La salud digital —que abarca desde la telemedicina hasta la inteligencia artificial (IA) y las aplicaciones móviles— ha sido promovida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una herramienta clave para avanzar hacia la cobertura sanitaria universal. Sin embargo, su implementación debe estar guiada por evidencia coherente sobre su impacto clínico y costo-efectividad. Ya en 2018, la Asamblea Mundial de la Salud advirtió que solo debían integrarse intervenciones digitales que demostraran beneficios tangibles.
Las evaluaciones más consolidadas en términos de costo-efectividad provienen del campo de la telemedicina. Numerosos estudios muestran que las consultas remotas por videoconferencia, la telemonitorización y la telerehabilitación ofrecen resultados clínicos similares a los de la atención presencial, con potenciales ahorros económicos. Por ejemplo, un metanálisis de Gentili y colaboradores concluyó que 15 de 17 estudios sobre teleconsulta por video fueron costo-efectivos. Además, en enfermedades crónicas como EPOC o diabetes, la implementación de telemonitoreo personalizado ha mostrado beneficios clínicos y reducciones significativas de costos por paciente.
En cuanto a la inteligencia artificial, su aplicación es cada vez más frecuente en tareas diagnósticas y en el análisis de imágenes médicas. Un estudio de Areia y colaboradores demostró que el uso de IA para detectar pólipos en colonoscopias no solo mejoró los resultados clínicos, sino que redujo los costos per cápita, generando un ahorro anual neto de 290 millones de dólares. No obstante, aún existe escasa evidencia de costo-efectividad en este campo, con menos de 20 estudios completos frente a miles de desarrollos disponibles.
Las herramientas de mHealth, como las aplicaciones móviles, SMS educativos y dispositivos vestibles, también han demostrado ser costo-efectivas, particularmente en salud maternoinfantil. Algunas intervenciones basadas en mensajes de texto para pacientes con diabetes tipo 2 o en tratamientos de fertilización in vitro han mejorado resultados clínicos sin aumentar significativamente los costos, resultando en ahorros netos.
Los sistemas de apoyo a la decisión clínica (CDSS), que incluyen recordatorios electrónicos y algoritmos de riesgo, presentan una evidencia más variable. Su efectividad económica depende en gran medida del contexto de implementación y del diseño de cada herramienta.
Existen varios desafíos para consolidar el impacto de la salud digital. Entre ellos, la heterogeneidad de los estudios, la escasez de evaluaciones a largo plazo, el uso de modelos matemáticos poco realistas y la ausencia de ensayos clínicos coherentes. A esto se suma la brecha digital, que puede excluir a poblaciones vulnerables según su edad, el nivel socioeconómico o su residencia rural, comprometiendo la equidad.
Para avanzar de la promesa a la realidad se requiere inversión en infraestructura y estándares interoperables, capacitación de profesionales, desarrollo de marcos regulatorios claros e incentivos económicos. También es clave medir los efectos en distintos horizontes temporales, con indicadores de acceso y equidad. El rol activo de los profesionales de salud —en la selección, uso y evaluación de tecnologías— es fundamental. Su participación garantiza que la digitalización se base en evidencia real, evitando riesgos y maximizando beneficios. Así, el camino hacia una salud digital efectiva y equitativa podrá consolidarse con respaldo técnico, clínico y ético.
Referencias bibliográficas
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