados, con limitada empatía para mezclarse en el mundo y escasísima tolerancia a la frustración.

El tema desvela a los políticos y psicólogos chinos, que hoy se atormentan con una pregunta: ¿cuál será el futuro de la China socialista —un país en el cual se supone que la satisfacción personal se obtiene sirviendo a la comunidad— cuando su población esté formada casi exclusivamente por niños mimados?

Libertad personal vs. maternidad

Laura Gutman

Las mujeres hemos adquirido algo totalmente impensado apenas un par de generaciones atrás: autonomía. Pero, en la medida en que desplegamos nuestras alas, hay algo que entra en profunda contradicción con nuestra libertad personal: la maternidad. Porque la maternidad y la paternidad son básicamente el arte de dar prioridad a las necesidades del otro en detrimento de las propias. Por lo tanto, criar niños hoy en día se contrapone con nuestra identidad, generalmente asentada en nuestro desarrollo laboral, en el intercambio social y en nuestros logros.

Resulta que un día las mujeres devenimos madres con las mejores intenciones de criar a nuestros hijos con amor y dedicación. Pero los niños llegan con un inmenso abanico de necesidades básicas impostergables, que nos resultan a diario desproporcionadas e incomprensibles. No estamos acostumbrados a que alguien irrumpa y ocupe todo el espacio emocional. Los momentos de descanso son efímeros y el "tiempo para una misma" queda en el olvido. Es más: justamente la sensación de "ser una misma" se desintegra a favor de la demanda permanente y necesitada del niño pequeño.

Deseamos tener hijos pero luego ese deseo es difícil de asumir en el marco de nuestra vida cotidiana y posmoderna. Entonces, o bien no tenemos hijos, o bien tenemos uno solo, que ya es una multitud. En este contexto, el desafío será aprender a integrar nuestro desarrollo personal con nuestra capacidad de dar, de ofrecer, de nutrir, sin por ello creer que estamos perdiendo algo.

"Estamos completos"

"En el momento en que todos empezaron a preguntarnos ¿para cuándo el hermanito?, me di cuenta de que éramos una familia de tres: que estábamos completos". La que hace memoria es Susana Pierantoni, una ama de casa de 52 años que, junto a su marido Jorge Lebrón, de 54, "cerraron la fábrica" hace 26 años, cuando nació Pablo, su único hijo.

"Pablo colmó mi capacidad de ser madre: me sentí realizada. Nunca sentí que me faltara otro hijo", cuenta Susana. Y reconoce que sólo dos veces le pesó su decisión: "Una vez fue cuando mi hijo me contó que en el colegio le pidieron que levantaran la mano los chicos que tenían hermanos. La segunda fue cuando una amiga me recordó que él no va a tener sobrinos. Fueron dos instantes en que pensé que le había fallado por no haberle dado un hermano".

¿Cómo lograron que el hijo único no se convirtiera en el emperador de la casa? "Explicándole que somos tres para compartir. Que aunque es hijo único, no es el único en la familia", concluye Susana.


"Para otro no alcanza"

Miran a Juan Martín, esa belleza de apenas meses, con tanto amor, que sorprende su decisión... hasta escucharlos: "Tener un hijo es hermoso, estamos felices, pero no podemos negar que tuvimos que resignar muchas cosas. Hoy no es fácil sostener a un hijo y darle todo lo que soñamos. El presupuesto se dispara. Vivimos en un dos ambientes, vamos a mudarnos, pero para otro no alcanza", dice Gabriel Lazarte. No se trata sólo de satisfacer las necesidades del nene, sino, también, de no limitar las propias. "Siendo tres podemos seguir haciendo cosas. Yo no quiero dejar de ir a Brasil para ir a Las Toninas", explica.

Su mujer, Eugenia, diseñadora gráfica, coincide. "Estoy feliz y mis prioridades cambiaron mucho, pero a nivel profesional mi vida está complicada, porque la demanda es grande y yo quiero ser una mamá presente. Con uno puedo organizarme, pero no sé si podría con dos. Es un tema que surge todo el tiempo entre parejas amigas: todos queremos ser padres, pero tener más de uno es difícil. Ya no es como antes".